El neoliberalismo es el nuevo carácter del viejo capitalismo. Éste adquirió fuerza hegemónica en el mundo a partir de la Revolución Industrial del siglo XIX. El perfeccionamiento de máquinas capaces de reproducir en gran escala el mismo producto y el descubrimiento de la electricidad posibilitarán a la industria producir, no en función de las necesidades […]
El neoliberalismo es el nuevo carácter del viejo capitalismo. Éste adquirió fuerza hegemónica en el mundo a partir de la Revolución Industrial del siglo XIX. El perfeccionamiento de máquinas capaces de reproducir en gran escala el mismo producto y el descubrimiento de la electricidad posibilitarán a la industria producir, no en función de las necesidades humanas, sino sobretodo apuntando al aumento del lucro de las empresas.
El excedente de la producción y la mercancía superflua obtuvieron en la publicidad la palanca que necesitaban para inducir el hombre a consumir, a comprar más de lo que precisa y a necesitar de lo que, en rigor, es superfluo y hasta incluso perjudicial a la salud, como alimentos ricos en azúcar y grasa saturada.
El capitalismo es una religión laica fundada en dogmas que, históricamente, merecen poca credibilidad. Uno de ellos dice que la economía es regida por la «mano invisible» del mercado. Sin embargo, en muchos periodos el sistema entró en colapso, obligando al gobierno a intervenir en la economía para regular el mercado.
El fortalecimiento del movimiento sindical y del socialismo real, sobretodo después de la Segunda Guerra Mundial (1940-1945), amenazó el capitalismo liberal, que trató de disciplinar el mercado a través de los llamados Estados de Bienestar Social (asistencia social, leyes laborales, salud y educación, etc.).
Ese carácter «social» del capitalismo duró hasta fines de la década de 1970 e inicios de la década siguiente, cuando Estados Unidos se dio cuenta de que era insostenible la convertibilidad del dólar en oro. Durante la guerra de Vietnam, Estados Unidos emitió dólares en exceso, lo que aumentó el precio del petróleo. Se tornó imperioso para el sistema recuperar la rentabilidad del capital. En función de este objetivo varias medidas fueron adoptadas: golpes de Estado para frenar el avance de conquistas sociales (como ocurrió en Brasil en 1964, cuando fue derrumbado el gobierno del presidente João Goulart), elecciones de gobernantes conservadores (Reagan), cooptación de los socialdemócratas (Europa Occidental), fin de los Estados de Bienestar Social, utilización de la deuda externa como forma de control de los países periféricos por los llamados organismos multilaterales (FMI, OMC, etc.) y el proceso de erosión del socialismo real en el Este europeo.
En esta región, el socialismo cayó por edificar un gobierno para el pueblo y no del pueblo y con el pueblo. A la democracia económica (socialización de los bienes y servicios, y distribución de renta) no se sumó la democracia política; no en los moldes del Occidente capitalista, sino fundada en la participación activa de los trabajadores en los destinos de la nación.
Nació, así, el neoliberalismo, teniendo como partera el Consenso de Washington – la globalización del mercado «libre» y, según las conveniencias, del modelo norteamericano de democracia (jamás exigido a los países árabes proveedores de petróleo y gobernados por oligarquías favorables a los intereses de la Casa Blanca).
El capitalismo transforma todo en mercancía, bienes y servicios, incluyendo la fuerza de trabajo. El neoliberalismo lo refuerza, mercantilizando servicios esenciales, como los sistemas de salud y educación, el abastecimiento de agua y energía, sin dejar de lado los bienes simbólicos: la cultura es reducida a mero entretenimiento; el arte pasa a valer, no por el valor estético de la obra, sino por la fama del artista; la religión pulverizada en modismos; las singularidades étnicas encaradas como folclore; el control de la dieta alimentaria; la manipulación de deseos inconfesables; las relaciones afectivas condicionadas por la glamourización de las formas; la búsqueda del elixir de la eterna juventud y de la inmortalidad a través de sofisticados recursos técnico-científicos que prometen salud perenne y belleza exuberante.
Todo eso, restringido a un solo espacio: el mercado, equivocadamente adjetivado de «libre». Ni el Estado escapa, reducido a mero instrumento de los intereses de los sectores dominantes, como tan bien analizó Marx. Ciertas concesiones son hechas a las clases medias y populares, siempre que no afecten las estructuras del sistema y no reduzcan la acumulación de riquezas en manos de una minoría. En el caso brasileño, hoy el 10% de los más ricos de la población -cerca de 18 millones de personas – tienen en sus manos el 44% de la riqueza nacional. En el otro extremo, el 10% de los más pobres, sobrevive dividiendo entre sí el 1% de la renta nacional.
Millares de personas consideran el neoliberalismo una etapa avanzada de la civilización, así como los contemporáneos de Aristóteles pensaban que la esclavitud era un derecho natural y los teólogos medievales consideraban a la mujer un ser ontológicamente inferior al hombre. Sí hubo cambios, no fue jamás por benevolencia del poder.
* Frei Betto es escritor, autor de «Treze Contos Diabólicos e um Angélico», que la editora Planeta distribuirá en las librerías en marzo.