En distintos momentos, los sectores populares se han planteado la necesidad de caracterizar a este gobierno para contar con una interpretación necesaria que permita comprender el comportamiento de los distintos sujetos y actores sociales, así como las perspectivas que se abren para el país. La tarea no ha sido y, aún hoy, no es sencilla […]
En distintos momentos, los sectores populares se han planteado la necesidad de caracterizar a este gobierno para contar con una interpretación necesaria que permita comprender el comportamiento de los distintos sujetos y actores sociales, así como las perspectivas que se abren para el país.
La tarea no ha sido y, aún hoy, no es sencilla debido a las contradicciones que se observan entre el primero y el segundo gobierno de Correa, algunas posturas correctas en política internacional frente a un accionar opuesto en lo nacional, o el abuso de un discurso izquierdizante que busca confundir a los trabajadores y pueblos, mientras se aplican políticas derechistas especialmente en el área económica. Por ello y por la cercanía de una serie de factores, cualquier caracterización realizada, incluyendo la de este mismo artículo, resultan interpretaciones que guardan inevitablemente un carácter provisorio pero que, debido a los hechos que sustentan el análisis, contribuyen a identificar hacia dónde el proceso continuo de derechización, cada vez más acentuado de este segundo período, condujo al gobierno.
Una de las interpretaciones más generalistas ha sido la de calificarle como gobierno post- neoliberal. Si con ello se quiere decir que este gobierno no aplica buena parte de las recetas del Consenso de Washington, la afirmación es correcta. Sin embargo, el venir después de algo o, en este caso, del neoliberalismo, de por sí no significa que se llegue a una situación mejor para los sectores populares y, mucho menos, que se haya afectado los mecanismos de dominación del capital abriendo paso a una nueva sociedad.
Procurando observar más a la práctica gubernamental y menos a sus discursos, encontramos rasgos que caracterizan la conformación de un nuevo esquema de dominación del gran capital, principalmente trasnacional, sobre los intereses nacionales, de los trabajadores y pueblos del Ecuador.
Ese modelo tendría dos características fundamentales: un neo-institucionalismo y un neo-desarrollismo con base extractivista, mixturados pero que de ninguna manera (y ya casi ni en el discurso, si se considera el llamado de Rafael Correa a la concertación con los empresarios el pasado 10 agosto), cuestiona los fundamentos de la acumulación de capitales. A fin de cuentas, es un gobierno que considera que enriquecerse no tiene nada de malo porque pretende desconocer que las grandes fortunas sólo pueden surgir con base en la explotación del hombre por el hombre.
El neo-institucionalismo surge como una respuesta a la crisis del capitalismo, combinando criterios neoliberales y keynesianas que, siendo opuestos en muchos aspectos, confluyen en la defensa del sistema y en pretender que el origen de la crisis no está en el sistema mismo, sino en factores institucionales frente a los cuales hay que asumir una postura para manejarlos en beneficio de la acumulación del capital en pocas manos. De allí que, en esencia, se proponen reestructurar las instituciones públicas y las condiciones en las cuales se mueve el capital. Así, por ejemplo, keynesianos como Joseph Stiglitz o George Soros, plantearán la necesidad de que el Estado posea instituciones que limiten la especulación, se establezcan regulaciones más estrictas que las permitidas en el neoliberalismo, cuestionen los excesos de autonomía de los bancos centrales (en el Ecuador el Banco Central ya dejó de ser autónomo) pero que, en la práctica, planteen además medidas para socializar las pérdidas y garantizar las ganancias del sector financiero.
Para contar con nuevas instituciones, las clases dominantes aceptan que por un tiempo se puedan transferir las riendas del aparato del Estado a una élite de expertos que tengan condiciones para ocultar en qué manos realmente se encuentra el poder (el poder real está en toda la estructura social y no solo en el Estado como organismo de administración). Desde allí emplearán mecanismos tecnocráticos e incluso neoliberales como los cobijados bajo el nombre de «meritocracia», mediante los cuales se mantiene y fortalece la competencia como mecanismo fundamental de producción, pero esta vez llevada a la competencia individual, entre personas, lo cual se asemeja a un «sálvese quien pueda», que combina muy bien con la visión de individuos ciudadanos cuyos nexos sociales van siendo quebrados al mismo tiempo que se ataca a las organizaciones populares.
Las bases del neo-institucionalismo se plantearon ya en el informe del Banco Mundial de 1997 llamado: «El Estado en un mundo en transformación». Allí se proponía devolver ciertos roles al Estado mediante cambios y ajustes institucionales que, sin embargo, no rompieran con la esencia de los dogmas neoliberales. Por tanto, permiten hablar de una «nueva arquitectura financiera internacional», mientras en Europa y Estados Unidos se aplican políticas de ajuste ya sufridas en América Latina y otras partes del mundo.
Esto genera una serie de rupturas con el neoliberalismo, tal y como lo conocíamos hasta los gobiernos anteriores, pero al mismo tiempo genera continuidades que son visibles en la búsqueda de la eficacia económica y en el impulso de la acumulación de capitales en pocas manos. Vale recordar expresiones gubernamentales que demuestran ese impulso: «se nos convenció de que ser pobres de ser bueno, la capacidad de acumulación se sataniza» (…) «necesitamos prosperidad material, capacidad de acumulación, producir más de lo que consumimos comillas» (revista Vanguardia, número 253, agosto de 2010). La creación y cambios ministeriales, la estructuración de nuevas leyes que van en esta dirección tales como el código de la producción, los ajustes en las distintas instituciones estatales y los ajustes en los términos de actuación de los sectores privados, como en la ley antimonopolios, hablan de cómo en el gobierno de Rafael Correa se ha dado paso a esa neo institucionalidad.
Alguien podría argumentar que una nueva sociedad, la sociedad socialista, requerirá también instituciones de nuevo tipo. Por ello es importante enfocar también que clases sociales son las beneficiadas y cuál es el modelo de desarrollo que se está siguiendo desde las esferas oficiales.
Además de lo dicho, estamos viviendo la aplicación de una serie de normas neo- desarrollistas, que van acompañadas de la implementación de programas de asistencialismo social, con revalorización del sector público pero que, a diferencia del desarrollismo de los años 70, no logra impulsar una producción que contribuya a una economía más centrada en el mercado nacional, y menos en los intereses y demandas del mercado internacional.
La matriz extractivista del pensamiento económico del gobierno obliga a una reprimarización de nuestra economía es decir, a ubicarnos como productores de materia prima supliendo necesidades del mercado internacional y fortaleciendo a sectores de la gran y la mediana burguesía que están íntimamente relacionados con los capitales transnacionales. Si bien es cierto que existen pocos grupos monopólicos afectados por las decisiones políticas y económicas del gobierno, tales como el grupo Isaías, también es cierto que otros grupos monopólicos han tomado su lugar y que son los ligados a la producción petrolera, minera, agricultura intensiva y de exportación. Datos recientes del INEC confirman el alto grado de concentración de la producción en el Ecuador tanto territorialmente, cuanto en determinados grupos económicos.
Los programas de asistencia social permiten a éste, como a los gobiernos de los demás países de América Latina, sean abiertamente de derecha o de los llamados gobiernos progresistas, a mantener un apoyo de importantes sectores populares, el mismo que tiene una vida limitada en función del desgaste de las políticas clientelares, que siempre se presenta como lo demuestra la historia de nuestros países.
En este contexto, es natural que las encuestas señalen un creciente apoyo del sector empresarial al gobierno y que las calles demuestren un creciente rechazo de parte de las organizaciones populares. Cada clase social va tomando su lugar frente a la coyuntura histórica y, el hecho de que personajes y hasta pequeñas organizaciones relacionadas con una u otra clase aparezcan en contradicción con la posición de la misma, no reduce la verdad este hecho sino que tan sólo, permite identificar a quienes renuncian a esa identificación y, en última instancia, traicionan a quienes dicen representar.
El propio carácter del neo-institucionalismo como una forma de «poner la casa en orden», justifica la represión a los opositores y la criminalización de la protesta social, aspecto que, por otro lado, siempre acompaña al extractivismo. El fortalecimiento del Estado que vemos, tiene como finalidad principal garantizar las inversiones de los grandes capitalistas y dar «seguridad jurídica y social» a las nuevas, tal y como vemos en el trato a las transnacionales mineras, cuanto a los acreedores de la nueva deuda externa.
Pero el orden de una casa que desde sus estructuras origina las crisis, no podrá ser más que un momento transitorio mientras las mayorías toman conciencia de la necesidad de que solo se puede construir una casa nueva tras destruir la casa en ruinas. En el mundo entero se observa hoy una gigantesca participación de los pueblos tomando las calles y hablando de construir una nueva sociedad que supere al capitalismo, una casa nueva y no ajustes en la vieja. Ninguna reforma tibia, a pesar de sus rupturas y continuidades con el neoliberalismo, podrá pagar este anhelo que también en el Ecuador crece de manera continua.