Basta observar la volcánica situación internacional para comprender que los factores principales del poder político mundial están compelidos a encaminarse hacia la guerra o buscar la paz. Sólo que las causas de esta dinámica plantean el dilema en otros términos: sostener el capitalismo o buscar el camino al socialismo. Si la socialdemocracia sigue la línea […]
Basta observar la volcánica situación internacional para comprender que los factores principales del poder político mundial están compelidos a encaminarse hacia la guerra o buscar la paz. Sólo que las causas de esta dinámica plantean el dilema en otros términos: sostener el capitalismo o buscar el camino al socialismo.
Si la socialdemocracia sigue la línea de acción adoptada un siglo atrás, en 1914, se verá arrastrada hacia la violencia creciente y generalizada. Tal curso coloca a la humanidad al borde de un holocausto nuclear. Tamaña amenaza es asumida y difundida en estos días por voces insospechables, de todo el arco ideológico-institucional del capital. Cargar la responsabilidad de semejante riesgo a Corea del Norte puede ser, circunstancialmente, un buen recurso propagandístico. Pero no indica una interpretación acertada de la coyuntura histórica. Por lo mismo, será inútil a corto plazo.
Además, la marcha hacia la guerra, ordenada por la exigencia del capital ahogado en la caída de la tasa de ganancia y la competencia desenfrenada, se manifiesta en cada país con la exigencia de acabar con lo que fuera llamado «Estado de bienestar», sustento material de la resurrección socialdemócrata tras la Segunda Guerra mundial. No hay -y no habrá- espacio para volver a sobornar a la clase obrera creando una aristocracia beneficiada en los países metropolitanos con la expoliación de las naciones subordinadas, víctimas a su vez del mismo fenómeno.
Así, la socialdemocracia deberá asumir el imperativo de sus mandantes capitalistas y conducir o acompañar gobiernos destinados a revertir las conquistas económicas y sociales de los trabajadores, lo cual menguará y dividirá las ya distorsionadas filas de la mal llamada Internacional Socialista.
Una fracción socialdemócrata asumirá la vanguardia de la contrarrevolución (véase Venezuela) y el guerrerismo (véase la política de los principales partidos de esa denominación en Europa).
Fracciones presumiblemente más numerosas buscarán caminos antisistema. Lo harán en principio sin cohesión teórica y política, sin estrategia definida. El gran capital internacional está al acecho para captar algunas de ellas para arrastrarlas hacia el fascismo, con lenguaje belicoso de tono populista. Sólo un poderoso faro visible en los cinco continentes podrá neutralizar semejante perspectiva, mostrando una estrategia socialista a partir de una organización internacional.
Negación de la negación
Crisis, explosión y disgregación es el futuro ya presente para la socialdemocracia, sobre todo en el movimiento sindical, donde será acompañada por la convulsión y degradación perceptibles hoy en el socialcristianismo. El engendro que las unificó, la Confederación Sindical Internacional, está condenado a sobrevivir en las estructuras internacionales armadas para institucionalizar la conciliación de clases (la OIT, por ejemplo). Pero estallará hasta desaparecer en la vida real. La designación de un papa argentino y de la derecha peronista será, al cabo, un dato intrascendente en este devenir inexorable.
Recuperar esa inmensa potencia social de alcance universal requiere de una comprensión anticipada del fenómeno y un enérgico accionar político para dar vida a lo que Hugo Chávez previó como Vª Internacional.
En su momento sostuve que tal organización -imprescindible, inaplazable- sería conceptualmente semejante a la Iª Internacional fundada por Marx y Engels y muy distante por estructura organizativa y contenido ideológico a la IIª y la IIIª (la IVª nunca llegó a tener dimensión de masas).
Hoy resulta evidente la necesidad de tal organización mundial, incomprendida y torpemente rechazada por quienes justamente debían y podían concurrir a su edificación.
La negación de la negación socialdemócrata sólo puede ocurrir en el marco de una asociación internacional de trabajadores capaz de receptar la intrincada estratificación social de la clase obrera mundial y su dispersión ideológica, más enmarañada aún.
Puede ser una percepción errada, pero a la fecha no se observa lucidez y energía suficientes en ningún movimiento sindical con base real en el proletariado industrial -tampoco en otros segmentos de la clase trabajadora- para encarar tal tarea. En ningún país del mundo. Si algo marca la coyuntura política mundial es la omisión de las organizaciones obreras en la política revolucionaria de cualquier país, sobre todo de aquellos donde está desenvolviéndose una revolución.
Eso traslada una pesada responsabilidad a las vanguardias teóricas y políticas de cualquier punto del mundo, sin desconocer la endeblez que también las aqueja, al punto en muchos casos de invalidarlas.
Sin embargo, se hace camino al andar. Emprender la marcha en ese sentido es un imperativo para evitar que el inexorable colapso de la socialdemocracia (que implica uno mayor en el socialcristianismo), se resuelva en una síntesis superadora en pos del socialismo.
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