Philippe Hildebrand es presidente del Banco Nacional de Suiza. Sobre su conducta, cuentan los medios, se cierne la sospecha de haber confiado información privilegiada a terceras personas. O, para ser preciso, a segundas personas. En concreto, a la de su esposa. Dice Philippe Hildebrand que acepta, sí, haber cometido «diversas faltas aunque nada que reprocharse […]
Philippe Hildebrand es presidente del Banco Nacional de Suiza. Sobre su conducta, cuentan los medios, se cierne la sospecha de haber confiado información privilegiada a terceras personas. O, para ser preciso, a segundas personas. En concreto, a la de su esposa.
Dice Philippe Hildebrand que acepta, sí, haber cometido «diversas faltas aunque nada que reprocharse a nivel jurídico», porque la compra en agosto del pasado año de más de medio millón de dólares, veinte días antes de que el banco que él preside devaluase el franco suizo, la hizo la señora Hildebrand, y que fue también su esposa la que, meses antes, había adquirido más de millón y medio de dólares para obtener 60 mil euros de beneficios en el minuto escaso que le costó hacer la transacción por Internet.
El, por supuesto, nada sabía en relación al caso y, consternado, ha declarado que, de haberlo sabido, habría anulado las operaciones, que se reprocha no haberse dado cuenta antes, no haberlo impedido y que si pudiera volver sobre sus pasos no haría lo mismo. Pero a nadie debe extrañarle que, sin su conocimiento, su esposa efectuara operaciones por cientos de miles de euros porque, como bien se ha apresurado a dejar claro, la señora Hildebrand «tiene una fuerte personalidad y se interesa en las cuestiones financieras por sí misma, hasta lee el Financial Times por las mañanas».
Les confieso que, llegado a este punto, tentado estuve de interrumpir esta crónica y correr a la calle a comprar el Financial Times para, en lugar de pasarme las mañanas trajinando oficios en la cocina o escribiendo pendejadas, poderme sentar cómodamente a leer los informes financieros y, en un golpe de tecla, hacerme millonario, pero debo admitir que sigo sin saber inglés, carezco de una fuerte personalidad, me importa un carajo la Bolsa y, peor todavía, mi esposa no es la presidente del Banco Nacional de Suiza.
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