Con la crisis proveniente de la pandemia de covid y avivada por la guerra en Ucrania, las respuestas de las mayorías economías occidentales a la subida de la inflación, amenazan con contraer el crecimiento e incrementar el desempleo, en una tormenta perfecta.
SÍDNEY / KUALA LUMPUR – El mundo navega hacia una tormenta perfecta, ya que sus principales líderes parecen empeñados en amenazar con más guerras, aunque proclamen las más nobles intenciones. Con ello, bloquean la cooperación internacional para crear las condiciones de una paz sostenible y una prosperidad compartida para todos.
La contrarrevolución monetaria
La década de los años 70 fue testigo de la contrarrevolución monetarista de los discípulos del economista estadounidense Milton Friedman, que culpaban de la estanflación a las políticas económicas ostensiblemente keynesianas. En 1974, el presidente Gerald Ford, sucesor de Richard Nixon, declaró que la inflación era el enemigo público número uno y que Estados Unidos estaba decidido a combatirla.
Los monetaristas querían políticas monetarias más estrictas para luchar contra la inflación. Se consideraba urgente frenar la subida de precios, aunque aumentara el desempleo. Abogaban por abandonar las medidas fiscales expansivas para conseguir más crecimiento y empleo.
Pero el entonces presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Arthur Burns, seguía considerando que su máxima prioridad era garantizar el pleno empleo. Para Burns, enfrentarse a la inflación de forma directa, como le pedían sus detractores, era demasiado costoso para la economía y el bienestar de la población.
No obstante, el ascenso de los monetaristas se confirmó cuando se sustituyó la Ley de Empleo de 1946. La sucesiva Ley de Pleno Empleo y Crecimiento Equilibrado de 1978 es más conocida como Ley Humphrey-Hawkins por sus patrocinadores, entre los que se encontraba el candidato presidencial demócrata de 1968.
A principios de 1980, el sucesor de Burns en la presidencia de la Reserva Federal, Paul Volcker, insistió: «Mi filosofía básica es que, con el tiempo, no tenemos más remedio que hacer frente a la situación inflacionaria porque, con el tiempo, la inflación y la tasa de desempleo van juntas». ¿No es esa la lección de los años 70?
Así, la lucha contra la inflación se convirtió en el primer toque de atención en 1980. Este fue el pretexto para elevar bruscamente los tipos de interés en Estados Unidos, al tiempo que se afirmaba que la reducción de la inflación acabaría creando muchos más puestos de trabajo. El Reino Unido y muchos otros países industriales le siguieron, profundizando las recesiones y aumentando el desempleo.
En comparación con los estándares occidentales posteriores a la década de los 50, la década de los 80 fue testigo de un desempleo muy elevado. La desocupación en los países ricos aglutinados en la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) alcanzó una media de 7,3 % en el periodo 1980-1989, en comparación con algo menos de 5% durante el periodo 1974-1979, y menos de 3 % durante la década de los 60.
Crisis de la deuda, décadas perdidas
La fuerte subida de los tipos de interés en Estados Unidos desencadenó crisis de la deuda en los países de América Latina y otros a principios de los años 80. Anteriormente, los bancos comerciales estadounidenses habían disfrutado de ganancias inesperadas tras las dos subidas del precio del petróleo en la década del 70.
El gobierno estadounidense había concedido durante mucho tiempo préstamos a bajo interés a sus aliados para asegurar su apoyo durante la Guerra Fría. Con los depósitos de los miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en los años 70, impulsaron los préstamos a los gobiernos endeudados, muchos de ellos en América Latina.
Con las subidas de los tipos de interés, los países deudores se enfrentaron repentinamente a crisis de liquidez, creando también riesgos sistémicos para sus banqueros estadounidenses y británicos. Los sucesivos secretarios del Tesoro estadounidenses, James Baker y Nicholas Brady, propusieron varios planes de reestructuración de la deuda para contener el problema, siendo el del último el adoptado.
Mientras tanto, el apoyo financiero del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial estaba vinculado a programas de estabilización a corto plazo y a reformas liberalizadoras a medio plazo, empaquetadas como programas de ajuste estructural (PAE) con condicionalidades políticas explícitas.
Las crisis de liquidez se debieron a las repentinas subidas de los tipos de interés. Pero, en cambio, se presentaron como crisis de solvencia derivadas de la debilidad de los fundamentos económicos, achacadas al exceso de regulación y al proteccionismo.
Aunque los países africanos en general no habían estado en condiciones de pedir tantos créditos como los latinoamericanos, también tuvieron problemas cuando los precios de las materias primas se desplomaron con la desaceleración del crecimiento. Muchos se vieron obligados a pedir ayuda financiera al FMI y al Banco Mundial y, por tanto, a aplicar también duros ajustes.
Se suponía que las reformas liberalizadoras y desreguladoras de los PAE iban a propiciar un rápido crecimiento. Sin embargo, en lugar de ello, tanto América Latina como el África subsahariana experimentaron décadas perdidas de desarrollo.
Estanflación en Europa
Se espera que la estanflación en nuestros tiempos actuales sea inicialmente más severa en Europa. Esta ha sido caricaturizada como la lucha por Ucrania hasta el último europeo, ya que soporta el peso de las sanciones impuestas por la Unión Europea y la OTAN a Rusia. Además del petróleo y el gas, pagarán más por el trigo importado, los fertilizantes y otros productos rusos.
Pero hay otras tendencias económicas que probablemente empeorarán las cosas.
En primer lugar, algunas economías ricas, en particular el Reino Unido y Estados Unidos, son más débiles ahora, ya que han perdido gran parte de su ventaja manufacturera. Otras llevan experimentando un descenso del crecimiento de la productividad desde mediados de los años 70.
En segundo lugar, los bajos salarios debidos a la desregulación del mercado laboral y la deslocalización, es decir, el traslado de la producción al extranjero, han hecho que sobrevivan las actividades menos productivas. Los tipos de interés muy bajos debidos a las políticas monetarias no convencionales desde la crisis financiera mundial de 2008-2009 han permitido que las inviables empresas zombi sigan vivas.
En tercer lugar, la disminución de la proporción de las rentas del trabajo ha aumentado las desigualdades de ingresos, reduciendo la demanda agregada. Pero la demanda se ha mantenido gracias al aumento de la deuda de los hogares. Unos tipos de interés reales bajos, si no negativos, también han fomentado un mayor endeudamiento de las empresas, pero con menos uso para nuevas inversiones productivas.
En cuarto lugar, la pandemia de covid-19 ha elevado todos los tipos de deuda de los hogares, las empresas y los gobiernos a niveles récord. En quinto lugar, los países, especialmente los más pequeños, están ahora mucho más integrados internacionalmente a través del comercio y las finanzas que en la década de 1970.
Por lo tanto, pequeñas subidas de los tipos de interés pueden tener un impacto devastador en las finanzas de los hogares, las empresas y los gobiernos. Por ello, es probable que los países avanzados sufran graves contracciones económicas y un aumento del desempleo.
Entretanto, el aumento del racismo y la intolerancia de las últimas décadas no muestran signos de retroceso. Y lo que es peor, es probable que empeoren a medida que las élites políticas compiten en la “liga etnopopulista” para culpar a los demás de sus problemas.
La decisión europea de privilegiar a los refugiados ucranianos es un recordatorio conmovedor de lo que nos espera.
Pero es probable que las repercusiones en los países del Sur en desarrollo sean mucho peores debido a las salidas de capital, la disminución de la financiación y la ayuda al desarrollo, así como la ralentización del comercio mundial tras décadas de globalización. Y no ayudarán el aumento de la desigualdad desde los años 80 y el descenso del crecimiento desde 2014, agravado después por la pandemia.
Así, en lugar de esforzarse por garantizar una paz sostenible, necesaria para mejorar las condiciones de todos, el mundo parece abocado a un conflicto sostenido. Esto ha supuesto el fácil recurso a las sanciones, es decir, la guerra por el asedio económico, que perjudica a todos. Así, todos nos arriesgamos a la perspectiva de una destrucción mutua en lugar de una prosperidad compartida para todos.
Anis Chowdhury es un exprofesor de economía de la Universidad Occidental de Sídney y ocupó altos cargos en la ONU entre 2008 y 2015 en Nueva York y Bangkok. Jomo Kwame Sundaram es un exprofesor de economía y ex secretario general adjunto de la ONU para el Desarrollo Económico.
T: MF / ED: EG