Soy consciente de que mi posición en este tema de la religión es extremista para muchos, pero de verdad expresa mis convicciones, y como todos aquí podemos y debemos expresarnos, pues sea. La religión, por el hecho mismo de constituir un derecho de cada quien, es algo que debe quedarse en el terreno de lo […]
Soy consciente de que mi posición en este tema de la religión es extremista para muchos, pero de verdad expresa mis convicciones, y como todos aquí podemos y debemos expresarnos, pues sea. La religión, por el hecho mismo de constituir un derecho de cada quien, es algo que debe quedarse en el terreno de lo personal, de lo íntimo y no mezclarse en los asuntos de orden público. ¿Por qué? Porque una vez establecido en nuestra constitución el libre culto, la profesión de fe de un presidente no sólo es irrelevante sino que puede afectar la sensibilidad de otros en el pueblo que no comparten la misma fe o simplemente no comparten ninguna y son ateos. Se trata de una neutralidad deontológica inherente a su cargo, en el caso de una república como la nuestra. Eso en cuanto al respeto formal de las estructuras de derecho del país.
En cuanto al aspecto de estrategia política, si bien el «uso» de la religión puede tener efectos seductivos en la población creyente (que es en nuestro país mayoritaria), lo cierto es que en un sentido más profundo de la ética revolucionaria es responsabilidad moral de los líderes y dirigentes revolucionarios promover el uso de la razón, facilitarle al pueblo los medios y herramientas necesarios para salir del oscurantismo, de la ignorancia, credulidad y superstición en que lo han mantenido las religiones que influyen en su psicología colectiva patrocinando el miedo, la penitencia, la culpa, la vergüenza de cuerpo, la discriminación de todo lo referente al «más acá» e imprimiendo en la humanidad la huella jerárquica (propia de los dogmas teológicos) de una bota universal. No se trata de negar la espiritualidad, sólo de deslastrarla de tanto irracionalismo, pues la espiritualidad no puede estar reñida con la razón.
La razón no pretende saberlo todo, y sólo parece arrogante a los ojos de la religión por osar buscar por sus propios medios penetrar en las arcanas de la naturaleza, sin autorización divina. Es este coraje que debe ser promovido por los revolucionarios socialistas, pues la revolución es también y sobre todo una revolución cultural. Sin transformación del individuo no hay transformación social, ni nueva sociedad. Si los revolucionarios nos quedamos al margen de este punto, estamos olvidando al menos la mitad de las cosas. Chávez podría hacer el esfuerzo de poner de lado sus propias inclinaciones religiosas y explicar esos mismos principios humanistas que transmite al pueblo sin recurrir a referencias bíblicas y hechos históricos tan dudosos como la resurrección y otros milagros. Realmente no es necesario recurrir a ellos para hablar de justicia, solidaridad y amor entre los hombres, esos mismos principios han sido expresados por mucha gente a través de la historia y no son una invención de la Biblia ni de sus santos. Si las escrituras llamadas sagradas contienen incuestionables enseñanzas morales ello es debido a que recogen la historia de los hombres, la cual ha sido escrita por éstos y no por dioses.
Las religiones instituidas han monopolizado la sabiduría humana para volverse contra ella, y han capitalizado el sentimiento espiritual de la humanidad para terminar haciéndolo antitético al conocimiento y hacernos esclavos por la ignorancia.