Las perogrulladas pueden obviarse mientras están entre nuestras herramientas. Cuando se desactivan, es perentorio rescatarlas. El año en que Barack Obama se presentó por primera vez a la elección presidencial, estuvo en el Viejo San Juan, capital de Puerto Rico, para recoger donativos mientras prometía, como antes lo hicieron los demás candidatos, la estadidad o […]
Las perogrulladas pueden obviarse mientras están entre nuestras herramientas.
Cuando se desactivan, es perentorio rescatarlas.
El año en que Barack Obama se presentó por primera vez a la elección presidencial, estuvo en el Viejo San Juan, capital de Puerto Rico, para recoger donativos mientras prometía, como antes lo hicieron los demás candidatos, la estadidad o la incorporación de Puerto Rico en calidad de estado. Así mismo lo han hecho en otras ocasiones los candidatos a la presidencia. Pero este bailó «salsa» en las calles adoquinadas y conversó con el candidato a la gobernación de uno de los dos partidos coloniales en una panadería que tenía amplios ventanales hacia la calle, a la vista, pues, de los fotógrafos. No volvió jamás, como también suelen hacer los presidentes.
La anécdota anterior es útil para poner en perspectiva la situación de Puerto Rico dentro del marco internacional y de sus implicaciones no sólo para Venezuela, sino para los países todos de la América nuestra. El elocuente hecho de que a principios de siglo, en Chile, en un encuentro de escritores latinoamericanos al que fui invitado, algunos de los colegas chilenos nos preguntaron con inquietud por qué renegábamos de ser parte de Estados Unidos, caí en las redes de una sorpresa de la que no me repongo. Pensé en primer lugar que quien preguntaba sabía que Puerto Rico era colonia estadounidense. Luego me percaté de que pensaba que éramos, no colonia, sino parte de Estados Unidos. En muchos lugares suponen que lo es, y a veces incluso afirman que en Puerto Rico se habla inglés. Si recordamos que en último Congreso de la Lengua Española celebrado en San Juan, Víctor García de la Concha, de la Academia Española, expresó que era la primera vez que dicho congreso se celebraba fuera de Hispanoamérica, la desinformación sobre nuestra realidad salta a vista.
Tras la ocupación de 1898, Puerto Rico quedó definido para el Congreso como uno que «pertenece, pero no es parte de Estados Unidos». Por eso han dicho y repetido en vistas congresionales, efectuadas en años recientes, que a Puerto Rico lo pueden «vender», con absoluto desprecio por los puertorriqueños, que son de hecho, ciudadanos de Estados Unidos, de habla española, y que no votan ni en las elecciones presidenciales ni en las elecciones congresionales.
El despojo y el desmantelamiento de nuestra economía y riqueza han ido de la mano con el despojo y desmantelamiento de toda aspiración de soberanía, aunque no de nuestra identidad y lengua. Aun a costa de un exilio casi inverosímil, pues más de la mitad de los puertorriqueños viven en los estados continentales. La diferencia aumenta desde hace más de una década con la depresión inducida y cada vez mayor de nuestra economía.
Que no se piense que los puertorriqueños no han resistido y dado la batalla, de todas las formas posibles, incluso la armada. Pero frente a su enorme poder, ejercido sobre la población pequeña de una isla pequeña, con todos los recursos con que cuenta, incluidos los tribunales coloniales que aquí llaman «federales», el control de todos los mecanismos económicos, la distribución de drogas, el control del 99% de los medios de comunicación, el asesinato de líderes y de sus familiares -en ocasiones frente a las cámaras de televisión-, y el uso de su fuerza militar, incluida la fuerza aérea, ¿cómo enfrentarlos exitosamente?
La política de bombardeo, la defensa extranacional, el intento de gobernar el planeta desde Washington, no debe pasar por alto las estrategias de dominación encubiertas, que según demuestra la experiencia, son más eficaces. Así como se ha pasado de la ocupación militar, de la imposición de dictaduras militares, de los golpes militares nacionales ordenados desde Washington, de la desestabilización económica y política, hasta la estrategia eficaz de los golpes parlamentarios, alegadamente «blandos», el poder del imperio no ha pasado a pasado. Las bases militares siguen propagándose como una epidemia incontrolable, las guerras interminables por los cuatro costados y simultáneas, y tras de todo, el despojo planetario. Washington, en cuanto instrumento del gran capital, no ha perdido su hambre ni su aspiración a la hegemonía global: se incrementa. No teme efectuar a la luz pública crímenes a los derechos humanos, no teme a las protestas ni a la pobreza que aumente porque sabe que gran parte de la población del planeta es para ellos prescindible . Trump ha demostrado que por más que desprecie un hispano, posee la capacidad de convencerlo de votar por él.
Hace unos años, cuando con aire de triunfo se fundaba la CELAC, sentíamos en nuestro fuero interno el triunfo de Nuestra América sobre Estados Unidos. Ese aire de triunfo se ha desvanecido. Desde México a la Patagonia, incluyendo Brasil, en casi todas partes, derrota tras derrota, ha regresado a su lugar el poder financiero. Hoy día solo permanecen en pie Cuba, Bolivia, y la Venezuela que lucha.
Pero Cuba, y siempre -desde hace seis décadas- Cuba. ¿Por qué Cuba, ubicada en la frontera misma del poder financiero, se sostiene? Pues por no participar abiertamente con él. Lo cerrado de las instituciones cubanas le han servido para preservar su independencia a pesar de la intensa campaña en su contra. Allí no se celebran las insulsas y fraudulentas elecciones que acostumbramos. El día que Cuba se abra al alegado pluralismo democrático, ese día Cuba se habrá suicidado. Ese día las cortes de Nueva York le reclamarán las deudas habidas con las expropiaciones y con todos los intereses acumulados. La revolución cubana habrá sucumbido víctima del «capitalismo de choque». De Estados Unidos, sean sus instituciones oficiales o sus innumerables agencias encubiertas -incluyendo CNN y otras-, no se puede pretender nada que no sea despojo. Macri lo sabe, Temer y Peña Nieto también. El actual coqueteo de Washington con La Habana solo obedece a la próxima desaparición de los hermanos Castro. El Minotauro cree que esa será su oportunidad, y se atrinchera.
El desprecio de Estados Unidos hacia los demás países del mundo es absoluto. Puerto Rico ha estado bajo su control y dominio desde el 1898. Desde el 1917 se le impuso a la población la ciudadanía estadounidense. El dominio económico y político ha sido absoluto, de manera que su progreso económico -prestado, no nuestro- tiene su origen en él, así como la enorme crisis fiscal que padece hoy el país. En la prensa han salido las noticias de la incapacidad del gobierno de cumplir con las demandas de los fondos buitres cuyas puertas abrió la política norteamericana. El gobierno queda rendido e inerme porque Estados Unidos se reserva TODOS los instrumentos que pueden permitirnos lidiar de alguna manera con el problema. Encima de todo, y para complacer las demandas de los fondos buitres, han presentado legislación congresional para crear una «Junta Fiscal» que anula la apariencia de soberanía limitada del gobierno que le ha permitido sacar a Puerto Rico de la lista de los países coloniales de la ONU. Y le entrega a dicha Junta, nombrada por Estados Unidos, todos los poderes sobre Puerto Rico necesarios para satisfacer las demandas de los buitres. Entre ellos, el de reducir el salario mínimo de $7.25 a $4.25. Despójese a quien se despoje, duélale a quien le duela, la legislación no permite además que Estados Unidos provea a Puerto Rico ningún tipo de auxilio, ni material ni instrumental. Véanse en este espejo los países de Nuestra América.
La dificultad intrínseca de las revoluciones que pretenden hacerse bajo las normas de las constituciones burguesas es que al no anular los poderes reales del gran capital, lo mantienen operando y organizando el asalto. Dado el hecho de que nuestras revoluciones dependen en gran medida de un caudillo carismático, con solo socavar la tierra bajo sus pies las revoluciones se hacen sal y agua.
Venezuela se halla en una situación de verdadera guerra. No se le exija a Maduro la moderación de tiempos tranquilos, sin intervención. Ni se le exija un detente ante acontecimientos que puedan dar lugar, no al fin de su gobierno y mandato, sino al fin de un proyecto reivindicador, que es lo importante. ¿Dónde, en cuál país de América, se tolerarían las violentas «guarimbas»? La muerte de Chávez le ofreció a Washington la oportunidad de retomar Venezuela. Y eso hace al convertir criminales en presos políticos, y al emplear contra Venezuela los mismos mecanismos de desabastecimiento que empleó en Chile, y los de empecinamiento para inducir un golpe parlamentario como acaba de ocurrir en Brasil y antes en Paraguay y Honduras. Así como lo hace obsesivamente el diario español El País , así lo hacen infinidad de medios que pretenden ignorar los enormes triunfos del gobierno bolivariano.
Venezuela, y todos los países nuestros que aspiren a una verdadera segunda independencia y a una sociedad libre del gran capital, tienen que aprender esta verdad histórica: allí donde se le ofrece un espacio cualquiera al gran capital, este se restaurará como ocurrió hasta en la monumental Rusia soviética. La tendencia a la restauración es una constante. Solo la ruptura la detiene.
Eugenio María de Hostos, el puertorriqueño más grande de todos los tiempos, expresó en su momento lo siguiente: «Con hojas podridas se hace una isla». Y añadió en otra ocasión el siguiente consuelo: «nunca dejará nuestra patria de ser nuestra». En el porvenir se atrinchera eternamente la utopía.
* Marcos Reyes Dávila es Catedrático del Departamento de Español de la Universidad de Puerto Rico en Humacao
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