Porque considero arrogante otorgar a una voluntad la creación de la maravilla que es el universo. Porque no puede haber voluntad capaz de conciliar toda la interacción de la naturaleza y erguirse sobre ella como creadora. Porque es una renuncia a tratar de entender más allá de los dogmas de la fe. Dios es voluntad, […]
Porque considero arrogante otorgar a una voluntad la creación de la maravilla que es el universo. Porque no puede haber voluntad capaz de conciliar toda la interacción de la naturaleza y erguirse sobre ella como creadora. Porque es una renuncia a tratar de entender más allá de los dogmas de la fe. Dios es voluntad, la naturaleza es perfección. Una voluntad nunca podrá crear perfección. Dios cuenta con atributos humanos, no podría ser de otro modo en una cultura que ha convertido al hombre en centro. Dios, como creación e interpretación humana de lo desconocido es hasta simpático. Difundirlo como camino de vida erigido en voluntad creadora, es cuestionable.
La vida el humano no se la debe a ninguna voluntad. Ni la muerte propia debe ser censurada. Sólo pueden encaramarse sobre el nacimiento y la muerte aquellos que pretenden imponer una verdad mundana. El Dios que nuestra cultura nos presenta, es tan humano que su divinidad es familiar. Sufre, castiga, ama, perdona, condena, da vida: a imagen y semejanza. El límite de Dios es el límite de los humanos. Su imagen, sus ideas, sus actos, respaldados por las iglesias, no se han acercado a la divinidad, sino que han sido y son sociales, pero asumiéndose mejores.
Si el Dios que se nos presenta tuviera algo de divino, esa idea no podría ser validada en categorías humanas. Por eso Dios se encuentra en muchos lugares. En las pantallas de la TV, en programas de radio y hasta en la publicidad. Hace un tiempo paneles colocados en las zonas residenciales de Lima, publicitaban a Dios. Si Dios fuera Dios no necesitaría de la publicidad para persistir. Ante ello, enjuiciar desde la divinidad o santidad no es más que una treta, ante la que cada en cada celebración religiosa debemos permanecer en silencio. La semana santa recogidos, la navidad eufóricos.
Lo cierto es que la mayor fiesta católica se ha trastocado y la divinidad supuesta no ha podido hacer nada para que navidad no sea sinónimo de dinero, de consumo, de pavo muerto. La divinidad ha sido vencida por la publicidad y el consumo. ¿Puede una divinidad desaparecer frente al comercio de los bienes terrenales? Lo terrenal se esfuerza por construir un lugar distinto alimentando la idea de divinidad. Pero religión y consumo en esta época son casi sinónimos. La religión, en muchos casos es un producto, publicitado y expuesto en los medios de comunicación.
Hipotecado ante la voluntad creadora, al humano se le impide cruzar el puente que lo lleve a confrontar las estructuras divinas. Porque éstas son finalmente políticas. La distinción entre religión y política no existe. Unos hacen su labor apoyándose el dogma divino, otros en el dogma político. Así, Dios o determinada ideología es la voluntad por sobre las voluntades y se le otorga infalibilidad.
No hay más que mirar alrededor de nuestro planeta, para comprender la armonía natural. De esa naturaleza cósmica sólo podemos atisbar una ultra diminuta parte en este rincón escondido del universo. Y desde este rincón algunos han decidido que una voluntad a la que llaman Dios es la que lo ha creado todo. Qué arrogancia, qué atrevimiento. Nuevamente el hombre encaramado sobre su voluntad de crear ficciones, pero no para ser leídas, sino para ordenar el universo a la imagen de sus limitaciones. No hay voluntad capaz de haber creado un mundo ni menos el universo. Pero sí hay voluntades que para sustentar sus intereses pretender validar esa limitada interpretación de la naturaleza. El universo no cabe en Dios. Dios cabe en el humano. Por eso otros creemos en el humano, simple, terreno, sexual, torpe y limitado. Pero a veces inteligente y acertado, creador y amoroso.