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Prejuicios y crueldades

Fuentes: Página 12

Desde Bonn, Alemania. Los crueles no mueren, resucitan. Siempre están allí. En las últimas elecciones argentinas creen haber ganado ellos. Y creen que van a poder volver. Están asomando el rostro, otra vez. He recibido esta semana, desde Mendoza, las noticias de Godoy Cruz, donde un hermoso mural que inauguramos en marzo pasado, recordativo de […]

Desde Bonn, Alemania.

Los crueles no mueren, resucitan. Siempre están allí. En las últimas elecciones argentinas creen haber ganado ellos. Y creen que van a poder volver. Están asomando el rostro, otra vez. He recibido esta semana, desde Mendoza, las noticias de Godoy Cruz, donde un hermoso mural que inauguramos en marzo pasado, recordativo de la lucha de las Madres, había sido destruido con pintura negra y con inscripciones con estos textos: «Volveremos», «Malvinas» y «Viva Cristo Rey». Esa destrucción la cometieron tres encapuchados que amenazaron al guardián nocturno de la municipalidad. Es un llamado de atención que nos hacen los siempre presentes de las fuerzas de derecha. Sí, esos que hicieron posible la muerte argentina, la desaparición de personas. Ya que están por iniciarse en Mendoza los juicios por los crímenes de la dictadura militar.

Aquí en Alemania acaba de ocurrir un episodio que también nos habla de cómo se trata de cubrir los crímenes de lesa humanidad cometidos en la desgraciada historia del hombre. Ha sucedido aquí, en las escuelas. En los colegios del Estado alemán de Brandenburg se estudian, en la materia Derechos Humanos, los genocidios cometidos en la historia y -por supuesto- se presta especial atención al cometido por el régimen nazi alemán con las minorías judías y gitanas, primordialmente. En uno de esos puntos se llega al genocidio cometido por gobiernos turcos entre los años 1915 y 1918 con el pueblo armenio, durante el cual se ha comprobado que fueron masacrados un número aproximado de un millón y medio de armenios.

Como en Alemania actualmente viven más de tres millones de turcos, los niños de esa nacionalidad escuchan en las aulas por primera vez el crimen cometido por sus antepasados. Por eso, el presidente de la comunidad turca en Alemania, Kenan Kolat, ha reaccionado en forma agresiva señalando que esa enseñanza va contra la salud mental de los jóvenes turcos y contra los intereses propios del Estado turco. Habló en su declaración de la «presión psicológica» que esa enseñanza ejerce sobre los alumnos de ascendencia turca y que así «se pone en peligro la propia paz interior de Alemania». También el dirigente turco en Alemania ha solicitado que no se lleve a cabo el monumento al padre Lepsius, un investigador histórico que documentó en todos los detalles el genocidio cometido contra el pueblo armenio. Las autoridades educativas alemanas han respondido que el material educativo se basa en lo producido por el Instituto para Educación y Medios de Brandenburg y del Instituto para la Investigación de las Diásporas y Genocidios, de la Universidad de Bochum.

Nada se gana con desmentir lo cierto. Y la enseñanza no se hace para desprestigiar a un pueblo sino para que todos los pueblos aprendan a sacar conclusiones de los grandes errores cometidos. Se le ha respondido al representante turco que el pensamiento actual de la escuela alemana es educar a futuros ciudadanos en la verdad y el respeto a la libertad de todos. Ojalá se difunda esto porque todos tenemos que aprender. Todavía, a los argentinos, no se nos enseñan en las escuelas los genocidios cometidos contra los pueblos originarios. El tema Roca es casi tabú, salvo para ciertos docentes con coraje civil que, sin temores, enseñan la verdad acerca de un crimen que fue tapado con las fáciles palabras «Se hizo para el progreso». Y la pregunta sin respuesta es: ¿para el progreso de quién?

Es lo mismo que aquellos que tratan de poner en dudas el número de víctimas. Aquí en Alemania siempre hay aquellos que murmuran «son mentiras, Hitler no mató a seis millones de judíos, fueron apenas dos millones». También en la Argentina siempre hay voces que tratan de sembrar la duda y dicen cautamente: «No son treinta mil los desaparecidos, apenas fueron siete mil». Hay razones de oportunismo político para hacerlo, más después de las elecciones que cambiaron el panorama. Es tan ridículo el argumento y tan inmoral como si un abogado defensor de un homicida masivo dijese ante los jueces: «Mi defendido no mató a 33 personas, apenas si fueron 27».

Y en este tema de los crímenes cometidos en la historia trágica del ser llamado humano juegan su papel también las religiones. Las restricciones obligadas tras la máscara del «pecado». Es habitual leer en los diarios que un joven musulmán mató a su hermana porque ésta tenía relaciones con un no musulmán, o que en Arabia Saudita se condenó a doscientos latigazos a una joven mujer porque no llevaba cubierta la cabeza o, hace unos pocos días, porque en un café, en ese mismo país, una pareja se sentó a una mesa sin estar casados. Sí, para ambos, doscientos latigazos a cada uno. Pero también están aquellos pueblos que tienen una experiencia trágica con las persecuciones, como el pueblo judío, que mantienen leyes que hacen a la humillación del ser humano. Sabido es que el Estado de Israel no reconoce matrimonios entre judíos y no-judíos. ¿Cómo es posible algo así, cuando ya la humanidad ha reconocido matrimonios entre homosexuales, por ejemplo? No, por eso está de moda, para los judíos o judías que se quieren casar con alguien no judío, que se vayan a contraer matrimonio a la isla de Chipre. Es tanto el eco, que en esa isla se ha creado una especie de industria del casamiento entre judíos y no judíos. De acuerdo con la ley judía, vale como judío sólo aquel que nace de una madre judía. La socióloga Sara Stricker ha publicado un profundo estudio. En él señala: «Sesenta y un años después de la fundación del Estado de Israel, ese país no ha declarado todavía si quiere ser un Estado Judío de acuerdo con las columnas del Halacha, los mandamientos de la religión judía, o una democracia secular occidental. No hay una separación entre Estado y religión como se conoce en la mayoría de los Estados del mundo. Es decir, que Israel es la única democracia occidental en la cual sólo hay matrimonios religiosos y no civiles. Sólo puede consagrar matrimonios legales un rabino ortodoxo, un imán o un sacerdote, que son reconocidos por el Estado. No permitirían jamás matrimonios mixtos, ni entre judíos y musulmanes o cristianos o entre judíos y ateos». Y agrega la socióloga: «Pero existe un recurso: de acuerdo con el derecho internacional, Israel debe reconocer matrimonios llevados a cabo en el extranjero. Y por eso viajan por mes entre 150 y 200 parejas para casarse en Chipre, una especie de Las Vegas para los israelíes. Es curioso: los nacidos sólo de padre judío hacen en Israel el servicio militar de dos años, pero no son suficientemente judíos como para casarse en Israel».

Nosotros, los de países cristianos, no debemos asombrarnos. Por ejemplo, por aquello de la Iglesia católica de que los sacerdotes tienen que llevar una vida de castidad, como si el amor fuese algo pecaminoso. Los resultados los tenemos a la vista, principalmente en los casos de pedofilia. Para no hablar de ciertas iglesias cristianas norteamericanas sobre cuyos métodos absolutamente irracionales podríamos escribir tomos enteros.

Pero todo esto lleva a costumbres donde falta la razón como elemento esencial. La historia nos ha demostrado que finalmente estos remedios o autodefensas han resultado negativos. Ni hablemos de las guerras religiosas, del racismo y del sentirse superiores unos pueblos de otros, como lo ha demostrado hasta hoy el desgraciado devenir de este planeta. Se acaba de cumplir un aniversario más de Hiroshima y Nagasaki, un crimen al que el calificativo de bestial le queda corto, llevado a cabo por un país occidental y cristiano y llamado democrático.

Tal vez, como muestra basta un botón, como dice el dicho. Algo increíble. El Banco Pax Bank, de la Iglesia Católica, que tiene su sede en Colonia, Alemania, ocupó el lunes pasado la tapa de los diarios: acaba de hacer inversiones en una empresa fabricante de armas, en dos empresas tabacaleras y, como si fuese poco para su ideología, en una empresa de anticonceptivos. Sí, en la empresa Bae Systems, un gigante productor de armamentos; en la empresa farmacéutica norteamericana Wyeth, productora de píldoras anticonceptivas, y en las empresas de cigarrillos British American Tobacco e Imperial Tobacco. Ante las críticas, el presidente del Banco católico, Berndorff, salió a la palestra para decir que fue «un error» pero que no tiene importancia porque ese banco católico junto al Liga-Bank tienen un volumen de negocios de 15 mil millones de euros y esas inversiones fueron solo de 1,6 millones. Es como si hubiese contestado: «Negocios son negocios. Este es un banco, católico, sí, pero banco al fin». «¿Y la moral?», se preguntaría tal vez algún estudiante de primer año de Filosofía. Nos imaginamos que, ante esa pregunta, uno de los que destruyeron con pintura negra el cuadro de las Madres en Mendoza le habría gritado golpeándose el pecho: «¡Viva Cristo Rey!».