En el número 1936 del dominical del periódico EL PAÍS del 3 de Noviembre, aparece en la última página, como de costumbre, una nueva diatriba del señor Marías, que no contento con dar rienda suelta a su verbo en las páginas de sus novelas, parece querer aleccionarnos a nosotros, los pobres mortales del otro lado […]
En el número 1936 del dominical del periódico EL PAÍS del 3 de Noviembre, aparece en la última página, como de costumbre, una nueva diatriba del señor Marías, que no contento con dar rienda suelta a su verbo en las páginas de sus novelas, parece querer aleccionarnos a nosotros, los pobres mortales del otro lado de la página, semana tras semana. (http://elpais.com/elpais/
Claro que todo esto lo hace como si nada, como si los tópicos en los que a veces cae, fueran fenómenos naturales únicos de la lengua de Cervantes, cuando las más de las veces no pasan de perlas Majóricas, a lo sumo.
Yo no me precio en nada como lírico ni gramático, pero sí me aprecio un poco como ser pensante. Por eso no me apetece nada tragarme la sopa con la que se deleita el señor Marías en su Zona Fantasma del pasado domingo.
Después de unos cuantos párrafos deplorando cortes y más recortes, de un más que populista arrebato contra las subidas de impuestos, y de escandalizarse del despilfarro de dinero empleado en asesores gubernamentales nombrados a dedo, Marías nos deja una perla maravillosa que demuestra, de una forma cristalina, lo que es no entender en absoluto de qué tiene o tendría que ir la política:
«Lo más sangrante, con todo, es esto: si alguien es Presidente, ministro, alcalde, consejero autonómico o concejal, se supone que posee conocimiento y criterio para desempeñar su cargo y que no necesita de ningún asesor, no digamos de 262. Es como si yo no escribiera mis libros -aunque los firmara- y tuviera a mi disposición un nutrido equipo de ‘consejeros’ y ‘negros’, por qué no. De la misma manera que si soy novelista se da por descontado que sé escribir mis novelas y decido en ellas sin ayuda de nadie, y me documento si me toca hacerlo, de un cargo público debe esperarse que él o ella sean sus propios «asesores», y que dimitan si no es así y dejen su puesto a quien sepa de verdad. O bien que el salario de los 262 «asesores» de Barcelona, los 231 de Madrid y los 600 del Gobierno central se reste de los que respectivamente perciben Xavier Trias, Ana Botella y Mariano Rajoy.»
Parece que el señor Marías viva en la época de la Grecia antigua, con un Platón defendiendo una República gobernada por filósofos. Con esto no quiero, ni mucho menos, desmerecer a un autor tan importante como Platón, que utilizaba una técnica tan interesante -la de los diálogos- para transmitir su pensamiento, y a un personaje magistral, como Sócrates, para sacarle los colores a la clase alta. Y digo que parezca se haya quedado en esa época, porque si para ser político (o para hacer política) hay que ser ingeniero, físico, economista de diversas tendencias, músico y académico de la lengua -y todo a la vez- sólo los «buenos» podrían acabar decidiendo, porque los simples mortales no entendemos de nada. Y eso me suena a plan Bolonia o a aulas separadas para tontos y listos, a lo elitista, muy en la línea de pensadores tan de moda como Esperanza Aguirre o el ínclito ministro Wert. También me suena a Holywood -que estamos ya en el siglo XXI, hombre, donde se supone que no hay esclavos y que las mujeres pueden votar, además de hacer muchas otras cosas.
Es una pena que con tanto leído (y escrito), el señor Marías no le haya prestado mayor atención a ninguno de los diversos movimientos sociales, que se van dando a lo largo de los años -el 15M sería uno de los últimos, por mencionar uno- que abogan por una democracia más participativa, por una manera de hacer las cosas, y de decidir, más horizontal, más transparente y, en definitiva, más informada. Y sí, para ello se necesita gente que sepa, consejeros, pues todas las personas no sabemos de todo.
Un Presidente de gobierno o un alcalde no tiene más que responder de su honestidad y su compromiso, pues es un mero (nada más y nada menos) representante del sentir popular. Y para ello no sólo ha de escuchar a sus asesores, sino también al pueblo. Otra cosa es cómo se elijan esos asesores y a cuánto ascienda su remuneración. Pero el saber, la información y las decisiones, o son compartidas o se rompe la baraja (que es lo que suele acabar pasando después de muchas estrecheces y tiranteces).
Xavier Trias, Ana Botella y Mariano Rajoy son unos impresentables con respecto a los cargos que ostentan, pero no porque sean unos incompetentes (que también) sino porque las tareas que desempeñan -esas que aglutinan bajo el término «política», que se reservan para ellos sólos, en vez de para todos, como defendiera Platón- son mentir, robar, permitir, mirar para otro lado, encubrir, reprimir, hacerse el sueco, invitar a sus amigos a la fiesta, intercambiar cargos públicos con privados, mantener el status quo… entre otras (vaya, así parece que no paren de trabajar).
Al final, un artículo de un periódico, a cuyo autor sí se le pide saber escribirlo y estar documentado, y, si es de opinión, formársela de manera un tanto cuidada, acaba convirtiéndose por la fuerza de la rutina o el cheque nominal (vaya usted a saber) en un ejercicio de retórica barata más propio de barra de bar que de finura lingüística. Huele como aquél que dice: «los políticos son todos unos ladrones» y que vota siempre a su ladrón preferido cada cuatro años.
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