No sé si la lectura que ha hecho Pedro Rodríguez de mi libro Socialismo científico es tendenciosa o meramente superficial; en cualquier caso, no voy a contestar de forma pormenorizada a su artículo Breve análisis del texto «Socialismo científico» de Carlo Frabetti (Rebelión, 15 8 06), por cierto no tan breve, por la sencilla razón […]
No sé si la lectura que ha hecho Pedro Rodríguez de mi libro Socialismo científico es tendenciosa o meramente superficial; en cualquier caso, no voy a contestar de forma pormenorizada a su artículo Breve análisis del texto «Socialismo científico» de Carlo Frabetti (Rebelión, 15 8 06), por cierto no tan breve, por la sencilla razón de que no creo que valga la pena: a quienes hayan leído mi libro con algo más de atención que Rodríguez mi posible réplica no les aportaría gran cosa, y a quienes no lo hayan leído, todavía menos.
Sí me parece oportuno, sin embargo, señalar algunos aspectos de la supuesta crítica de Rodríguez que, por desgracia, son bastante típicos de un cierto discurso que se reclama (como el propio Rodríguez) «marxista» y «científico», un discurso recetario y estereotipado que es tan antiguo como el propio marxismo y que, como es bien sabido, llevó a Marx a decir «Yo no soy marxista».
Empieza Rodríguez por definir el marxismo como la aplicación del método científico a la realidad social, que es como decir que la medicina es la aplicación del método científico a la realidad corporal. Ambas cosas son (o deberían ser) ciertas, desde luego, pero no constituyen definiciones sino requisitos: son condiciones necesarias pero no suficientes. Los tecnócratas neoliberales que proponen el modelo de la «lancha salvavidas» son todo lo científicos que pueden ser los economistas, solo que sus planteamientos son profundamente asolidarios y amorales; y lo mismo cabe decir de los biólogos nazis que experimentaban con prisioneros judíos. Lo que distingue a la medicina de la mera experimentación biológica es su irrenunciable propósito ético, explicitado en el juramento hipocrático: su finalidad es aliviar el sufrimiento físico y curar las enfermedades, del mismo modo que el objetivo del marxismo es aliviar el sufrimiento económico y devolver la salud a una sociedad enferma. Quienes pretenden conferir al marxismo el rango de ciencia objetiva al margen de todo discurso moral, no tienen claro ni lo que es la ciencia, ni lo que es el marxismo, ni lo que es la moral.
Hay otro comentario introductorio que, aunque no tiene mucho que ver con la argumentación general ni con las críticas concretas a mi libro, me parece oportuno señalar: afirma Rodríguez que «el conocimiento se hace de forma colectiva y se ve abortado cuando cualquiera de sus partes no se socializa y es monopolizada por una élite de expertos». Por desgracia y por suerte, no es así: por desgracia es muy difícil socializar el conocimiento, y por suerte no «se ve abortado» cuando es monopolizado por una élite de expertos (de ser así, la relatividad y la mecánica cuántica, por citar solo dos «partes del conocimiento» desarrolladas en el último siglo, se habrían visto «abortadas» en la cuna, ya que nunca han sido accesibles sino a una ínfima parte de la sociedad). Hoy por hoy es imposible socializar la ciencia, salvo en sus aspectos más elementales (llevo más de cuarenta años dedicándome a la investigación y a la divulgación científica, y sé de qué hablo). Otra cosa son las aplicaciones de la ciencia, que se podrían socializar fácilmente si existiera la voluntad política de hacerlo. Dicho de otro modo: muy pocos comprenden realmente la fórmula E=mc2, pero la valoración de las posibilidades y los riesgos de la energía nuclear está al alcance de cualquiera, y las decisiones sobre su utilización podrían y deberían tomarse de forma democrática.
En cuanto al supuesto «análisis» de mi libro, me limitaré a denunciar la sistemática descontextualización y/o tergiversación de mis afirmaciones. Tras decir al comienzo de su ociosa retahíla de apostillas que «esta selección de frases no obedece al deseo de realizar una crítica de aspectos menudos del texto» y que «lo que se critica ni son detalles del texto ni son frases sacadas de contexto», Rodríguez hace exactamente eso y nada más que eso.
En ocasiones, las tergiversaciones parecen deberse a dificultades con el lenguaje. Puede que Rodríguez no conozca, por ejemplo, la diferencia entre «definitorio» (el término que yo uso al hablar de los hábitos alimentarios y sexuales) y «determinante» (el término que él me atribuye o alegremente deduce de mis palabras). Aunque tal vez el problema sea más conceptual que terminológico: Rodríguez no parece tener muy claro lo que son las causas y los efectos, e ignora la relación dialéctica que en muchos procesos se da entre las primeras y los segundos. De hecho, en más de una ocasión apela expresamente a la tosca división entre infraestructura y superestructura, que solo es aceptable como primera aproximación (y así lo entendieron los propios Marx y Engels), y que tomada al pie de la letra no es más que puro determinismo economicista (una de las enfermedades crónicas del marxismo ingenuo).
El párrafo final del «análisis» da la medida de su seriedad: «Opone -dice Rodríguez de mi libro– feminismo y marxismo como si el feminismo no fuera un corolario de las tesis marxistas». Citaré solo una frase de mi texto como ejemplo de la manera en que «opongo» feminismo y marxismo (a cuya relación, por cierto, dedico uno de los capítulos más importantes del libro): «El socialismo y el feminismo se contienen mutuamente (como dos manos entrelazadas), forman un todo indisoluble, y su desarrollo conjunto es un proceso dialéctico…». Parece ser que Rodríguez no solo tiene problemas con el lenguaje textual sino también con el corporal, y la imagen de dos manos entrelazadas le sugiere la idea de oposición (tal vez le recuerde una llave de lucha libre). En cuanto a lo de que el feminismo es «un corolario de las tesis marxistas», tamaño disparate solo puede decirlo alguien que no sabe ni lo que es el feminismo ni lo que es el marxismo; ni siquiera lo que es un corolario.