En su 40º aniversario, Mayo del 68 no pasa desapercibido. Por el contrario, la disputa de interpretaciones sobre su sentido está resultando feroz. Nada que ver, por ejemplo, con lo ocurrido en 1998. ¿Por qué? ¿Debido a las famosas declaraciones de Sarkozy, en las que Mayo se convertía en el chivo expiatorio de la fragilización […]
En su 40º aniversario, Mayo del 68 no pasa desapercibido. Por el contrario, la disputa de interpretaciones sobre su sentido está resultando feroz. Nada que ver, por ejemplo, con lo ocurrido en 1998. ¿Por qué? ¿Debido a las famosas declaraciones de Sarkozy, en las que Mayo se convertía en el chivo expiatorio de la fragilización contemporánea de las relaciones sociales? ¿Al renacer de una conflictividad social que busca su propia memoria? En todo caso, está claro que Mayo del 68 tiene mucho que decir sobre nuestro presente. O bien que nuestro presente gusta de contarse a sí mismo a través de la referencia a Mayo.
En Francia, junto a la conmemoración típicamente oportunista, hay todo un impulso por rescatar la complejidad del acontecimiento, sepultada a lo largo de 40 años bajo los iconos de barricadas, adoquines, enfrentamientos en el Barrio Latino y pintadas. Se han publicado libros sobre el Mayo obrero, sobre el Mayo en provincias, etc. En España, siempre previsible, se pueden contar con los dedos de una mano las iniciativas tras la que hay un verdadero trabajo de investigación, reflexión y -no digamos ya- de recreación de una memoria viva desde el presente. El opinódromo generalizado ejerce como pantalla que impide escuchar directamente al propio Mayo. Así opera la censura hoy: una sobresaturación de ruido que imposibilita toda construcción autónoma y profunda de sentido.
Distingamos ahora muy a grandes rasgos dos lecturas de Mayo: despolitizadora y militante.
La lectura despolitizadora se muestra sin tapujos en los suplementos culturales que han dedicado a Mayo los grandes periódicos en las últimas semanas. En ellos se concentran todos los clichés que expurgan al acontecimiento de su violencia intempestiva sobre nuestro presente: Mayo se interpreta como conflicto generacional, revuelta hormonal, modernización cultural, hedonismo individualista, reivindicación implícita del consumo, etc. No por casualidad, a cargo de la difusión de esta lectura están todos los arrepentidos de la crítica social que ocupan desde hace 30 años el primer plano de los media, la enseñanza, la cultura o el pensamiento. ¿Quién iba a esforzarse más que ellos en difuminar los contornos de un movimiento que recusó profundamente al intelectual como experto, palabra autorizada, voz de los sin voz y productor de consenso («la democracia-mercado es lo que hay, punto»)? Su nostalgia de Mayo es puro maquillaje: sólo hay que leer sus análisis de los conflictos contemporáneos, ya sea el zapatismo, el 13-M o la revuelta en las banlieues francesas.
Por el contrario, la lectura militante de Mayo se encarna en largas trayectorias políticas que han esquivado el destino de la normalización, el cinismo o la autodestrucción. Sufre terriblemente el secuestro de la historia a manos de la versión oficial y reivindica la memoria de Mayo como seña de identidad capaz de orientarnos en tiempos confusos. Busca continuidades y puentes con las luchas actuales. Habla de recomponer la fuerza antagonista y transformadora de la izquierda. Valoriza sobre todo el Mayo militante y señala en ocasiones que el déficit de politicidad del movimiento consistió en no abordar seriamente la cuestión de la organización y la toma del poder. Su aportación es muy valiosa en varios puntos (personal, histórico.), pero políticamente no puede llevarnos muy lejos. Porque el hilo se ha roto, volaron los puentes y establecer continuidades literales sólo genera tristeza por comparación: antes se luchaba, ahora no. No hay nada que recomponer, la derrota de los movimientos de los años sesenta y setenta obliga a repensarlo todo de nuevo. En un contexto completamente trastocado: la gran transformación de la sociedad-fábrica a la sociedad-red operada durante los últimos 40 años.
¿Puede darse otra relación con la memoria de Mayo que no pretenda borrar su contenido político ni use el recuerdo como un hilo con el que coser la identidad perdida?
La verdadera fidelidad no pasa por repetir, sino por volver a crear. Y muchas veces la nueva creación es ininteligible para el creador anterior. Así, Mayo desconcertó a mucha gente que había participado en el Frente Popular en 1936 o en las movilizaciones contra la Guerra de Argelia. Nadie lo vio venir. No respondía a ninguna situación acuciante de necesidad material. Tampoco fue la gota que colmó el vaso tras un proceso clásico de acumulación de fuerzas. Desbordó una y otra vez a las estructuras militantes (organizativas, cognitivas).
Por eso, Mayo no es una respuesta, un patrimonio ni una lección, sino un exceso, una interrogación, una discontinuidad, un desafío, una apertura de la historia que nos atraviesa hoy. ¿De qué modo? Proponiéndonos re-pensar lo político a distancia de la política.
¿Qué dice y muestra cotidianamente la política como espectáculo del sistema de partidos? Por un lado, están los capaces y los que saben. Por otro, están los ignorantes, las víctimas, los espectadores. Carne de cañón.
¿Qué dice y muestra lo político? Que todos somos igualmente capaces.
Si nos acercamos directamente al Mayo, saltándonos las mediaciones de sentido de los expertos en desinformación, si por ejemplo leemos la historia de los Comités de Acción, vemos alguna película de los Grupos Medvedkin o escuchamos relatos de la insubordinación obrera contra el trabajo alienado, lo que sentimos vibrar es el poder de cualquiera (J. Ranciére).
Hoy, actualizamos la potencia de lo político liberada en Mayo cada vez que rechazamos que unos acumulen poder a costa de la pasividad del resto. Siempre que salimos de nuestros circuitos cerrados y tejemos lo común con el otro. Cuando tomamos la palabra sobre lo que nos afecta y desafiamos al sistema de representación (político, mediático, cultural o sindical) que nos la roba cotidianamente. El recuerdo de la autonomía social es lo que pretende erradicar la memoria oficial, porque su actualización creadora hace temblar a las élites que viven de decirnos lo que debemos ver, sentir y pensar.
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Amador Fernández-Savater y David Cortés son responsables del proyecto Con y contra el cine. En torno a Mayo del 68 (http://www2.unia.es/arteypensamiento/)