Llega una nueva edición de la jornada «El día sin mi coche» convocada por distintas administraciones bajo el impulso de la Unión Europea. Año tras año asistimos a la misma escenificación hipócrita y vacía de contenido. Un alcalde que se sube a una bicicleta como si domara un potro salvaje, dos calles cortadas en el […]
Llega una nueva edición de la jornada «El día sin mi coche» convocada por distintas administraciones bajo el impulso de la Unión Europea. Año tras año asistimos a la misma escenificación hipócrita y vacía de contenido. Un alcalde que se sube a una bicicleta como si domara un potro salvaje, dos calles cortadas en el centro que serán pasto de los onanistas vehículos privados horas después, un tríptico lleno de espacios comunes y ningún compromiso, y muchas declaraciones redondas como neumáticos, bla, bla, bla. Mientras tanto se concede el Príncipe de Asturias a un piloto de fórmula-1 como ejemplo de valores para la juventud (a más velocidad menos cerebro), a los amantes del ciclismo se les martillea con un spot publicitario que clama: «La bicicleta es sufrimiento, la bicicleta es dolor ¡Pues cómprate un coche!». Uno de cada dos anuncios televisivos es de coches, donde se asocia la posesión de este artefacto sanguinario con conceptos como el de libertad, velocidad o independencia. El parque automovilístico crece imparable en toda Euskal Herria y a nuestros próceres no les dan las meninges para más que montar el numerito un día al año. Que se lo miren, las esquizofrenias son peligrosas. Sólo en la UE mueren anualmente 50.000 personas por accidente de tráfico y más de millón y medio resultan heridas de gravedad. A estas frías cifras habría que añadir los efectos del tráfico rodado sobre el calentamiento del planeta, el aumento de emisiones de CO2, las patologías derivadas de la contaminación atmosférica o acústica, la deshumanización de unas ciudades diseñadas al servicio de los automóviles y contra las personas, el recorte de las prestaciones sociales como resultado de la adscripción de los fondos públicos a la construcción de más y más infraestructuras de transporte. El 73% de la distancia recorrida por las personas en la CAPV se realiza en vehículo privado y sólo el 18% en autobús, tren o metro; la UPV ha evaluado los costes de la congestión en torno a los 1.200 millones anuales; la superficie ocupada por las infraestructuras de transporte es el doble de la media comunitaria; en 2003 se matricularon 75.000 nuevos vehículos en Vascongadas; las emisiones de gases de efecto invernadero procedentes del tráfico han aumentado un 85% entre 1990 y 2003. El cáncer de la movilidad promete dejarnos paralíticos. Si los datos sobre la enfermedad son alarmantes los remedios son terroríficos. Supersur en Bizkaia, Transpirenaica en Nafarroa, sucesivos cinturones en Donostialdea, Eibar-Gasteiz en Araba y valle del Deba, Tren de Alta Velocidad por todas partes, y todo en nombre de la sostenibilidad, mucha sostenibilidad, el desarrollo sostenible como método para hacer sostenible lo insoportable. Que le pregunten a la flamante nueva consejera de transportes del muy sostenible gobierno tripartito que ha inaugurado su cargo con la intención de «construir Euskal Hiria», vendiéndonos una vez más la construcción nacional envuelta en cementación nacional. Con los fondos públicos que se van a dilapidar en destrozar nuestra tierra con el TAV, sobraría para financiar un transporte público, gratuito y eficaz en toda Euskal Herria para todas las personas durante más de 30 años. El dinero del bolsillo común que se van a gastar estos días para vendernos humo en Iruñea, Gasteiz o Donostia, que lo inviertan en algo tan simple como dotarnos de estaciones de autobuses dignas, porque la primera es un carcamal que amenaza ruina y las otras dos, tras muchos años de provisionalidad, simple y llanamente una vergüenza. Las cuatro capitales vascas del Sur de Euskal Herria aumentan el espacio que se dedica al coche y la superficie asfaltada, mientras se suman a esta convocatoria sin adoptar una sola medida práctica, efectiva, para paliar esta situación de emergencia; todo lo contrario, sus últimos planes urbanísticos, sus diseños de ciudad, están pensados desde la lógica del coche, no vemos en ninguna de ellas voluntad real de enfrentarse a esta situación. A la ciudadanía, recordarles una reflexión de Ivan Illich de hace más de 20 años: «El varón americano tipo consagra más de 1.500 horas por año a su automóvil. Sentado dentro de él, en marcha o parado, trabajando para pagarlo, para pagar la gasolina, los neumáticos, los peajes, los seguros, las infracciones y los impuestos para la construcción de carreteras y aparcamientos. Le consagra cuatro horas al día en las que se sirve de él o trabaja para él. Estas 1.500 horas anuales le sirven para recorrer 10.000 kilómetros, es decir, 6 Km. por hora». Desde Eguzki la propuesta es justamente la contraria, impulsar la jornada «Por un día con coches y sin hipócritas», hacer un llamamiento a utilizar determinado día todos los coches, los efectos serían mucho más positivos. ¿Os imagináis el caos total, la exasperante parálisis, si se ponen todos a la vez en las calles? Conceptos como el de la velocidad, la libertad o la independencia asociados al uso del automóvil privado quedarían hechos añicos. Años de publicidad dirigida por el trust automovilístico al inodoro de la conciencia. –