El último capitalismo está jugando una nueva baza de acercamiento político a las masas, para que sigan entregadas al mercado, promoviendo intervenciones políticas en el Estado-nación, apadrinadas por el Estado-hegemónico de zona, abriendo las puertas a cualquier sensibilidad grupal, que se mueva en el plano social con perspectiva de mejorar los beneficios empresariales, y no en interés de la ciudadanía. La actual política progresista, publicitada por los políticos, en realidad está patrocinada y dirigida por la inteligencia del capitalismo, representada en la superelite rectora.
Asistidas por la marca progresista, más allá de la apariencia formal de actividades de progreso, en último término solamente se trata de establecer nuevas fuentes de amejoramiento del mercado. Cuestión a considerar en tales políticas es el saqueo de las arcas de los Estados, con la excusa de mejorar el nivel de vida de, entre otros, los ahora llamados vulnerables —cuyos problemas no se solventan ni con caridad ni con paños calientes— gastando más de lo que se tiene, para incrementar la dependencia exterior, endeudarse, cumplir con lo ordenado por el poder capitalista y fundamentalmente para mantener algo boyante el mercado. Políticas, etiquetadas como sociales, que acaban contando con cierta aceptación por la ciudadanía que se deja llevar, confiada en que a unos y otros les toque algo en el reparto, quedando a la espera de que alguien pague los desperfectos.
Socialmente, los gobiernos vienen demostrando su incapacidad para llegar a soluciones efectivas, por citar un ejemplo, en el tema de la pobreza que afecta a ciertos sectores de la ciudadanía, ofertando ayudas en lugar de trabajo. Simples parches electorales, porque mientras, las primeras, crean dependencia, el segundo, libera a las personas de la dependencia. Por otro lado, sus políticas electoralistas, pulsando el populismo, igualmente no pasan de ser simples ocurrencias, para que se pueda decir que mejoran la sociedad, ignorando la única posibilidad real de mejorarla políticamente, y esta pasa por su autogobierno a través de la voluntad general, puesto que, en cualquier otra opción, acaban primando los intereses de partido y de los de grupos con peso electoral, en detrimento el verdadero interés general. Mientras que en el plano económico, diciendo que se mira por el bienestar de la población, en realidad a lo que se atiende es a los intereses del mercado y a proteger con dinero público al empresariado chantajista —ese que siempre amenaza con despidos de personal, buscando ayudas y subvenciones— para que, una vez saqueada totalmente la empresa salga corriendo con el dinero ajeno.
Hay que insistir en que este mal llamado progresismo, en realidad es un producto más de la estrategia capitalista de circunstancias, que solo mira por la rentabilidad del mercado, y al que las personas les importan nada más que como consumistas; también un engaño dirigido a aliviar la falta de credibilidad de la política. El capitalismo continúa conspirando desde la trastienda para asegurar su negocio, muy atento a que se sigan sus directrices, mientras las sociedades ricas se quedan al margen del juego y solo observan el espectáculo, sin acertar a comprender su sentido real. Ese entendimiento con la ideología capitalista en el ejercicio político en las también llamadas sociedades avanzadas, visto desde la panorámica de las políticas progresistas de moda, si se observa desde la dimensión empresarial, es un triunfo exclusivo del capitalismo, dada la aceptación social del sistema de mercado. Siguiendo la vía progresista en realidad lo que se ha hecho es poner la política al servicio de las empresas internacionales para que vendan más.
Sin perjuicio de este entendimiento en el plano práctico, en el terreno de lo ideológico, las propuestas populistas, que ofertan a su clientela proyectos etiquetados como anticapitalistas, son utopías ajenas a la realidad del momento, fundamentalmente porque hoy se vive en la sociedad de mercado, donde se comercia con dinero, se bebe de la fuente capitalista y se marcha al ritmo que impone la mercancía. La fórmula magistral de la ideología capitalista, liberadora de creencias y vendedora de realidades materiales, ha sido y sigue siendo válida, dado que, como dice Novack, oferta atractivos como la democracia, la economía de mercado y un sistema cultural propio, que hoy por hoy no puede aportar ninguna otra ideología. Aunque al final todo resulte ser propaganda y más publicidad..
Queda claro, más allá de la propaganda circunstancial, que el progresismo retórico, como fórmula política de moda, no es el resultado de los avances sociales, sino una nueva estrategia de mercado para vender más, auxiliada por el Estado del bienestar, un producto dedicado a despilfarrar ingresos públicos, sin control, con fines electorales. Esta política auspiciada por la superelite capitalista, tiene un objetivo claro en interés del sistema global por ella organizado, destruir el Estado-nación, porque ya no le sirve en un contexto de mundialización, El problema es que, sin un Estado-nación, la sociedad queda totalmente desprotegida, a merced de los intereses ultranacionales y enfila el camino hacia su desintegración como sociedad.
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