‘El objetivo esencial de la revolución popular es la toma del poder, por medio de la destrucción del aparato burocrático-militar del estado y su reemplazo por el pueblo en armas, a fin de cambiar el régimen socio-económico existente’ Cuba, 1967 ‘De la casa al trabajo y del trabajo a la casa’ Juan Domingo Perón ¿Por […]
¿Por qué encabezar este breve escrito con dos epígrafes tan opuestos en su contenido? Porque ello muestra la dinámica actual que vive el proceso político en Venezuela dentro del campo bolivariano: la posibilidad de caminar ciertamente hacia el socialismo, hacia un cambio real en las estructuras de base o, por el contrario, de edificar una propuesta que no pase del reformismo. De lo que suceda este año en el seno de la revolución y de su naciente partido -el PSUV- dependerá cuál de las dos opciones se imponga. Por supuesto, queda la opción de una reversión total de todo aquello que huela a popular a través de una intervención violenta de las fuerzas reaccionarias (léase: golpe de Estado, asesinato de Chávez, guerra regional desestabilizadora, invasión del imperio, no descartable ninguna de ellas); pero ante ese escenario, las fuerzas populares deberán cerrar filas más allá de diferencias internas.
La Revolución Bolivariana atraviesa en estos primeros meses del año 2008 su peor momento. No porque sea inminente su caída a partir del ataque de la derecha (nacional e internacional) -lo cual, por supuesto, sería trágico para el campo popular en Venezuela, y por extensión, para los sectores populares en todos los países latinoamericanos-. Rápidamente hay que decir que no es nada nuevo que esté en la mira de esa derecha, porque siempre lo ha estado. El momento más furioso de ese ataque tuvo lugar años atrás, en el 2002, cuando el golpe de Estado, el sabotaje petrolero y el paro patronal, todo lo cual -paradójicamente- sirvió no para quebrar el proceso popular sino, por el contrario, para fortalecerlo. Pero si ahora puede decirse que atraviesa un momento de particular ‘peligro’, es por las propias fuerzas que vienen de adentro: la revolución ha perdido energía, y eso, en un sentido, es peor que el ataque externo.
Decía Rosa Luxemburgo -no sin razón- que una revolución es como una locomotora cuesta arriba: mientras el motor siga funcionando, aunque sea con esfuerzo, avanza. Pero en el momento en que el motor se detiene, irremediablemente comienza a descender. Eso es lo que puede verse ahora en Venezuela: los motores de la revolución parecieran estarse quedado sin energía. Aún no se comenzó a descender la cuesta, pero eso podría empezar a suceder de no aplicarse urgentemente los correctivos. Y si bien ya pasaron varios meses del momento que marcó el punto de inflexión -la derrota en el referéndum por la reforma constitucional el pasado 2 de diciembre del 2007- no pareciera que el proceso realmente tienda a su reorientación, más allá de la declamación. El poder popular y la construcción socialista aún siguen siendo puntos de llegada al final del túnel, aunque sin que se sepa bien cuánto más habrá que seguir esperando para arribar.
Pero no hay que perder las esperanzas. Allí está el Partido Socialista Unido de Venezuela, el PSUV, como la posible garantía de reimpulso de la revolución. Ese es el desafío.
Ante todo esto no podemos menos que albergar esperanzas. Beneficio de la duda, se le llama con acierto. No perder las esperanzas… ¡y ponernos a trabajar en el seno mismo del PSUV! Eso es, en realidad, la única garantía de consolidación y profundización de todo lo desarrollado en estos primeros años de proceso revolucionario. Sin un partido político que exprese y vanguardice al movimiento popular en sentido amplio, no podrá haber nunca revolución.
‘Toda la historia del movimiento de la clase obrera internacional muestra que el proletariado necesita un partido y una dirección revolucionarios para tomar el poder’, decía Lenin en el ‘¿Qué hacer?’, en 1902. La experiencia de los distintos procesos socialistas del pasado siglo lo confirma: es necesaria una vanguardia que marque el camino, que ayude a tomar ese poder político y que, confundida-entrelazada con el pueblo mismo, se ponga a construir la nueva sociedad. Y he ahí uno de los severos déficits con que se vino manejando la revolución bolivariana: fuera del liderazgo de Hugo Chávez, no hay dirección, no hay vanguardia revolucionaria. Lo cual es muy peligroso, insostenible incluso: ¿qué pasa si desaparece el líder: ya no hay socialismo? ¿Puede apoyarse un proceso de transformación revolucionaria de todo un colectivo social sólo en las espaldas de una persona? Definitivamente no. ¿De qué manera podría conducir eso hacia una sociedad socialista, con sujetos críticos y autocríticos, los ‘productores libres asociados’ unidos en genuina democracia de base como se supone que debería ser la sociedad a la que aspiramos? Justamente si esa debilidad en la vanguardia es uno de los puntos débiles del proceso que se viene transitando en Venezuela, la conformación de un partido revolucionario de base que supere las estrechas maquinarias electorales plagadas de vicios capitalistas que ha habido hasta ahora en estos primeros años, es un paso adelante enorme.
De hecho, ese paso está dándose: el PSUV ya nació, y ahora también tiene principios y programa.
De todos modos, por la misma salud revolucionaria de lo que se está construyendo, cabe hacer algunas reflexiones, obviamente con el más profundo sentido autocrítico y propositivo. Reflexiones, se entiende, con ánimo revolucionario, para hacer que el proceso en marcha -retomando la metáfora de Rosa Luxemburgo- pueda seguir remontando la cuesta.
Nació el PSUV, y eso es una buena noticia. Ahora hay que hacerlo crecer, cuidarlo, alimentarlo, velar porque realmente sea el partido revolucionario de los sectores populares de Venezuela, los siempre postergados, los excluídos, aquellos que necesitan una transformación en sus condiciones de vida, aquellos que nunca recibieron los beneficios de la renta petrolera.
Según el aspirante a militante Augusto Hernández, el ‘PSUV nace como producto de una ficción. La ficción consiste en pensar que de verdad cinco millones 700 mil revolucionarios se inscribieron en el PSUV, durante la convocatoria para ese proceso en 2007. Considero que en ese momento ahí se metieron todos los empleados públicos que querían cuidar sus ‘cambures’ o puestos. Asimismo, todos los contratistas del gobierno que querían conservar los contratos, y también (…) infiltrados o quinta columna’. Esto puede ser cierto, pero no invalida que la criatura exista. Y más aún: abre la posibilidad de encauzar todo ese potencial vigente en las bases -quizá difuso y contradictorio todavía- hacia un objetivo francamente socialista. Nunca en la historia política de Venezuela se había asistido a un grado tal de movilización partidaria, de intención de participar, de interés por las cuestiones sociales como se da ahora con este nuevo partido. Eso, en sí mismo, además de novedoso, sin dudas abre enormes posibilidades.
El partido nació, y recientemente acaba de dotarse de una plataforma coherente, sólida, consensuada por sus bases. Luego de seis maratónicas sesiones con la participación de 1.681 delegados, el Congreso Fundacional aprobó una Declaración de principios y un Programa. De hecho el PSUV se declara anticapitalista, antiimperialista, socialista, bolivariano, comprometido con los intereses de la clase trabajadora y del pueblo, humanista, internacionalista, patriótico, crítico y autocrítico, en ejercicio de dirección colectiva, con democracia interna y como vanguardia política del proceso revolucionario. Ninguna fuerza política con la que hasta ahora vino manejándose el proceso bolivariano -meros aparatos electorales desideologizados- había ido tan a la izquierda como las caracterizaciones que salieron del recién pasado Congreso. Eso también es una buena noticia. Por lo pronto Hugo Chávez, en su calidad de presidente del partido y de la república, tomó el compromiso público de adecuar todas las políticas que impulsa su gobierno a esos principios fundacionales. También la militancia de base, a través de la participación protagónica (es decir: el efectivo poder popular, de momento más declamado que real) debe asegurar esa sintonía entre acción de gobierno y principios programáticos del partido. Ahí podría decirse que comienza el verdadero camino hacia una construcción socialista, dándole forma concreta a las declaraciones del presidente -que muchas veces no pasan de tales- respecto al siempre prometido ‘socialismo del siglo XXI’, del cual, hasta ahora, es difícil decir por dónde va. Y más aún: con los principios que van delineándose en el nacimiento del PSUV, se estaría en condiciones de poder transitar hacia el socialismo con mucho mayor vigor que lo que posibilitaba la fallida reforma constitucional, que en términos estrictos era una perspectiva socialista, pero no más, no sin cierta dosis de confusión conceptual incluso.
También es una buena noticia que el partido cuente ya con una dirección provisoria. Hubo un ejercicio democrático por parte de las bases, a través de sus delegados en el Congreso, donde se eligieron los miembros de esa dirección. Elección, hay que decirlo, que no estuvo libre de irregularidades. O, al menos, de procedimientos que no crean confianza, que no responden a una genuina ética revolucionaria. De hecho, un considerable sector de militancia (de alrededor de un tercio de los delegados) se mostró muy disgustado con ese proceder, lo que llevó a que se planteara la revisión de la mecánica utilizada, pedido que no fue aceptado. En un comunicado emitido por estos sectores descontentos pudo leerse que ‘la confianza fue vulnerada al momento que se nos presenta una lista ordenada alfabéticamente, y no se nos informa la cantidad de veces que uno de estos camaradas fue postulado, por lo tanto no sabemos los resultados reales de este proceso, en el cual no hubo una comisión electoral, no hubo testigos que velaran por el conteo de los votos escrutados; es decir, se nos obliga a confiar en el grupo de personas que mantuvo en su poder las urnas electorales, sobre la premisa de que las papeletas escrutadas sólo iban a ser revisadas por una sola persona, y ante cualquier duda se nos dice: ‘lo que diga Chávez». No obstante haber sido desoído este pedido, los personajes menos queridos por la población, identificados como burócratas, revolucionarios disfrazados, ligados a lo que viene llamándose la ‘derecha endógena’ -los nuevos ricos, la ‘boliburguesía’ crecida a la sombra del Estado bolivariano- no quedaron en la dirección. Lo cual también es una buena noticia.
No hay dudas que en ningún partido de la derecha se da la participación que puede constatarse en el PSUV. Pero aún no se respira en su seno un verdadero y genuino espíritu socialista tal como la situación lo requiere. Por lo pronto no hay en la dirección provisional representantes directos de los trabajadores (asalariados en sentido amplio, obreros y campesinos). He ahí un déficit que deberá ser corregido. Por lo pronto, en el seno del partido hay líneas políticas, representantes de otras tantas posturas ideológicas. Quizá un tanto esquemáticamente pude decirse que existe una derecha más conservadora, ligada básicamente al aparato de gobierno, junto a sectores más a la izquierda, expresión de los movimientos populares y sociales, que son los sectores críticos de esas posiciones conservadoras y burocráticas del bolivarianismo ‘light’. Dicho en otros términos, tal como existe hoy día, en el PSUV se repite la lucha de clases que está presente en toda la sociedad. En todo caso, no están allí -de esto no caben dudas- los grupos oligárquicos tradicionales, la derecha directamente ligada al imperialismo estadounidense, la derecha golpista que sigue buscando cortar de raíz el proceso popular en marcha. Está expresada la ‘burguesía nacional’ tanto como los sectores populares y oprimidos. La pregunta es cómo y hasta dónde será posible ese equilibrio. ¿Puede un partido revolucionario, realmente socialista, mantener juntos a explotadores y explotados? Ello, en muy buena medida, se debe al equilibrio -siempre inestable, en movimiento- que confiere el innegable liderazgo de Hugo Chávez. Pero justamente eso ratifica una vez más la insostenibilidad de cambio real en un colectivo social apoyándose en la figura de una sola persona, por más genial, talentosa y carismática que sea. ¿Y si el líder se muere hoy de un paro cardíaco, o porque se cae el avión en que viaja: se terminan las aspiraciones socialistas?
Este año, decíamos, y este momento en particular luego de la derrota del pasado diciembre, evidencia el momento de mayor peligro de la revolución. Además del continuo y siempre renovado ataque de la derecha tradicional y de Washington -allí se inscribe la reciente provocación militar con el montaje diplomático de algunas semanas atrás, por ahora resuelto pacíficamente, pero que no ha desaparecido como posibilidad desestabilizadora-, el 2008 presenta un difícil año electoral. Ahora, como nunca en sus años previos, la revolución se juega mucho en las futuras elecciones: no es una ‘fiesta’ más, como fueron muchas de las contiendas anteriores. Para las elecciones de alcalde y gobernador de noviembre el panorama se muestra mucho más complejo y preocupante. Se está en un período de aquietamiento de la movilización popular, se ha perdido (habrá que ver en detalle por qué, buscando los correctivos) mucho del calor de calle de tiempos pasados. El motor de la locomotora de nuestra metáfora se está parando, y todavía estamos cuesta arriba. Pero justamente del calor militante de la base, de la organización popular y la participación activa de todos los batallones surge la garantía de una aún posible nueva repotenciación de la revolución -lo cual traería una nueva efervescencia social, como la que se vivió en los momentos más duros del ataque de la derecha durante el golpe de Estado o los intentos de desestabilización, como la que sirvió para poner en marcha las misiones, la que hizo abrir sueños de cambio y colocó a Venezuela en la mira de todo el mundo-.
El presidente Chávez lo ha dicho en más de una oportunidad: ‘Vamos a inyectarle fuerza, pasión, amor, conciencia a los batallones socialistas, que es la unidad básica del PSUV. Hay que darle más vida, presencia a los batallones en todo el país y para ello es fundamental la labor de los voceros’. Pero más allá de lo declarado mediáticamente, ¿es el proyecto real de la dirigencia del partido este nuevo reimpulso? Es válido preguntarse esto porque lo que ofrece el panorama político desde diciembre hacia aquí es, en todo caso, desmovilización, menos participación popular y no más, menos revolución socialista y no más, menos fervor popular y no más. En ánimos de ser autocrítico ¡y constructivo! -no ‘agente desestabilizador de la ultraizquierda utilizado por la CIA’ como por allí se ha dicho ante intentos de abrir estos debates-, debemos entender y procesar correctamente mucho de lo sucedido estos meses: ¿cómo ayuda a la revolución, a que no se apague el motor de la locomotora, una ley de amnistía de los golpistas, la liberación de precios de productos básicos, el desconocer denuncias de corrupción que llegan por ahí, la represión a trabajadores en huelga como sucedió en la acería SIDOR de Puerto Ordaz, la relativa/precaria transparencia en la elección de dirigentes provisionales en el congreso fundacional del PSUV, el chiste sobre una presunta misión ‘disciplina’ que se aplicaría a quienes abran críticas en el campo revolucionario?
Ahora viene una prueba de fuego: se trata de elegir los candidatos para las elecciones de alcaldías y gobernaciones en noviembre. El mismo presidente Chávez solicitó que nadie se autopostule de momento, que sean las bases en elecciones democráticas las que elijan a los candidatos. Si ello no pasara con absoluta transparencia (hasta ahora en el seno del movimiento bolivariano eso no funcionó así y el dedo omnímodo de Chávez lo decidió todo) estaríamos ante una catástrofe, porque nuevas intrigas cupulares desmovilizarían más aún a las bases, que son las que finalmente cuentan para el triunfo en las elecciones. Retroceder en las próximas elecciones podría significar, lisa y llanamente, el comienzo del fin de la revolución. Si de hecho la derecha se sintió triunfal luego de su pírrica victoria en el pasado referéndum, que obtenga unos cuantos bastiones en la futura justa electoral la catapultaría muchísimo más, confiriéndole más espacio político. Los escenarios futuros, en tal caso, podrían ser muy peligrosos para el proceso bolivariano, pues hasta se podría pedir un nuevo referéndum revocatorio para el presidente; y ante la desmovilización creciente de la población chavista, no estaría asegurada su victoria. Todo lo cual muestra, en definitiva, una fragilidad estructural que debe ser encarada con mucha seriedad: ¿es posible construir el socialismo en los marcos de la estrecha democracia representativa burguesa? ¿Cómo pude el socialismo depender de la permanencia de un presidente en el poder formal en el Ejecutivo? ¿Eso es socialismo? ¿Dónde queda entonces el poder popular y la construcción de una sociedad de iguales, sin explotadores y explotados? Como dice el analista político Alejandro Teitelbaum: ‘Venezuela está en una situación privilegiada para emprender cambios económico-sociales sustanciales, con su gigantesca riqueza petrolera y con una coyuntura internacional que le es favorable en varios aspectos, incluido el debilitamiento estratégico de los Estados Unidos. Pero parece faltar en la dirigencia la voluntad política para realizar esos cambios y falta también un requisito indispensable para llevarlos a buen término: una auténtica participación popular en las decisiones y en el control de la gestión del Estado’.
Por eso decíamos que hoy por hoy la revolución se mueve en aguas turbulentas, en un campo minado: si no se encienden a máxima potencia los motores de la locomotora (el primer epígrafe citado, el de la Cuba revolucionaria, el poder popular puesto en acto), se corre el riesgo de haber hecho nacer un partido cupular, no muy distinto a los que manejaron la Venezuela Saudita de décadas pasadas, corruptos y antipopulares, donde la figura de un revolucionario como Chávez podría tristemente verse confinada a llamados apaciguadores como el del segundo epígrafe. Y ahí radica el peligro: el partido naciente, en vez de ser el fermento revolucionario que moviliza a la población en pos de un mundo nuevo y de transformaciones sustantivas, al repetir gastados esquemas populistas y clientelares, podría ser lo que acabe por desmotivar a la población. En tal caso, no serían pretendidos ‘sectores de ultraizquierda haciéndole el juego a la derecha’ los causantes de la derrota del proceso revolucionario, sino la misma derechización populista que podría sufrir el partido con su llamado a un imposible entendimiento de clases.
De la movilización popular depende el camino a seguir. Ahora, luego del Congreso Fundacional y ante la inminencia de las nuevas elecciones de noviembre ‘comienza otra etapa, donde será decisivo que los batallones se reanimen, participen y ganen protagonismo’, expresó el delegado del partido y co-fundador de la página electrónica Aporrea, Gonzalo Gómez, ‘una necesidad impostergable para un desarrollo socialista y democrático (o antiburocrático) del PSUV, porque de ello depende, en gran medida, el destino de la revolución’. O la locomotora sigue subiendo venciendo la ley de gravedad con su motor a máxima potencia… o se viene para abajo.