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Primaveras líricas, revoluciones virtuales

Fuentes: Rebelión

El siglo XXI está plagado de primaveras ideales o elegantes y revoluciones de seda o terciopelo. La literatura política es abundante al respecto: países del Este de Europa, algunas naciones árabes y territorios en Asia son los espacios donde han surgido, de modo espontáneo según la versión oficial de los medios de comunicación occidentales, estas […]

El siglo XXI está plagado de primaveras ideales o elegantes y revoluciones de seda o terciopelo. La literatura política es abundante al respecto: países del Este de Europa, algunas naciones árabes y territorios en Asia son los espacios donde han surgido, de modo espontáneo según la versión oficial de los medios de comunicación occidentales, estas algaradas incontenibles de furor masivo a favor de la democracia y la libertad capitalista. Todo en un tono mesurado y aséptico, sin apenas conflicto social patente, no desbordando los límites del orden establecido, al menos si nos dejamos llevar por los relatos mitificados confeccionados por intérpretes, enviados especiales y voceros de la globalización neoliberal. Pasado un lapso temporal indeterminado, la mayor parte de las primaveras revolucionarias han caído en el olvido mediático, han sido sofocadas con golpes de Estado, se han institucionalizado mediante elecciones dirigidas por los intereses multinacionales o se han reconducido en su pasión inicial a bellas páginas históricas plagadas de mitos e iconos seudodemocráticos. 

En todas las revueltas participa de una forma general la juventud, sin matices, jóvenes bien preparados y casi siempre prooccidentales. Además de asonadas juveniles, suelen presentar la característica difusa de la espontaneidad absoluta y son convocadas de manera súbita a través de las redes sociales. La llamarada prende de la noche a la mañana, las calles se pueblan de gritos revolucionarios en apariencia y la simpatía irreflexiva en Europa y EE.UU. se desborda. Adoptan un estilo primaveral iniciático que concita ilusiones y adhesiones viscerales interclasistas, repitiendo mensajes y eslóganes consabidos que jamás ponen en cuestión el régimen capitalista.

Sobre su espontaneidad, no obstante, hay dudas más que razonables. En muchas imágenes difundidas pueden observarse símbolos fascistas, nazis o integristas mezclados con rostros cándidos de manifestantes muy jóvenes. Análisis independientes refieren que los grupos que lideran a los primaverales revolucionarios tienen contacto con agencias de espionaje vinculadas a EE.UU. y Europa, principalmente la CIA. No es de extrañar tal descubrimiento. La geopolítica es así. El imperialismo, valiéndose de condiciones objetivas existentes en sus zonas de influencia, intenta desvirtuar las reivindicaciones sociopolìticas y guiarlas por caminos amables a sus intereses. De esta forma, en los antiguos países comunistas, con esta táctica solapada, se pretende erosionar las capacidades políticas de Rusia y en Asia, de China. En los países árabes, lo que se procura es mantener gobiernos aliados títeres, fundamentalistas o no, que sirvan a los intereses del saqueo energético global del neoliberalismo.

Las primaveras poéticas y las revoluciones de salón impiden que el conflicto social latente salga a flote tal cual, de manera cruda y violenta, dirigiendo las inquietudes reales a meras operaciones estéticas sin salida democrática auténtica. Mucha gente se suma al carro de ellas al no hallar puntos de encuentro viables a las situaciones políticas de sus respectivos países. Se manipula la conciencia colectiva con las verdades de siempre, libertad, democracia, derechos humanos, desligándolas de las causas de opresión que originan su ausencia. Jamás se menciona al régimen capitalista como caldo de cultivo donde germinan las injusticias y desigualdades existentes que padecen y atenazan a sus poblaciones.

El clamor y entusiasmo se convierte al poco tiempo en atonía y desengaño. Las aguas vuelven a su cauce de forma regular y controlada: se repiten comicios si el resultado no agrada a las elites, se instauran gobiernos ilegítimos de carácter militar o todo sigue su curso sin modificaciones sustanciales en la estructura económica y en la preeminencia de las elites autóctonas. Los mass media se olvidan enseguida de esas primaveras tan revolucionarias y de gestas tan audaces y heroicas.

El efecto contagio ha llegado también a la juventud de Occidente, siendo las redes sociales el vehículo favorito para extender esa efervescencia incontrolable con conceptos similares a los ya apuntados. Tal ilusión es antipolítica, inmediata, virtual, sin raíces en la realidad objetiva, en el barrio, en el centro de trabajo, en el día a día ni en el devenir histórico. Se rechaza todo el entramado social y político en nombre de multitud de frases hechas sin nexo entre ellas, a golpe de voluntarismo infantil. Se pretende inaugurar algo nuevo solo con palabras, tics y actitudes individualistas, un grito desgarrador y ético que muere nada más ser lanzado al vacío o en recorridos muy breves.

En este escenario ahistórico y eminentemente moral, la profusión de manifiestos que buscan liderazgos utópìcos se multiplica sin cesar, recogiendo textualmente todos los mensajes de mareas, reivindicaciones sociales y movimientos dispares que van ocupando la calle sucesiva o simultáneamente. Son documentos nerviosos y exaltados que adolecen de un corpus ideológico común. Jamás citan en aras de un consenso lo más amplio posible, las escasas excepciones confirman la regla, al capitalismo como régimen que ocasiona y provoca los problemas o conflictos que dicen combatir; tampoco se menciona, al menos a grandes rasgos, la sociedad de nuevo cuño que se pretende construir. Se basan en un estado ideal que no relaciona a las personas y las cosas en sus interdependencias objetivas. Se basan en el puro acontecimiento sin causas ni efectos apreciables.

Si miramos la realidad cotidiana, esta nos devuelve una imagen que poco tiene que ver con las primaveras idílicas o revoluciones virtuales. Las redes sociales son mecanismos de control muy efectivos para el sistema: todo lo que sucede en ellas es previsible y fácilmente reprimible, un no lugar de tránsito veloz plagado de trampas ideológicas donde canalizar la protesta social por vías asumibles por el sistema capitalista. La realidad, impertérrita, sigue cuajando en los espacios tradicionales: la ciudad de residencia, el trabajo, el hospital, la escuela o la universidad. Allí se dirime la lucha de clases, la derrota o victoria de la clase trabajadora y de las capas populares. Lo virtual es un sucedáneo de la realidad diaria.

Resulta evidente, sin embargo, que las estructuras capitalistas han amortizado en gran medida las herramientas clásicas de participación ciudadana, las elecciones, los partidos, los sindicatos y el movimiento vecinal y asociativo. La izquierda nominal se ha acomodado a la democracia parlamentaria y no sirve ya a la causa de una sociedad más justa y solidaria. A pesar de una aseveración tan contundente, la lucha de clases y el conflicto social se mantienen intactos en sus espacios de siempre, eso sí, de manera solapada y bajo mínimos. Las reticencias a la política no serán suplidas con efectividad mediante liderazgos autónomos emanados de manifiestos sonoros y personas con mucho tirón mediático. Hay que volver a reorganizarse desde bases históricas sólidas aunque con presupuestos nuevos, conociendo que el enemigo a batir se llama capitalismo. No por mucho eludir la palabra, conjuramos el problema de fondo.

La realidad de las luchas populares viene a demostrar que sin intifadas colectivas, gamonales unidos y una ideología anticapitalista no dogmática, superar las injusticias del régimen de la globalización neoliberal con ingredientes suaves (manifiestos, líderes mediáticos, gritos extemporáneos…) es una quimera irrealizable. Solo se alimenta la utopía pisando suelo, tocando presente con perspectiva histórica y llegando al futuro con ideas flexibles pero rigurosas, ejemplos palmarios no exentos de contradicciones podrían ser: Venezuela, Bolivia, Ecuador, Cuba… En definitiva, las primaveras y las revoluciones de estilo light no son más que cantos de sirena o brindis al sol, muchas veces instrumentalizadas y abonadas en la sombra por las elites dominantes para que la realidad virtual suplante a la realidad objetiva. Desde ninguna red social vendrá revolución o primavera alguna. Las metáforas pueden ser liberadoras si conocemos lo que subyace bajo ellas. Si nos dejamos embaucar por su extraordinario lirismo evocador, seremos presa fácil del sistema. Antes de leer cualquier manifiesto posmoderno o de última generación, vayamos al auténtico y primigenio, el Manifiesto Comunista de Marx. Que no nos den gato por liebre bajo envoltorios rutilantes y palabras maravillosas. No hay ni habrá revolución sin lucha sobre el terreno. Por eso existen la ideología mistificadora, las religiones fundamentalistas, los ejércitos y la policía: para defender cueste lo que cueste el surgimiento de un mundo de mayor igualdad y dignidad, más racional, solidario y fraternal, en suma.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.