Este es un libro incorrecto y, debo advertirlo ante todo. No «políticamente incorrecto», que eso se da por descontado, y nadie entre los presentes esperaría otra cosa, pues su autora lo es, pese a su morigerada y profesoral envoltura. Este es un libro librescamente incorrecto. Viéndolo así, tan modoso y con tan buenas formas, tan […]
Este es un libro incorrecto y, debo advertirlo ante todo. No «políticamente incorrecto», que eso se da por descontado, y nadie entre los presentes esperaría otra cosa, pues su autora lo es, pese a su morigerada y profesoral envoltura.
Este es un libro librescamente incorrecto.
Viéndolo así, tan modoso y con tan buenas formas, tan bien editado, con tan buen papel, esa buena letra, la dócil ductilidad de sus tapas, sin mengua de tersura, la inocencia de las ilustraciones (telas, bordados, punto de cruz) y una textura tan amble -pese al satinado que algunos odiamos, pero eso va en gustos-, tan morigerado en fin, nadie lo diría.
La materia del asunto es librescamente incorrecta porque su objetivo es sacar al libro -no a éste en concreto, al libro como ser, o como género- de la casa en que vive, de su habitat natural, que es la literatura, o sea, el sistema de letras y los cuerpos varios que en este sistema nacen o se forman. Aspira a sacar el libro de su nicho categorial, que algunos vaticinan funerario, para lanzarlo a una tumba compartida, sacándolo, pues, de sus casillas.
Todo gira, en el caso, alrededor de una propuesta: la de que escritura y tejido entren en simbiosis, o mejor, escalen en las memorias respectivas, en las que han hecho a lo largo de siglos y milenios vida separada, hasta dar con el lugar común de nacimiento, y en ese lugar común, que se pretende matricial de ambos, se entramen, se intrinquen de nuevo una en el otro y otro en la una, se hagan siameses, como la gitana Aciscla y su hermana (aunque esto sea adelantar el argumento).
Tal como lo cuento parece complicado, pero este modo de hacerlo no es más que una simplificación de la complejidad de la propuesta, de la que me permito extraer algunos párrafo, dando así de paso cuenta, de manera directa, de la bella manera en que la autora enhebra su creatividad feraz en el cordón de una excelente sintaxis:
-Comencemos por el ancestro emocional. Este es un momento de iniciación que la autora tuvo con las primeras letras, y al que finalmente quiere regresar, y hacerlo con una grey no menos iniciática. Ella dice esto de esa primera comunión(así la llama):
Pág. 41: …Y esa vibración, leer, esa primera comunión de la materia- cuerpo y del signo-letra que, con su misteriosa trascendencia, nos descubría el mundo del espacio simbólico, ya nunca se olvidaría: permanecería vagando por las venillas de adentro, toda la vida. Naturalmente, en aquellos momentos, no podíamos poner palabras para entender y explicar todo eso. Sólo notábamos y sentíamos. Pero más tarde, cuando llegó el momento de la Comunión por antonomasia -la Primera, según se llamaba, pero la segunda, según nuestras cuentas -con sus vestidos de organdí, velos de tul ilusión, bolsitos bordados, libritos de nácar o trajes de marinero- , habría sido una insignificancia: un simple ritual o ceremonia de paso -de la minúscula a la mayúscula- , otra Trascendencia….
-Continuemos por la consistencia del hacer que se propone, aquello, pues, en que consiste:
Pág. 57: En el actual estupor que encandila a las ciudades del imperio universal de la economía inmaterial, con sus devocionarios de fórmulas, encantamientos y sortilegios en ristra «créditos», «calidad», «excelencia», «competitividad», «contabilidad creativa»,»revolución tecnológica»…) parece necesario ir con tiento para desestabilizar asentimientos y evidencias del «buen comportamiento de los precios». Tal vez, desandar a paso de tortuga y oblicuamente como el cangrejo, las etapas, mansiones y vicisitudes de la escritura y los tejidos, empezando por el hoy de las palabras-luz en la pantalla, hasta el ayer aún vivo, de las palabras-materia en escritura continua y lectura necesariamente lenta. Interrogar detenidamente, con preguntas inéditas, los pies de página y los márgenes, los borrones, los precipicios y fallas, pliegues y arrugas, los puntos críticos y diacríticos, las matres lectionis, los acentos y «neumas», recordatorios del habla viva y artilugios benditos pero tan maltratados de la lectura entonada y con sentido; recuperar el animus, la memoria corporal de gestos, sones y movimientos olvidados o desapercibidos, atreviéndonos a mimar, como actores de l Comedia del Arte o Cómicos de la Legua, esas figuras del cuerpo, schémata tou sómatou que, en los rituales y ceremonias de la palabra, eran el verbo y el sustantivo antes de que cristalizaran en abstracciones vanas, se apelotonaran entumecidaq y se algebrizaran bajo la cáscara de una razón alienada y sinsustancia….
-Acabemos por el dónde de ese hacer y deshacer: un espacio:
Pág. 73: …Rompe de una vez a decir que la asociación de la escritura y el tejido no es una metáfora vana sino que tiene mucha miga; que el arte de tejer pudiera ser la prefiguración material, física del arte de la expresión escrita y que por eso quieres proponer a discusión pública la conveniencia de habilitar un lugar -¿cómo nombrarlo?, ¿Centro, Palacio, Casa, Albergue, Escuela, Taller o Textrinum de las Artes Texti-Textuales? -, en el que esa relación se dilucide y se indague mediante la experimentación crítica…
-Luego, como es frecuente en este texto de voliciones y de arrepentimientos, pone en crisis la propuesta misma, en su concepto mismo, y luego refuta a los refutadotes:
Pág. 84: No se me oculta que esta asociación libre tejido-tela / escritura-texto, esta salida por los limbos textiles, para reclamar un espacio público que propicie el conocimiento de las prácticas de la lectura y la escritura en su desarrollo histórico y sobre otras bases y presupuestos antropológicos, puede parecer un desatino. Sin embargo y quizás porque los tiempos actuales producen relaciones inéditas con y contra natura, con y contra cultura ( injertos, prótesis, clonaciones, nuevos materiales inmateriales; simulaciones y fingimientos reales; emparejamientos y connubia hasta hace bien poco prohibidos o inimaginables; soledades proliferantes, con sus correspondientes tacañerías de pensamiento, palabra y obra y con su felicidad o infelicidad conformes, etc.), me parece que, en comparación, la relación textil-textual no es tan absurda. Quien sabe, a lo mejor, sea pareja conjugada de hecho, podía tener algún fundamento, ignorado o no visto, tal vez por demasiado obvio o por los obstáculos cognitivos que suele provocar esa ley antigua, tan resistente a ser derogada, de la separación de bienes, géneros y derechos entre mano y cerebro, cuerpo y espíritu, individual / colectivo, concreto / abstracto, privado / público, masculino / femenino…En todo caso, hacer pesquisas o inquisiciones (como todavía decía D. Santiago Ramón y Cajal ) sobre esa posible relación, inscrita desde antigua en los trasfondos de las leyes del lenguaje y de la vida, podría ser seguramente una buenaventura de descubrimientos saludables. Pero ¿de qué continentes desconocidos?, no puede saberse de antemano. Por el momento, es sólo un ir haciendo lecturas por una ruta de seda de la escritura que en phantasia estoica, podría ir como la seda o como el esparto…
-La propuesta tiene, pues, su punto de mayor concreción en la demanda de un espacio, un recinto físico, una sede, un templo, que operaría como matriz reconstituida de la originaria. Un espacio en el que convivan y se mezclen, en permanente laboreo intelectual y táctil:.
1 -Las personas, o al menos algunas que el espacio recaude.
2 -Los libros y escrituras en general. El modo y manera en que se constituyen.
3 -Los tejidos. El modo y manera en que llegar a serlo.
Ese encuentro, como por otra parte todo encuentro, es, claro está, sincrónico. Escritura y tejido, en ese espacio común que habrían de compartir si prosperase la propuesta, que sería un espacio impostado, artificial, eco o reflejo del originario matricial, compartirían un tiempo. Pero eso ocurre en este espacio nuevo, no en el original que se evoca y al que se convoca. En el originario llega a sugerirse que el tejido sea el padre y la madre a la vez de la escritura, y por tanto anterior a ella. O sea, que el bastidor formal en que la escritura nace sea el tejido, que el origen del texto sea textil, lo cual, desde luego, filológicamente parecería incluso convincente.
La autora plantea esto entre interrogantes, pero a esta altura del relato sabemos ya que sus dubitaciones son siempre asertivas, vehementemente asertivas, y son signos de interrogación son sólo biombos en los que guardar el cuerpo:
Pág. 82: Preguntas en tropel: el arte del tejido ¿tiene algo que ver con el desarrollo del habla y la escritura? En las danzas de la civilización humana ¿podría ser el tejido el skhéma tou sómatos ,gesto o figuración inaugural de a escritura, su pre-tensión o pretendiente primero?; el rigor estructural del tejido y su flexibilidad ¿pudo contribuir a dar el salto a la escritura y a sus diferentes sistemas? ¿puede haber relación de parentesco y en qué grado entre esas dos artes, esas dos matrices e institutrices de la civilización? El arte del tejido ¿podría ser algo así como el eslabón perdido, la casilla vacía del arte de la escritura, su Ars antecessora? El tejido que es ritmo, cuenta, memoria, estructura visible y palpable, siempre entredós ¿podría ser el órganon o condición material primera de la escritura, su instinto básico de relación y estructura?….Los poderes civilizadores del tejido y la escritura ¿se pueden comparar en alcance y valor intelectual y cultural?….Esa relación generativa e intelectiva textil-textual ¿sería una relación peligros contra natura / contra cultura?, ¿sería desacertado considerar al arte textil como una pasarela material, histórica y antropológicamente necesaria, de la escritura?
La propuesta es arriesgada. Hasta ahora, en verdad, se pensaba otras cosas. Que la escritura nace con la agricultura es, sin llegar a ser lugar común, un lugar muy frecuentado, y hay muchos caminos, aparte del arqueológico, para llegar a él. El pagus y la página el del rectángulo demarcado para afrontar ambas prácticas, el de los surcos y los renglones, el del cultivo y la cultura, etc.
Pero el riesgo que la propuesta afronta es mayor aún. Un poco más al fondo todavía, donde empieza la oscuridad de las cosas, y por tanto su verdad, o sea, antes de darse a la luz y perder propiedad (igual que ocurre con los sueños cuando intentamos recordarlos en el borde del sueño y la vigilia), lo que sugiere es que las dos categorías -escritura y tejido- vengan a ser la plasmación matérica de algo así como la matriz reticular de todo entendimiento. O sea: en el principio era el tejido, bien que en una dimensión todavía ideal o, por así decir, morfogenética.
Estas propuestas son siempre sugestivas, pues ya de mano desconciertan, y obligan a tejer un nuevo concierto. Hablando de conciertos: tenía yo entre manos, cuando cayó en ellas el Armensallé, el texto tejido por Eugenio Trías a propósito de la música («El canto de las sirenas»), en el que trata de tirar del que llama «El hilo de Ariadna musical». No traigo a Trías a cuento por esto, sino por su propuesta igual de subversiva: que la música haya sido el bastidor de la filosofía. Recuelos tal vez de un antiguo juego en la matriz originaria de una generación: aquel de poner sobre sus pies materiales el idealismo hegeliano, dándole la vuelta, que ensayó el judío Carlos de Tréveris.
Volviendo al asunto aquel de la matriz reticular y textural de todo entendimiento, y sin perder del todo de vista a Trías, cabría decir, a modo de escolio, que el fondo del fondo de las cosas y su límite o borde, son, en el fondo (y, pues, en el límite), la misma cosa. El fondo del entendimiento y el límite del entendimiento vienen a ser lo mismo.
Son muchas las vías ensayadas para darse cabezadas en el mentado límite. Hay la vía poética y la de las artes, hay la de las magias varias, hay las de las sustancias. Ernst Jünger ensayó bastantes. En sus experiencias con las últimas citadas, las sustancias, que relata en su gigantesco libro Acercamientos, dice tropezarse, al final, con un borde al que denomina la retícula. Una suerte de textura o red que envuelve la pecera del discernimiento, esa en la que hacemos vida acuática como peces ornamentales.
Bien, ese (o aquel que dije, y algunos todavía recordarán), es el fuego nuclear del libro. La propuesta a la que hice mención se articula como una solicitud por escrito a la administración autonómica para que, con cargo a presupuestos, articule el espacio o matriz de llegada -a imitación inevitablemente torpe o paródica de la de salida -en el que hacer chocar, en una sucesión de colisiones premiosas, fuera del tiempo de la vida actual, los tres cuerpos antes expresados, o sea, personas, escrituras, tejidos.
La propuesta no aclara del todo lo que los agentes incluidos en el espacio a crear -agentes digo, sean personas, libros o tejidos- van a agenciar. No se trata tanto de saber-qué-hacer, ni siquiera de saber-qué-va-a pasar, como de intuir que algo-va-a pasar, algo grande, aunque no esté muy claro qué. Esto puede parecer insensato, pero en el fondo la ciencia siempre ha operado así, a través de experimentos en los que el investigador hace las mezclas, a la espera de que algo suceda, en cuyo momento grita EUREKA, como si hubiera encontrado algo que buscara. En la cocina creativa ocurre igual. La autora propone un experimento, metiendo a los insectos en una caja vacía.
Ella está segura de que algo nuevo ocurrirá, pues el origen del libro, de este libro, es, probablemente, una visión. Ese espacio en que ocurrirán cosas tal vez no dé, al final, para un milagro que modifique la dirección del asteroide en que viajamos camino del desastre, pero, en todo caso, y aunque no pase nada, en ese no-pasar-nada hay un gran algo, como en el silencio de Miguel de Molinos. Ese gran algo del no-pasar-nada tiene una función redencional. En el espacio textual-textural las personas pueden redimirse, o curarse, al menos de tres males: el mal de la velocidad, el mal de la virtualidad y el mal del olvido, que al final son tres caras de un mismo mal. Si volvemos a la dimensión material de la escritura, a su filiación con el tejido, al lento curso de sus manufacturas, al dominio de lo tangible y lo táctil, y empezamos a desandar la desmemoria, retomando la función memorística originaria de lo escrito, habremos rescatado a los humanos de la vorágine, o al menos al grupo breve de elegidos que han subido al Arca de Noé, fabricada por mandato divino.
Ese núcleo se envuelve, en el libro, en diversos prefacios y postfacios, que dan cuerpo exterior o volumen al producto, en los que se mezcla memoria y presente, sueño y vigilia, y la autora se desdobla en ella misma y una hermana suya, de etnia gitana, cuya presencia, a partir de un momento preciso desplaza la historia, o al menos la atmósfera que le sirve de envoltorio, a otro plano, el plano de la magia, o, por mejor decir, del duende. Todo ello trufado de incursiones filológicas a través de las que demuestra la tesis central del libro, o sea, que tirando de una cereza salen todas, enganchadas unas en otras por el rabo, y por tanto el palabrero es un tejido, una urdimbre, una red e nudos. El relato -pues el envoltorio del que hablo relato es- incluye idas y venidas, proyecto o propuesta en mano, para presentarlo o no presentarlo ante los poderes públicos constituidos, episodios de vacilación o desánimo, avances y retrocesos de la voluntad, e incluso un juicio que sobre la propuesta, y estando la autora o su hermana gitana de acusada, hace un Tribunal constituido por Alicia (la miguita de Carroll), por Celia (la de los cuentos juveniles), y por la mismísima Princesa Leticia, a la que la autora, agradecida como todos al atajo del suegro que nos libró del gasto de energía del empujón final, trata de Alteza Real. En este relato hay una morosidad, un tejer y destejer al mismo tiempo, una incapacidad del lector para percibir que ha dado un paso, que recomponen de un modo literariamente muy feliz el tiempo estancado de los sueños, al modo de Alicia, que no deja de ser el patrón literario del invento, e incluso de la autora, que se ve, en su aventura, no menos perpleja que la niña.
El libro, si se quiere, funciona también como un producto de la memoria sentimental de la autora, como un viaje al centro emocional de sí misma, que es siempre la niñez, y ella llega a identificarse tanto con su niña que el libo al final es la travesura que la autora siempre quiso hacer, o cometer, y que las voces de la impostación académica le decían «no lo hagas».
La escritura es, a lo largo del libro, sin excepción de página, de alto nivel, está recorrida por los chisporroteos de una inteligencia en estado de gracia, no pocas páginas tienen una potencia conceptual y expositiva poco frecuente en las lecturas hoy frecuentes, el esfuerzo en ilustrar al lector sobre cosas que a casi ningún lector de hoy le importan es admirable, y, en su conjunto, aunque se trate de un libro un tanto caótico, y molesto de leer si uno no adopta el raro ritmo arrítmico bajo el que fue creado -razones por las que no estoy seguro de atreverme a recomendar su lectura- debo decir que quien tenga tiempo para perderse en su tejido, y empantanarse en él, sin ese afán estúpido de obtener a cada paso conclusiones o verificaciones de cosas ya sabidas, gozará del contagio del espíritu irreverente, sagaz, curioso y altamente ilustrado de su autora. Ese lector capaz de tomar riesgos, si se toma uno más, y se mete de cuerpo entero en el camino de Carmenta, puede precipitarse en los abismos del duende, pues el libro, para quien así lo quiera, puede funcionar también como un alucinógeno.
Sobre lo que signifique «armensallé» y «fenicio» dejo en suerte a la propia autora, que sabrá explicarlo, quiero decir, sacarlo de la plica, el pliegue (el libro: plica o pliegue el fin) en que lo ha metido, y que pregona ya en título y portada, a modo de anuncio para ahuyentamiento de simples, raudos y pragmáticos.
Texto de la Intervención de D. Pedro de Silva en la Presentación del Armensallé. El acto, presidido por Dª Marta Pérez Toral, Directora del Área de Culura del Vicerrectorado de Extensión Universitaria, tuvo lugar en el Aula Magna de la Universidad de Oviedo, el día 26 de Junio de 2009, a las 19 h. Junto a la autora intervino también José Angel Gayol, editor del libro. Inés Illán, Armensallé del tejido y la escritura. Manifiesto fenicio, ed. Universos, Mieres, 2009.
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