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Presunción de culpabilidad

Fuentes: Rebelión

El sistema occidental, el capitalismo y el neoliberalismo son un vivero de añagazas, es decir, de artificios para atraer a los ciudadanos con engaños.  En efecto, examinado de cerca cada asunto por separado, se hace evidente que los responsables políticos y económicos de la democracia burguesa carecen de la voluntad de reme­diar, o al menos […]

El sistema occidental, el capitalismo y el neoliberalismo son un vivero de añagazas, es decir, de artificios para atraer a los ciudadanos con engaños. 

En efecto, examinado de cerca cada asunto por separado, se hace evidente que los responsables políticos y económicos de la democracia burguesa carecen de la voluntad de reme­diar, o al menos aliviar, consecuencias muy graves para gran­des porciones de la sociedad derivadas de deter­mina­das ideas y praxis del poder, unas económicas y otras socia­les pero todas perversas. Por ejemplo, es imposible un avance significativo en la aminoración de la desigualdad, mientras no se supriman los paraísos fiscales. Por ejemplo, es imposible detener el curso de la inmigración in­discrimi­nada y respetar los derechos humanos al mismo tiempo, mientras las potencias occidentales no dejen de invadir paí­ses, en unos casos, y de inducir guerras intesti­nas, en otros, para saquear su petróleo y otras materias pri­mas. Por ejem­plo, es imposible erradicar el narcotrá­fico, mientras no se li­bere el consumo de las drogas pa­sando su control a manos del Estado. Y digo que son ideas y prácticas perversas del po­der, porque sabiendo el poder que esto es así, lo que hace es callar o aplicar cosméticos en lugar de suprimir los paraí­sos fiscales, dejar en paz a las naciones y regular el consumo de la droga como regula el del tabaco y el alcohol…

Pues bien, las naciones del sistema se comportan así, pero en España a eso se añade otro dato peculiar: cuarenta años después de instaurada ésta débil democracia sigue gravi­tando en torno a ella la mentalidad dominante en la dicta­dura, sobre todo en materia de costumbres, de moral y de te­rritoralidad; una mentalidad incrustada como la car­coma en los estratos de la sociedad, de la política y, lo que es peor, de la judicatura…

La prueba más reciente (de las muchas que pueden apor­tarse) está en el modo de tratar un tribunal español un de­lito de violación cometido hace dos años, por cinco compo­nentes de una banda de salvajes en la que figuran dos mili­tares. Ab­surdamente acerca de él y habida cuenta los hechos proba­dos, concurren criterios encontrados entre jue­ces, fiscales, ju­ristas e incluso entre miembros del mismo tribunal que lo ha juzgado. Situación global que tiene similares mimbres y moti­vación que lo referido antes sobre la desigualdad, la in­migración masiva y las drogas. Pues el modo de tratar técni­camente la juridicidad de este delito por parte de sus juzgado­res viene a ser lo mismo: no consta en los hechos pro­bados el consentimiento de la víctima, drogada por los violadores, y sin embargo la con­troversia fue y sigue siendo si la mujer violada consintió la relación sexual en la que para colmo participaron cinco hombres, porque ella no se opuso…

Lo que plantea esta descabellada manera de interpretar la violación no es cambiar la tipificación ni la redacción del delito de violación o agresión sexual, sino cambiar la mentali­dad de ciertos jueces con hedor a naftalina extir­pando el pre­juicio de la mentalidad franquista que per­vive en sectores do­minantes de la judicatura acerca de la relación, y por anto­nomasia la sexual, entre el hombre y la mujer.

La España de la modernidad tiene pendientes de revi­sión muchas cosas en todas las materias como consecuen­cia de una evolución sociopolítica que no se produjo al haber es­tado congelada por la dictadura durante cuarenta años. Y una de ellas es la revolución sexual. No les cabe to­davía en la cabeza a jueces y juristas de relumbrón que en caso de abuso o de agresión sexual es el hombre el que debe demostrar que hubo consentimiento expreso de la mujer en su relación sexual con ella; que no es la mujer la que debe probar que no la consintió, que es lo que uno de los tres miembros del tribu­nal exigía en su voto particular de la sentencia para con­denar a los violadores.

Pues bien, siendo la presunción de inocencia un instituto jurídico de capital importancia aquí y en todas partes, la doctrina y la jurisprudencia de España siguen a la espera de re­gistrar otra presunción quizá de tanta importancia como la anterior: la presunción de que el hombre es culpa­ble del de­lito de agresión sexual, de violación, cuando me­die una rela­ción intima con la mujer que la mujer no consintió expresa­mente. Este principio empezaría a alige­rar tantos lastres que soporta la sociedad de esta aún sospe­chosa democracia. Asu­mirlo, el comienzo de una nueva era para la rancia justi­cia española… en materia mo­ral y de costumbres, en la que jueces como el discrepante de la sentencia condenatoria de los violadores, dedica dos­cientos folios a justificar lo injustifi­cable porque sigue exa­minando a la mujer como un mero ob­jeto sexual….

(Nota: Para facilitar el razonamiento, dejo a un lado a eventuales pro­tagonistas del mismo sexo en similares e hipotéticos delitos cuya natu­raleza e interpretación, desdeun punto de vista técnico, es preciso analizar aparte).

 

Jaime Richart, Antropólogo y jurista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.