Consecuente con su tradicional Homofobia, el representante de la Santa Sede ante Naciones Unidas, monseñor Celestino Migliore, se opuso al proyecto de Francia para presentar ante la ONU, que encara la despenalización universal de la homosexualidad, actualmente castigada con penas de cárcel o muerte en varias decenas de países. De inmediato, organizaciones LGBT y medios […]
Consecuente con su tradicional Homofobia, el representante de la Santa Sede ante Naciones Unidas, monseñor Celestino Migliore, se opuso al proyecto de Francia para presentar ante la ONU, que encara la despenalización universal de la homosexualidad, actualmente castigada con penas de cárcel o muerte en varias decenas de países.
De inmediato, organizaciones LGBT y medios de prensa condenaron enfáticamente la posición vaticana. Perfecto. No debemos dejar de hacerlo, yo también la condeno y el Colectivo de Lesbianas Josefa Camejo, emitirá un claro comunicado al respecto. Pero al mismo tiempo, ese fue lo que llamamos un «voto cantado», nada de sorpresas, solo condenas, repudio y una reflexión (o varias).
¿Acaso el estado más genocida a lo largo de toda la historia de la humanidad (por acción y omisión) cuyo poder se extiende desde el ámbito público (los grandes grupos económicos, militares, las potencias centrales, los países no centrales) hasta el privado (lo que se debe estudiar, como tener sexo, las estructuras familiares, en fin, el día a día) dejará pasar inadvertidamente una temática tan inherente a su doctrina represiva de dominación?
Para que la sorpresa no cunda, solo basta con darle una revisada (por cierto, con un asco tremendo) a los documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Una vez que nos aventuramos, encontramos uno del año 1986 relativo a la atención pastoral para los enfermos de SIDA (en ese momento era la mítica «peste rosa»), firmado por el mismísimo Ratzinger en la que se hace la distinción entre condenar al pecado, pero tratar con misericordia al pecador. Clementes y piadosos, nos dicen » su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia» . Pero eso si, siempre atentos y vigilantes advierten que la atención pastoral «no debe degenerar en una aceptación de la actividad homosexual»
Abandonando la onda de hermanos caritativos, en el año 1992, hablan de derechos, y en un acto de arrojo «humanista» el documento de la iglesia declama: «Las personas homosexuales, como seres humanos, tienen los mismos derechos de toda persona, incluyendo el no ser tratados de una manera que ofenda su dignidad personal. Entre otros derechos, toda persona tiene el derecho al trabajo, a la vivienda, etc. Pero estos derechos no son absolutos; pueden ser limitados legítimamente ante desórdenes externos de conducta…» (en este último párrafo casi regresaron a la época de la inquisición… ¿O jamás salieron de allí?)
Así, siguiendo esta línea doctrinaria, hacen referencia a la no discriminación legal, diciendo que no se debe incluir el criterio de «la orientación homosexual» entre las consideraciones sobre cuya base está el que es ilegal discriminar, dado que sentar precedentes en los que la orientación sexual aparezca en dicha lista puede fácilmente llevar a considerar la homosexualidad como una fuente positiva de derechos humanos…
Claramente, el vaticano teme que la existencia de las normativas despenalizantes «incline a una persona con orientación homosexual a declarar su homosexualidad o aún a buscar un compañero para aprovecharse de lo permitido por la ley». Es decir, que gays y lesbianas, nos «aprovechemos» de la ley y salgamos a la calle, seamos libres y estemos públicamente con nuestras parejas.
Son muy claros los ejes de su doctrina, que por lo demás, aparece expuesta sin impudicia hasta en la web, en la cual se manifiesta que no permanecerán neutrales ante cualquier proyecto de ley que sutil o no tan sutilmente intente legalizar la homosexualidad.
Se reproduce textual, este trecho del documento del 23 de julio de 1992:
«Ante proyectos de leyes que, sutil o no tan sutilmente, intentan legalizar el homosexualismo, la Iglesia Católica no debe permanecer neutral, aún cuando dichos proyectos no le afectan directamente. La Iglesia tiene la responsabilidad de promover la moralidad pública de toda sociedad civil sobre la base de los valores morales fundamentales, y no simplemente de protegerse a sí misma de la aplicación de leyes perjudiciales»
En suma, que no hay sorpresa, que bienvenidas y necesarias las declaraciones, comunicados y editoriales de grupos sociales y la prensa en general ante esta nueva (otra más) arremetida de la Iglesia Católica Apostólica Romana que pareciera no retroceder jamás en la conculcación de los derechos humanos de todas aquellas personas que no comulgan con sus mandatos represivos, heteronormativos y oscurantistas.