Traducido para Rebelión por Felisa Sastre
El Día de Acción de Gracias por la mañana, George W. Bush apareció en Irak con su mejor sonrisa para la foto, en traje de campaña y rodeado de soldados. Llevaba una fuente con lo que parecía ser un hermoso pavo asado. El periodista del Washington Post, Mike Allen, informó de que «el ave tenía muy buen aspecto, rodeada de racimos de uva y otros adornos que le daban una imagen a lo Norman Rockwell como evocación de la abundancia y la seguridad en una de las zonas más peligrosas del planeta».
Como el mundo pronto habría de saber (y olvidar con rapidez ) la fuente con el pavo era un montaje, pura tramoya, con el objetivo de que Bush posara ante las cámaras. Bush estrechó algunas manos, dijo «Dios bendiga a Estados Unidos» y escapó hacia su avión tan rápidamente como había llegado.
Así, de golpe, el nuevo Conquistador enlazaba la sangrienta historia de los 511 años de la conquista del «Nuevo Mundo»- cuyas legiones asolaron a la población nativa en el nombre de Cristo- con los bombardeos e invasión de Irak del pasado año, y con la tortura y la detención de prisioneros de guerra en las mases militares estadounidenses.
Desde aquel Día de Acción de Gracias del año pasado, los Estados Unidos de Bush han sembrado el paisaje iraquí de armamento de uranio empobrecido que ha contaminado la agricultura y los suministros de agua para los futuros de miles de años.
Cuando escribo estas líneas, las tropas estadounidenses bombardean la ciudad de Faluya, y centenares de civiles muertos yacen en las calles de la ciudad. Los militares los denominan «cadáveres» y «daños colaterales» al igual que hacen los medios de información. Los periodistas estadounidenses y británicos huyeron de la matanza y han vuelto en su calidad de reporteros «empotrados», a salvo entre un ejército enorme que les protege para que embellezcan los comunicados de prensa de los militares y los envíen por fax a sus editores como si fueran «noticias de primera mano». Sólo gracias a las fotografías tomadas por periodistas árabes y de medios de información independientes, hemos podido enterarnos del auténtico horror, de los cuerpos de los niños tirados en las calles al lado de tanques en los que soldados estadounidenses contemplan con satisfacción el panorama.
The New York Post publicaba la fotografía de uno de los soldados con un pie de foto que decía » un hombre Marlboro«, como modelo de lo que significa para ellos un auténtico»hombre»: rudo, con la cara untada de camuflaje y un cigarrillo en la boca. No es culpa de los medios el que necesiten fabricar héroes con semejante aspecto, pero disculpen que yo piense quizás en los guerrilleros, o en los centenares de resistentes armados, o en los inmigrantes enrolados simplemente para sobrevivir; que piense en juristas como Lynne Stewart que se oponen a la Patriot Act, y a la liquidación de los Derechos Fundamentales para recordar lo que significa ser un ser humano en una era de robots.
De la misma manera que pienso en Palestina, donde los ocupantes israelíes construyen un monstruoso Muro que es, esencialmente, un campo de concentración que rodea y se interna en toda Palestina, pagado con los impuestos de los contribuyentes estadounidenses.
El mismo espíritu que dio lugar al primer Día de Acción de Gracias en el siglo XVII sobre los cadáveres de los indios pequotes asesinados, es el que se mantiene en la actualidad sobre los cadáveres de los iraquíes, afganos y palestinos asesinados.
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En noviembre de 2003, mientras el avión de George W. Bush aterrizaba unos momentos antes de su montaje de almuerzo en Irak, yo escribía «Por qué odio el Día de Acción de Gracias» que terminó publicándose en varios lugares con distintos títulos, tales como el de Counterpunch «¿Genocidio? ¡Que pase el pavo!». Mucho ha llovido desde entonces pero, a pesar de las enormes protestas contra la guerra que conmocionaron al mundo, la verdadera historia de lo que representa el Día de Acción de Gracias, tal como exponía en mi artículo, ha vuelto a resurgir sin remordimientos desde las áreas de compras de las zonas residenciales como si fuera la Noche de los Muertos Vivientes. Robadas las elecciones, en la oscuridad militares ignorantes destrozan por todas partes.
Recibí centenares de cartas en las que se contestaba a mi artículo. En futuras reimpresiones de aquel folleto prepararé un apéndice con los comentarios de los lectores, si tienen la amabilidad de enviármelos. En esta ocasión sólo he añadido algunas pinceladas históricas y hecho algunas correcciones.
Una consideración adicional tiene que ver con el fetichismo del que hemos rodeado la «comida del Día de Acción de Gracias», el porqué comemos pavo y de dónde viene la costumbre. Si bien recuerdo con cariño los resultados de la receta secreta de Tía Dora para su delicioso pavo asado que tanto me gustaba cuando era niño, me rebelo por la matanza ritual que cada año sufren decenas de millones de pavos, de los que muchos de nosotros disfrutamos mientras contemplamos las, igualmente saludables, imágenes de niños iraquíes y afganos destripados. William Kunstler- ¡que descanse en paz en su tumba!-, mientras se genera la energía necesaria que impulse todas las página de indymedia del mundo hasta el fin de su vida para hablar de las relaciones entre las matanzas de animales, la pena de muerte y la historia de la colonización…y sobre lo que deberíamos hacer para que las cosas empezaran a cambiar:
«Marjorie Spiegel, una vecina mía en Greenwich Village, ha escrito un libro irresistible, The Dreaded Comparison (La temida comparación) en el que detalla la devastadora analogía entre la esclavitud humana y la de los animales» arguye Kunstler, y continúa:
«Alice Walker, en su muy elocuente prólogo, afirma que los animales del mundo existen por sí mismos y no están en el mundo en función de los seres humanos, de la misma manera que los negros no lo están en función de los blancos o las mujeres respecto de los hombres… Nos pertenecemos a nosotros mismos de la misma manera que el mundo animal se pertenece a sí mismo, por lo que no sólo estamos obligados a establecer unas normas y regulaciones para nuestra conducta sino que debemos promover la sensibilidad que nos haga ser respetuosos, profunda y positivamente, con el planeta entero y con la variedad de sus pobladores. Si fuéramos capaces de conseguirlo, entonces, quizás algún día, pasadas unas generaciones, aquellos que vengan detrás de nosotros podrán vivir en armonía con todos los seres de la tierra, humanos y no humanos».
Pero hablemos de la matanza ritual de pavos: el hecho de que la media de calorías que consume el estadounidense en la comida del Día de Acción de Gracias es de 2.000, y el que vivamos en un país que con el 5% de la población mundial consume el 27% de los recursos naturales del planeta, y que generamos el 50% de los residuos de la tierra nos plantea un argumento muy sólido contra la cría y cultivos industriales, contra el sometimiento de animales (y plantas) a graves violaciones, ingenierías genéticas, pesticidas, y consumo de antibióticos, que conducen a unas condiciones no sólo de tortura hacia los animales sino que se introducen en la dieta estadounidense y tienen graves repercusiones en la salud humana.
Nos estamos convirtiendo en un país enfermo psíquica y mentalmente, porque ambos aspectos están relacionados entre sí.
Sabemos que es preciso decir la verdad a los poderosos, y que la justicia prevalecerá en algún momento; las preguntas, no obstante, son «¿Cuánto tardará en llegar ese momento? ¿Cuánta gente será torturada y asesinada hasta entonces?» y «¿Cómo podemos detener tamañas barbaridades? ¿Qué debemos hacer, AHORA?».
Tras leer mi ensayo, un lector me escribió: «¡Por Dios!, ¡me he quedado tan deprimido! Espero que no escriba ahora ‘Por qué odio las Navidades’. Su familia debe realmente tener ganas de que llegue el Día de Acción de Gracias pero por el bien de mi salud creo que me sumaré a la versión revisionista!»
Otro lector me preguntaba: Leo sus artículos desde hace años y me pregunto si no existe nada que le proporcione alegría y ganas de celebrar algo. Nunca le he oído hablar de algo positivo sino sólo de lo que le parece que va mal en el mundo. ¿Hay algo que crea que va bien?».
Sólo puedo contestar con una palabra: «Resistir». Celebrar que se resiste. Eso es lo que me produce alegría, la resistencia en sus formas políticas, artísticas, sociales y sexuales.
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Este Día de Acción de Gracias, iré con MI familia y con aquellos de ustedes que creen en el valor de la resistencia y ayunaremos delante de la casa del Senador Chuck Schumer en Park Slope, Brooklyn, para protestar contra la guerra de Irak y Afganistán, contra la financiación estadounidense de la ocupación israelí de Palestina, y contra la detención y tortura de inmigrantes y prisioneros de guerra que lleva a cabo el Gobierno estadounidense.
Ayunaré en el exterior de la casa del Senador Schumer para meditar sobre los lazos históricos que unen a la actual política de Estados Unidos con su genocidio del pueblo nativo de la Isla de la Tortugas.
Ayunaré por Leonard Peltier, Mumia Abu-Jamal y todos los prisioneros políticos en Estados Unidos.
Ayunaré contra la Patriot Act de los Estados Unidos de América, contra la represión de los inmigrantes y la aniquilación de la ley de Derechos Fundamentales.
Ayunaré contra la devastación ecológica mundial.
Ayunaré para reflexionar mejor sobre que nuevas formas de resistencia adoptar.
El trabajo de encontrar formas de transformar la desesperanza en resistencia es muy reconfortante. CREAR la alternativa. SER la alternativa. No dejemos que el sistema decida por nosotros para que asumamos sus rituales y guerras, o las formas de combatir sus terrores. Seamos creativos. ¡La resistencia les mantendrá jóvenes para siempre¡
Mitchel Cohen. Bensonhurst, Brooklyn.
25 de noviembre de 2004