De vez en cuando colaboro con Rebelión enviando artículos a la sección de Cultura. En algún momento he reflexionado sobre lo que quiere decir esta palabra en un contexto político de izquierdas, es decir, democrático y socialista radical. La pregunta es muy difícil, sobre todo porque esta noción tiene una extensión cada vez más amplia. […]
De vez en cuando colaboro con Rebelión enviando artículos a la sección de Cultura. En algún momento he reflexionado sobre lo que quiere decir esta palabra en un contexto político de izquierdas, es decir, democrático y socialista radical. La pregunta es muy difícil, sobre todo porque esta noción tiene una extensión cada vez más amplia. Al final incluso podríamos cuestionar su utilidad.
Voy a intentar dar algunas pistas sobre que es lo que creo que podemos entender por Cultura desde una perspectiva de izquierdas.
En primer hay que especificar que la Cultura no es nunca individual. Tiene un carácter social y hace referencia a sistemas de creencias, de valores y de prácticas de un determinado grupo. Pero tampoco es universal ( la cultura de todos los humanos no es la misma) y hemos de poner matices cuando le damos un carácter particular. Es decir que la cultura son rasgos de grupo que no tienen un carácter homogéneo. Las culturas no existen como tales porque no hay grupos cerrados que se identifiquen con ellas. Y menos en nuestra sociedad globalizada. Amaryta Sen ya nos ha avisado del peligro de sectarismo y de violencia a que conduce la ilusión de una identidad única. Compartimos rasgos comunes con grupos diferentes: yo soy de un país, tengo una manera de pensar, comparto unas prácticas. El musulmán marroquí, pakistaní i catalán tienen rasgos culturales comunes pero otros diferentes que los vinculan a otros grupos. Como muy bien plantean hoy gente como Terry Eagleton o Slavoz Zizek es interesante dar a la cultura una dimensión universal vinculada a lo singular, a lo que cada sujeto puede aportar. Centrarse en lo particular (ètnia, nación…) hace que cerremos las puertas a la autonomía individual y a los principios universales que deben ser propios de la izquierda. Es un peligro tanto del nacionalismo como del multiculturalismo. Pensadores como Appiah han subrayado hoy de manera interesante el valor actual de un cosmopolitismo bien entendido.
Esta última afirmación nos lleva a una crítica al relativismo cultural, tanto a nivel de conocimiento como de valores. Como izquierda hemos de defender una noción fuerte de verdad, aunque tenga un carácter provisional, frente a aquellos que consideran que toda verdad es una ficción. Hay que trabajar por una tercera vía entre las verdades absolutas y el relativismo idealista. En el campo de valores hemos de decir lo mismo: hay unos principios (dignidad, igualdad de derechos, distribución equitativa de recursos) que hemos de defender como incuestionables. De otra forma colocamos al verdugo y a la víctima en el mismo rasero.
También hemos de considerar la crítica que hace Immanuel Wallernstein a las dos culturas del capitalismo: la científica y la filosófica. No ver la ciencia con la estrecha mentalidad del cientismo positivista, como si fuera la única y absoluta fuente de verdad. Al mismo tiempo no colocar la filosofía en el terreno de la opinión, de las preferencias subjetivas. Se elimina así el necesario complemento entre unos y otro : se deja la supuesta verdad en manos de los expertos y los demás que opinen, que son charlas de café o de especulaciones académicas. Los criterios de verdad quedan así en manos de los supuestos científicos, utilizados por el capital, y se elimina la razón crítica a favor de la razón instrumental.
Finalmente hemos de defender una concepción democrática de la cultura, que ha de ser accesible para todos. No olvidemos que las concepciones aristocráticas son una manera de odio a la democracia, como bien dice Rancière. Si la cultura de masas actual es nefasta es por la manera como la manipula el capitalismo, que la ha convertido en una materia desechable de consumo. Ya decía Condorcet que el pueblo no es estúpido, en todo caso le vuelven desde las estructuras del poder. Platón, Nietzsche u Ortega y Gasset pueden ser interesantes en otros aspectos pero no podemos defender desde la izquierda su concepción elitista de la cultura, que establece como propia de la condición humana la repetida jerarquía entre una minoría selecta y una mayoría estúpida.
Acabo aquí esta primera reflexión sobre lo que debemos considerar como Cultura desde la izquierda. Esta reflexión me parece, entre otras muchas, muy necesaria.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.