Acepté con gusto e interés la invitación para participar en el primer Diálogo Nacional por un Proyecto de Nación con Libertad, Justicia y Democracia, es decir, alternativo al que sobrevivimos en la actualidad y desde hace varios lustros. Gracias, pues, por la invitación. No es muy difícil imaginar un proyecto alternativo de nación al que […]
Acepté con gusto e interés la invitación para participar en el primer Diálogo Nacional por un Proyecto de Nación con Libertad, Justicia y Democracia, es decir, alternativo al que sobrevivimos en la actualidad y desde hace varios lustros. Gracias, pues, por la invitación.
No es muy difícil imaginar un proyecto alternativo de nación al que nos han impuesto los gobiernos neoliberales. Es suficiente tener una idea más o menos precisa de lo que han estado haciendo y quieren hacer estos gobiernos, para poder derivar los aspectos que deberían revertirse y para pensar en una alternativa. En esta lógica se pueden inscribir los proyectos de nación que han elaborado, hasta ahora, los aspirantes antineoliberales a la sucesión presidencial.
Puede darse el caso de que los proyectos alternativos de nación no resulten muy diferentes entre sí, pero lo importante del Diálogo Nacional, convocado principalmente por fuerzas sindicales, es que las conclusiones a las que llegue no necesariamente tendrán el sello de un partido político o de un precandidato presidencial, sino el de grupos organizados de la sociedad con los que tendrán que contar, si quieren de verdad competir, los partidos que se asumen en la izquierda del espectro electoral, y sus posibles candidatos. La instancia que decide el triunfo de un partido o de una coalición de partidos, no debería olvidarse, se localiza en la sociedad, en una porción de ésta que, pese a su heterogeneidad, tendrá que decidirse por un proyecto contra otro a la hora de votar, y después.
Lo que están intentando las organizaciones sindicales, pese a sus diferencias (que sí existen), es la formulación de objetivos y lineamientos generales de abajo hacia arriba (y con intenciones de ampliarse) sin comprometerse con un candidato o un partido para evitar que ocurra lo mismo que en Ecuador, donde las organizaciones de masas fueron puestas a un lado por Gutiérrez cuando no terminaron cooptados algunos de sus dirigentes. La idea parece inscribirse más en la posición del Movimiento de los Sin Tierra, de Brasil, que apoyó a Lula sin renunciar a sus propósitos y sin dejar de ser oposición social con su propia lógica y dinámica.
Los candidatos, más que los partidos (cada vez más a la zaga de los primeros), suelen ofrecer mucho y hacer poco una vez que están en el poder. De aquí la importancia de definir un proyecto de país al margen de ellos, autónomo, que pueda nuclear a fuerzas sociales importantes y a los cientos de grupos hoy por hoy desarticulados.
La idea, como yo la entiendo, sería fortalecer a las capas sociales que han sido y son las principales víctimas de las políticas neoliberales para que sea quien sea el que tenga el gobierno sepa desde ahora que tendrá oposición más o menos organizada y no sólo comités de apoyo como los que ya se están promoviendo. La diferencia teórica entre el proyecto de país diseñado por fuerzas sociales al margen de los partidos y el de éstos y sus candidatos, es que el primero no sólo está pensado para la sucesión presidencial, sino para presionar tanto a quien resulte presidente de la República como a los miembros del Poder Legislativo. El supuesto, interpreto, es que la representación política derivada de las elecciones tenga como contrapeso a la sociedad organizada, pues ha sido claro que una sociedad sin organización no puede obligar a sus gobernantes a mandar obedeciendo, como escribiera hace más de 50 años el coronel republicano español Manuel Estrada, en su libro Democracia sin partidos (México, 1952).
En estos tiempos en que los partidos han perdido credibilidad en casi todo el mundo y en los que los candidatos-personalidades se autolimitan para cumplir sus ofertas de campaña una vez en el gobierno, sólo una sociedad organizada, activa y participante estaría en condiciones de presionar al poder para que cumpla un proyecto alternativo al que soportamos en la actualidad.
Sé, como todo mundo, que antes de ahora ha habido proyectos alternativos originados desde la base de la sociedad y que no han podido trascender su propia coyuntura. Pero de aquí no debería desprenderse que un intento más tenga que fracasar otra vez. Los fracasos también enseñan, pueden ser considerados ensayos necesarios para una buena puesta en escena. Los vientos, que una vez más vienen del sur, ahora de más al sur que Chiapas, parecen favorables para que la izquierda, aunque sea moderada (el poco a poco no es del todo despreciable), rencauce el rumbo del país. No hay razón para esperar a que la ola del cambio anti-neoliberal tenga que cubrir América del Sur y Centroamérica para que en México el pueblo organizado espere su momento.
El protagonista principal de la democracia es el pueblo, sin él no hay democracia. Es tiempo, entonces, para que se asuma este papel protagónico si de verdad queremos otro país. Y los sindicatos menos comprometidos con el poder, además de otros grupos sociales, están llamando a un diálogo nacional para ponernos de acuerdo en un proyecto alternativo con el cual podamos definir, al margen del partido o grupo que tenga el poder, el futuro de nuestro país.
* Ponencia para el primer Diálogo Nacional hacia un proyecto de nación alternativo al neoliberalismo.