Xulio Ríos es Director del Observatorio de la Política China. Asesor de Casa Asia y coordinador de la Red Iberoamericana de Sinología, colabora con diferentes medios de comunicación y revistas especializadas. Forma parte de consejos científicos y comités de redacción de diversas publicaciones sinológicas. Profesor y consultor de varias instituciones universitarias de España, China y […]
Xulio Ríos es Director del Observatorio de la Política China. Asesor de Casa Asia y coordinador de la Red Iberoamericana de Sinología, colabora con diferentes medios de comunicación y revistas especializadas. Forma parte de consejos científicos y comités de redacción de diversas publicaciones sinológicas. Profesor y consultor de varias instituciones universitarias de España, China y América Latina, es autor de más de una docena de libros sobre China. Entre los que pueden destacarse: China, ¿superpotencia del siglo XXI? (1997), China: de la A a la Z (2008), o China moderna (2016), premio Cátedra China 2018.
En esta conversación nos centramos en su último libro, La China de Xi Jinping, publicado por la Editorial Popular en 2018.
Estábamos aquí. Cuando habla usted, en el capítulo II, de China y el retorno a lo grande, ¿qué debemos entender aquí por grande? ¿China desea ser una superpotencia como EEUU? ¿Aspira a superarles? ¿Desea acaso que el siglo XXI se pinte de amarillo?
Desde el punto de vista histórico, la apertura de China al exterior tiene más trascendencia que la propia reforma económica. China volverá a ser grande en lo económico. Es ya la segunda economía del mundo y pronto será la primera si las cosas no se tuercen. Según el FMI ya lo es desde 2014 en términos de paridad de poder de compra. Pero ya fue la primera potencia durante varios siglos. La diferencia ahora radica en que la apertura pone fin a su autarquía tradicional. El emperador Qianlong rechazó la petición del enviado del rey Jorge de Inglaterra cuando le solicitaba la apertura de sus mercados, asegurando que ellos tenían de todo y que no necesitaban nada de nadie. La kaifang o apertura, en los años ochenta, puso fin a un desarrollo histórico de más de veinte siglos instituyendo la interdependencia con el exterior como clave permanente. Por eso China no podrá nunca cerrar sus puertas al mundo, entre otras cosas porque ha interiorizado que esa fue la principal causa de su decadencia.
Por sus dimensiones físicas, demográficas, etc., es lógico pensar que China, si la historia sigue su curso, devenga la primera potencia del mundo en muchos planos. Ahora bien, las diferencias culturales con Occidente son aun significativas, no se van a evaporar con la proliferación de McDonalds en las ciudades chinas, y la coexistencia en la pluralidad y la diversidad, desde el respeto mutuo, deben marcar el futuro. Xi habla de comunidad de destino compartido, que puede interpretarse como que el destino de toda la humanidad no puede ser gestionado solo por Occidente. En el PCCh actual no se advierte vocación mesiánica de otros tiempos. No hay expansionismo en el modelo chino pero China está llamada a desempeñar un papel destacado en el sistema global. Occidente tiene que aceptarlo sin que ello signifique que deba renunciar cada cual a sus identidades civilizatorias.
Habla en este apartado del reformismo económico. ¿Qué finalidades tiene ese reformismo?
La clave consiste en instituir y reconocer una lógica de reforma permanente para desarrollar la economía del país basándose en el gradualismo y la experimentación en el contexto de una visión de largo alcance. El PCCh no rechazó el mercado pero tampoco se desdijo de la planificación. El plan quinquenal sigue siendo el referente principal de la política económica en China, aunque el mercado disponga de espacios que se han ido ensanchando en los últimos años buscando la eficiencia económica. Por otra parte, la economía privada se ha desarrollado mucho. En 1978, la economía pública respondía del 79 por ciento del PIB mientras que en 2017, la economía privada respondía del 69 por ciento del PIB. Pero los sectores estratégicos (desde la comunicación a los transportes, la energía, la banca, etc.) siguen en manos públicas. Esas palancas permiten que el control del proceso de reforma descanse en el PCCh evitando que se imponga la lógica del mercado frente a un Estado débil. No es el caso de China. En la práctica, se demuestra que esto le brinda unas fortalezas adicionales para impulsar las reformas necesarias en condiciones superiores a las economías de mercado de signo liberal. Tiene otros problemas, pero la combinación equilibrada de estos factores es lo que ha permitido el enorme salto que ha experimentado la economía china en estos años, con trazos que cambian y trazos que no deben cambiar por más que Occidente presione para que se «homologue».
¿Se respetan los derechos sindicales en China? Elaine Hiu y Eli Friedman explicaban en un artículo de título sorprendente -«El Partido Comunista Chino contra las leyes laborales chinas» ( https://www.jacobinmag.com/2018/10/china-communist-party-labor-law-jasic – que «en mayo de 2018, un grupo de trabajadores de Shenzhen Jasic Technology Co (Jasic) comenzó a responder a los diversos esfuerzos de la compañía para engañarlos sobre su debida compensación, mediante el establecimiento de un sindicato de empresa, un derecho que garantiza la ley china. Pero en lugar de recibir apoyo del Gobierno, los trabajadores y sus aliados se han encontrado con el desprecio oficial, despidos, represión violenta, detenciones policiales y cargos legales espurios». ¿Exageran Hiu y Friedman?
Los sindicatos oficiales, la Federación Nacional de Sindicatos, actúan en el marco del sistema político chino como una entidad prestadora de servicios. Su papel en los conflictos laborales es muy limitado y acostumbra a posicionarse buscando alternativas que no siempre satisfacen los intereses de los trabajadores. Durante muchos años, la consigna oficial en China fue «primero eficacia, después justicia». Esto derivó en que la justicia social, los derechos laborales, etc., pasaran a un segundo plano en nombre de la maximización de los objetivos económicos, la gran prioridad. Aun ahora, por primera vez en muchos años, en el XIII Plan Quinquenal se plantea como objetivo no solo duplicar el PIB en 2020 con respecto a 2010 sino también duplicar el ingreso per cápita de la población. Esta evolución explica que en situación de conflicto, los trabajadores busquen alternativas fuera del marco oficial, intentando crear sindicatos autónomos, buscando el apoyo de ONGs especializadas o incluso más recientemente de estudiantes comprometidos con su causa. Como cabe imaginar, el PCCh intenta controlar al máximo cualquier expresión de autonomía en un esfuerzo por multiplicar su presencia y ocupación de todos los espacios en los que pueda detectarse cierto dinamismo cívico con potencial para cuestionar su política o magisterio. La represión es parte de la respuesta cuando otros mecanismos no funcionan.
Le cito (de un artículo suyo reciente): «En los últimos meses, en el marco de los debates en torno al cuadragésimo aniversario de la adopción de la política de reforma y apertura en China (1978), se ha reactivado el debate acerca del papel del sector privado en la economía china. Su alcance ha sido tal que los máximos dirigentes del país se han visto obligados a realizar precisiones contundentes». ¿Qué papel juega, qué papel desean que juegue el sector privado en la economía china?
Como he señalado anteriormente, en términos de porcentaje, la economía privada es muy importante; responde, por ejemplo, del 90 por ciento del empleo urbano en una China que desde 2012 es también, por primera vez en su historia, más urbana que rural. En 2017, se contaban 27 millones de empresas privadas, la mayoría pymes. Pero el debate actual está muy relacionado con la guerra comercial con EEUU y la capacidad empresarial para encararla. En el ámbito académico y político, en China algunos piensan que el sector público está en mejores condiciones de afrontar este reto y por eso sugieren redimensionar el papel de la economía privada fortaleciendo los vínculos con el conjunto del sector público, propiciando una especie de gestión conjunta que algunos sugieren incluso llevar más allá, planteando abiertamente que las empresas estatales tomen el control de las empresas privadas en algunos sectores. No creo que se llegue a eso pero simplemente el hecho de que se abra un debate de estas características es bien indicativo del nivel de singularidad de la economía (y la política) china.
Se critica en ocasiones al gobierno y al partido chino por sus políticas respecto a las nacionalidades minoritarias. Tíbet y Xinjiang serían los ejemplos más citados. ¿Observa usted cambios en esa política?
La verdad es que no, al menos para mejor. Y en el caso de Xinjiang, la situación ha ido a peor notoriamente. En general, la autonomía proclamada como alternativa para afrontar este problema es muy frágil, básicamente por inexistente. Las provincias de mayoría Han gozan de mayor autonomía efectiva en muchos casos que cualquiera de las cinco regiones autónomas de China donde el secretario del PCCh, de nacionalidad Han, es quien tiene siempre la última palabra. El autogobierno efectivo, el co-gobierno en determinadas áreas, tienen escaso recorrido. La lógica desarrollista se impone aquí a la lógica política. Es el desarrollo lo que diluirá el sentimiento identitario, dicen. Las inversiones se multiplican, la pobreza se reduce; en consecuencia, una vida mejor llevará a las nacionalidades minoritarias a identificarse más con el sueño chino. No creo que funcione de manera tan simple.
Habla en el libro de la Quinta Internacional. ¿Qué Internacional es esa? ¿Quiénes la formarían?
Sería una internacional de nuevo tipo que lideraría el PCCh a modo de encuentro partidario global, y se suscitó a raíz del foro mundial de partidos políticos celebrado en Beijing en 2017. En él participaron formaciones políticas de todo el mundo y de diverso signo ideológico. Xi anunció la intención de institucionalizar el evento. Con él, el PCCh busca un mayor reconocimiento internacional de su papel en la modernización del país y de sus contribuciones a la agenda global. No se trata de repetir los enfoques de anteriores u otras internacionales que se fundamentan en la afinidad ideológica sino de la creación de un marco de nuevo signo que permita establecer un foro democrático y plural en el que los diversos partidos representativos de cualquier país puedan avanzar hacia la definición de una visión mundial con respuestas a los principales problemas del orbe contemporáneo. De tal modo, también China podría elevar naturalmente su influencia internacional, un objetivo complementario de esta iniciativa que rompe con los procedimientos al uso en este tipo de foros.
Sobre el capítulo IV, «Economía y sociedad» ¿no es inconsistente que un país que dice ser una República Popular sea uno de los países más desiguales del mundo?
Sin duda, el Índice de Desarrollo Humano se sitúa en la posición 86 y el coeficiente de Gini alerta de los riesgos. Ahora bien, también debemos poner esto en perspectiva. Más de 700 millones de personas han salido de la pobreza extrema en los últimos 40 años y para 2020 el principal objetivo es eliminarla por completo. Dicho esto, es más que cierto que el aspecto social se ha descuidado mucho en los años ochenta y noventa. También lo es que desde Hu Jintao, la situación ha empezado a cambiar. Hoy es una exigencia imperiosa si China quiere convertir el consumo en un pilar del nuevo modelo de desarrollo y universalizar un determinado nivel de bienestar. Hay mucho por hacer en educación, salud, mejora de las pensiones, etc. La idea de Deng de dejar que unos se enriquecieran primero porque no todos podrían hacerlo al mismo tiempo derivó en unos niveles de concentración de riqueza y desigualdad inasumibles. Y corregirlo eficazmente llevará tiempo.
Sobre el V, «Seguridad y defensa»: ¿China se siente agredida por Estados Unidos? ¿Teme acaso una alianza aparentemente imposible entre Occidente y Rusia contra ella?
China reconoce la actual condición hegemónica de EEUU en el plano global aunque su alternativa aboga por un orden multipolar. Su relación con Rusia se encuentra en un momento histórico inmejorable. Las viejas pugnas con la antigua URSS se resolvieron, incluidos los litigios fronterizos. Aquel debate sobre la imposible coexistencia de «dos soles en el Cielo» (la URSS y China rivalizando por liderar el movimiento comunista internacional) pasó a mejor vida. La energía y la defensa así como una visión internacional similar nutren una relación muy sólida que se fortalece con la miopía europea. Ahora bien, China es consciente de la rivalidad estratégica con EEUU, certificada en su más reciente política de seguridad nacional y alardeada en el importante discurso del vicepresidente Mike Pence en el Instituto Houdson el pasado octubre. EEUU puede tolerar que China se convierta en una especie de Japón grande económicamente pero no que insista en su soberanía nacional para implementar un proyecto autónomo en los planos político o ideológico. El «America first» no puede ser más claro. Si China se resiste a incorporarse a las redes de dependencia de EEUU, la confrontación está servida.
Tomemos otro descanso. El último.
De acuerdo.
Primera parte de esta entrevista «Entrevista a Xulio Rios sobre La China de Xi Jinping (I). «Sin un mínimo conocimiento de la China moderna no es posible entender la China contemporánea» http://www.rebelion.org/noticia.php?id=253755.
Fuente: El Viejo Topo, enero de 2019.
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