Programas de televisión, intelectuales, políticos, representantes de movimientos sociales… desgranan en los últimos tiempos las causas y consecuencias de la crisis. Es un ejercicio necesario para generar identidad, para distribuir información, para reafirmar valores, pero tiene una parte de rueda de hamster en la que no se deja de recorrer ese camino por la incapacidad […]
Programas de televisión, intelectuales, políticos, representantes de movimientos sociales… desgranan en los últimos tiempos las causas y consecuencias de la crisis. Es un ejercicio necesario para generar identidad, para distribuir información, para reafirmar valores, pero tiene una parte de rueda de hamster en la que no se deja de recorrer ese camino por la incapacidad de imaginar, articular y construir otro. El verdadero reto que tiene la sociedad es cómo quitarle a la economía especulativa el poder político y entregárselo al pueblo (véase el título de este blog).
En la novela Misericordia (1897), de Benito Pérez Galdós, la criada de una familia burguesa empobrecida, Benina, pide dinero a la puerta de una iglesia para que su «señora» no pase penurias y pueda fingir que su derrumbe económico no es tal. Por su parte, doña Francisca, su ama, hace todo lo posible por seguir aparentando una buena posición social y mantener su tren de vida porque su orgullo le arrastra a una espiral de empobrecimiento y ella parece temer más que a la pobreza al ¡qué dirán!
En los últimos meses he tenido noticia de varios periodistas extranjeros que viajaban a nuestro país para cubrir reportajes acerca de la miseria. Su idea, antes de llegar, era que encontrarían en el centro de ciudades como Madrid o Barcelona miles de familias viviendo en la calle, desahuciadas, sin coberturas sociales. Pero la realidad es que la pobreza se esconde, se calla, se sufre en silencio, con vergüenza, se susurra, calla.
La realidad, que tiene que ver con una estructura cultural, es que la pobreza se esconde. Y en esos momentos eso parece pesar más que la posibilidad o la necesidad de plantearle un conflicto al poder.
¿Cómo es posible un silencio tan ordenado de millones de jóvenes que van a vivir muchos años ajenos al mercado laboral? ¿Dónde está el rugido de las miles de familias que tienen a todos sus miembros en paro y sin cobrar un subsidio mínimo?
Parte del problema para cambiar el modelo de sociedad que nos ha traído hasta aquí y que ha dejado de prometer bienestar es lograr que quienes padecen esa situación social consideren que su principal conflicto son las causas de esa pobreza. Parte del problema tiene que ver con el significado que tiene para los individuos la palabra ciudadano o ciudadana. Parte del problema está en que esa ciudadanía sea consciente de que tiene derechos y rompa con el molde cultural que coopera con los causantes de la crisis.
Esa realidad ha nacido bien programada, con cantantes de éxito que viven musicalmente ajenos a la realidad social, con futbolistas que visitan plantas infantiles de hospitales, con telemaratones que venden el ejercicio de derechos como algo arbitrario, casual, un golpe de suerte propiciado por un famoso que contesta a la llamada telefónica de alguien que quiere echar una mano. Tiene que ver con un cambio cultural en los años ochenta y noventa en el que Mario Conde se convirtió en un modelo a seguir; quiero un hijo que estudie económicas y tenga éxito en los negocios; también con la pérdida de valor social de la cultura, de la literatura, con la falta de referentes intelectuales, con el gasto en canapés que tuvo el Ministerio de Cultura en esas «´felices» décadas; con el uso político del referente en el pasado reciente de la movida madrileña, que disfrazó a una sociedad que continuaba teniendo la estructura social del franquismo de algo moderno y con el pelo de colores; con los esfuerzos dedicados a la conquista del poder político que no fueron a la transformación social; con la llegada de las televisiones privadas que iban a mejorar la calidad, con la impunidad sellada en la Ley de Amnistía de 1977 y convertida en un hábito para los poderosos….
Así se esconde la pobreza, la injusticia, sustituida en los telediarios por miles de reportajes de sucesos, de crímenes, de violencia que agita el miedo.
Por eso es necesario que la pobreza y las demás consecuencias de la crisis, cambien su significado para quienes padecen este derrumbe de la opulencia, quienes pueden vivir una década sin conocer el mercado laboral, quienes no van a tener para sus hijos un profesor de apoyo para mejorar sus expectativas de movilidad social y de progreso personal. Será muy difícil orientar el mercado hacia el bienestar colectivo si esos sectores sociales no toman conciencia de que es la política la que debe tumbar esta ley del más fuerte, la política en sentido amplio.
Mientras eso no ocurra, mientras el dolor social de la crisis no grite bien alto, será difícil construir una sociedad del bienestar y seguiremos gobernados por la misericordia.
Emilio Silva es