Vivimos una época de cambios. Crisis económica, sí, pero también crisis social, moral y política. Se sabe que caminamos hacia un nuevo lugar, pero desconocemos cuál es y el camino para llegar a él. Es un momento en el que el viejo sistema no termina de desaparecer y el nuevo asoma pero no emerge del […]
Vivimos una época de cambios. Crisis económica, sí, pero también crisis social, moral y política. Se sabe que caminamos hacia un nuevo lugar, pero desconocemos cuál es y el camino para llegar a él. Es un momento en el que el viejo sistema no termina de desaparecer y el nuevo asoma pero no emerge del todo. Un periodo de postdemocracia, de tensión entre la dimensión liberal y la demócrata que constituyen nuestro sistema político, en el que se deja ver un cierto agotamiento del funcionamiento de los partidos tradicionales, en el que la democracia representativa y sus instituciones sociales y políticas que organizaban la vida dentro de un orden establecido que era aceptado por todos ha dejado de ofrecer las respuestas necesarias que demandaba la ciudadanía, generándose espacios de fuertes incertidumbres, miedos y conflictos.
Frente a procesos de apatía y pasiva desafección postpolítica, el conflicto es lo que define la política en la medida en la que ésta tiende a identificarlo, analizarlo y gestionarlo. En este escenario de transición descrito, en el que desaparecen los anclajes políticos históricos, de anomía, emerge a modo de respuesta política el populismo como movimiento que tiene al pueblo como sujeto político protagonista y eje central de la escena política. Un pueblo desposeído, como idea construida con un nuevo significado transversal y pluralmente aglutinador, que define una realidad de manera simple en el enfrentamiento a una élite antagónica, que ejerce y se mantiene en el poder. Un nosotros, débiles y mayoritarios, frente a un ellos, minoritarios y explotadores del pueblo que padece el ejercicio de su poder. Un nosotros identitario y constituyente de una nueva voluntad popular alternativa que reclama para sí la representación de la ciudadanía que aparece enfrentada a una élite y un sistema que la ha excluido y que promueve un statu quo contra el que se rebela. El populismo, no es propiamente una ideología, sino un fenómeno que supone una ruptura con el régimen anterior, en la medida en la que cuestiona la esencia del sistema, recuperando y reclamando un mayor papel de la ciudadanía en la vida política y nuevos mecanismos de transformación social y participación política que renuevan el contrato social rousseauniano, recuperando a la política como elemento de transformación de nuestra sociedad.
Ese conflicto y la falta de certezas absolutas pueden generar, por un lado, una coyuntura de carácter populista que genere una nueva identidad colectiva y sentimiento de pertenencia que reduzca esta incertidumbre y, por otro lado y como consecuencia de lo anterior, la absoluta resistencia de los poderes del régimen cuestionado que se oponga a este movimiento popular como una reacción de mera supervivencia para seguir conservando su poder. Todo este proceso está encabezado por un liderazgo carismático, en el que se dan todos los elementos de identificación simbólica que articulan a ese nuevo constructo popular heterogéneo, bajo un discurso con un fuerte componente emocional y nuevos significantes o resignificación de ideas anteriores que son la base de la creación de la hegemonía necesaria para que triunfe la unidad popular que pregona.
Cuando se utiliza una palabra de forma continuada llega un momento en el que se vacía de significado, deja de tener sentido. Esta saturación semántica se produce en la actualidad con el término «populista», que se usa frecuentemente de manera peyorativa cuando cualquier político pretende descalificar a su oponente, sin mayor rigor. En ocasiones, y con carácter general, es identificado con la demagogia, con determinados regímenes políticos sudamericanos por la izquierda, con partidos de ultraderecha en Europa o, simplemente, como insulto. Pero, con independencia del significado que se le dé, lo que queda claro es que lo que se quiere transmitir con la palabra «populismo» es que se trata de algo que tiene una carga negativa. Este uso sólo puede entenderse debido al mero desconocimiento o a la reacción del propio sistema que intenta descalificarlo en la lucha por su propia existencia. Porque el populismo es algo más, se refiere a una forma de hacer política que agrupa simbólicamente posiciones políticas muy diversas bajo la simplificación del debate político en la dicotomía pueblo/élites que aparece en momentos de crisis, que se atribuye la representación de los intereses del pueblo, rompiendo de esta manera con el régimen establecido. Se trata de algo complejamente simple, una forma de construcción política que debe ser tenida en consideración y no utilizada torticeramente en el debate político.
Decía un amigo que la evolución de los sistemas políticos a lo largo de la historia se basaba en la dialéctica de cómo el pueblo intentaba poner límites al ejercicio del poder de parte de una élite que encontraba zonas oscuras del sistema para evadirlo y que producía, como consecuencia, otra respuesta del pueblo en forma de nuevo paradigma que pretende subsanar la situación de abuso de poder anterior. Así, la situación que vivimos actualmente sería la respuesta de ese pueblo. El momento de la reivindicación de la dimensión democrática de nuestro marco político que ha sido sometida a un yugo liberal desideologizado y tecnocrático. La tensión clásica de la ciencia política de la dicotomía igualdad/libertad. La clave, por consiguiente, no está en la descalificación o en la evaluación de si este movimiento es mejor, peor o inferir miedo acerca de él, cosa que sólo lo retroalimenta. Se trata de un hecho político serio que no debe menospreciarse y que merece observarse y conocerse en profundidad. Hay que estudiar detenidamente el diagnóstico que hace el populismo de la sociedad con el objetivo de analizar cuáles han sido los factores y causas para que éste se produzca, fijar cuándo se produjo la quiebra de la confianza de los ciudadanos en las instituciones políticas y descubrir por qué nuestra democracia se muestra incapaz para dar respuesta a los problemas que le plantea la ciudadanía. Y, una vez identificados los problemas, ofrecer las soluciones más adecuadas, ya que no se pueden procurar viejas fórmulas a problemas actuales, es decir, deben ser acordes con las necesidades y realidades de los nuevos tiempos políticos. Porque no sólo vivimos una época de cambios, sino un cambio de época.
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