Traducción para Rebelión: Carlos X. Blanco
Siguiendo los pasos de Gramsci, se puede decir que una teoría es revolucionaria cuando separa completamente el campo del Siervo del dominio del Señor, colocándose como una «cumbre inaccesible» para los adversarios y como una categorización de lo real que no puede ser reabsorbida en la malla de la ideología dominante. Como sabemos, la lucha de clases es siempre también una «lucha de clases cultural», es decir, una lucha superestructural entre visiones del mundo diferentes y antagónicas, entre perspectivas incompatibles y en abierto contraste.
En ausencia de una teoría revolucionaria, tampoco puede haber un movimiento revolucionario. Este último sólo puede constituirse a partir de una elaboración teórica capaz de:
a) poner de relieve las contradicciones de lo existente (derribar las categorías dominantes),
b) esbozar una perspectiva en nombre de la cual actuar en el presente con vistas a la reapropiación del futuro y
c) traducirse gramscianamente en un sentido común, en una hegemonía cultural y política capaz de movilizar a las masas nacionales y populares, reformarlas intelectual y moralmente e inducirlas a participar activamente en el proyecto de lucha contra el presente para el redescubrimiento del futuro.
Ni que decir tiene que si, como ocurre hoy, las categorías conceptuales utilizadas por el Siervo son las mismas que las utilizadas por el Señor (y, por lo tanto, aún con Gramsci, no se presentan como «cumbres inaccesibles» para el mismo Señor), la teoría no puede ser revolucionaria: de hecho, terminará inevitablemente generando una «morfina política» (Gramsci), para justificar el orden imperante y confirmar la naturaleza sublime de los dominados, su subordinación a las ideas dominantes de la clase dirigente.
La victoria del Señor debe ser entendida hoy, por tanto, tanto a nivel de conflicto material practicado en forma de masacre contra los subordinados (libre mercado, globalización, competitividad, etc.), como a nivel de antagonismo cultural y simbólico. La lucha cultural a favor de la descomposición de la conciencia de clase antagónica avanza, de hecho, con pleno éxito: además, consigue que el Siervo acepte, como si fuera natural y fisiológico, fatal e ineluctable, la diferencia de poder y riqueza que tiende al infinito entre la aristocracia financiera de la clase global y la masa precaria de la clase más pobre.
El Siervo, que en la balanza de poder existente está en el fondo, ha metabolizado la mirada del Señor desde arriba: una mirada que induce al polo dominado y subordinado a amar sus propias cadenas y, como en la cueva platónica, a luchar en su defensa contra cualquier libertador, difamado por el propio Siervo según las etiquetas utilizadas ad hoc por el Señor para condenar al ostracismo cualquier perspectiva que no esté alineada (comunistas, fascistas, xenófobos, populistas, conspiradores, rojos, etc.). Por esta razón, la masacre de clase de hoy es simbólica, así como real. En efecto, los vencidos de la globalización son doblemente vencidos, tanto a nivel estructural como superestructural: son vencidos y se esfuerzan por seguir siéndolo, ya que, en lugar de oponerse a los procesos globalizadores que los hacen cada día más esclavos y más explotados, los saludan con entusiasmo, oponiéndose a todo lo que puede oponerse a ellos (Estado nacional, regulación política de la economía, etc.). Nuevos esclavos de la cueva de la memoria platónica, están dispuestos a difamar con las etiquetas gastadas del comunismo, fascismo y rojipardismo a cualquiera que intente incluso mostrar las contradicciones y proponer una reversión de la situación a través de la repolitización del conflicto, el rearme ético de la sociedad, el relanzamiento de la economía, la des-globalización antiimperialista, la des-economización de lo imaginario y la reorientación geopolítica en clave no atlántica.
Estas categorías son a todos los efectos la «cumbre inaccesible» para el Señor globalista, cuyo dominio amenazan en el acto mismo por el que lo revelan: por eso, vienen del polo dominante y se oponen en todos los sentidos, de modo que el mismo Siervo se ve inducido a combatirlas y, una vez más, a poner su mirada desde arriba, a la que también debería combatir si se acercara a la realidad de la balanza del poder con su mirada desde abajo. Un ejemplo sobre todo, entre los muchos disponibles: los jóvenes que hace unas semanas salieron a las calles para manifestarse contra el poder y, juntos, usaron sus lemas, gritando con una voz dura «libre circulación» y, de hecho, citando implícitamente como modelos a Mario Monti y Soros.
Fuente original: https://www.ilprimatonazionale.it/primo-piano/ecco-perche-un-movimento-rivoluzionario-deve-avere-una-teoria-rivoluzionaria-94916/