Sí, qué tiempos que hoy recuerdo y extraño, aquellos viejos años comedidos y pulcros, cuando en el consagrado hemiciclo del Congreso en cortés armonía debatían sus siempre ilustres señorías. Sí, es verdad, también es cierto que hubo ausencias, reiteradas ausencias, que algunos ni llegaron a asistir excepto para el cobro de sus homologados emolumentos, que […]
Sí, qué tiempos que hoy recuerdo y extraño, aquellos viejos años comedidos y pulcros, cuando en el consagrado hemiciclo del Congreso en cortés armonía debatían sus siempre ilustres señorías.
Sí, es verdad, también es cierto que hubo ausencias, reiteradas ausencias, que algunos ni llegaron a asistir excepto para el cobro de sus homologados emolumentos, que no siempre hubo quórum. De hecho, era público que algunas señorías bebían más votos en las urnas de la cafetería que en sus escaños y que, también, los hubo, capaces de dormir y roncar toda una legislatura e, incluso, hacer posible, desde su vicepresidencia, el mejor registro de la marca «Candy Crush». Y es que, aquél había sido un buen día para la señora Villalobos. Nada que ver con los vicepresidentes exabruptos que le provocaban ciertas señorías y choferes… «¡Vamos tira palante…! ¡Manolo…venga coño! ¡No es más tonto porque no se entrena! ¡Manolo… joder!»
Tampoco esa sería la última vez que alguna señoría nos conminara a jodernos. «¡Que se jodan!» resumió su celebrada ponencia la diputada Fabra durante una solemne sesión. Y no deja de ser cierto que por detrás de las columnas del Congreso los cuestionados por el código penal trajinan sus amarres, orondos, risueños y, por supuesto, bien aforados, que a la impunidad siempre la ha vestido con elegancia la prenda de una ley que la conforme. Como aforadas han sido sus comisiones, sus honorables cuentos, sus cuentas honorables, sus puertas giratorias, sus acuerdos a oscuras, su luminoso lucro, en blanco y en negro, en directo y diferido.
Y es que un congresista, un senador, no surge de la nada, no es cualquiera que improvisa su regia doblez, su señorial hipocresía, esa innata capacidad de desdecirse de todos los compromisos asumidos sin admitir, ya que no la vergüenza, al menos la memoria. No está al alcance de cualquiera que pueda facturarse tanta emérita desfachatez.
¡Qué tiempos aquellos! Cuando el Congreso lo ocupaban eminentes señorías acusadas de violencia machista, de maltrato laboral, de estafa, de tráfico, de cualquier delito… mentados tropiezos que, según consta en las actas oficiales, en absoluto empañaron su cristalina gestión y egregia trayectoria.
Ser un hijo de puta tampoco se improvisa, y en cualquier caso, quedan para la historia sus insignes esfuerzos por delegar nuestros mejores sueños en manos de la Virgen del Pilar, de la de la Almudena, de la del Rocío… hasta de su ángel de la guarda. ¡Qué erudición! ¡Cuanta elocuencia! ¡Cuanta publicidad! ¡España somos todos!
Pero la verdad, al cabo de tantos años de honorables ilustrísimas velando por mis intereses y porque ya no tengo paciencia para seguir con tanta gentileza, más que aquellos viejos tiempos echo en falta los nuevos que vendrán, esos que se están asomando, esas voces que sí nos representan, voces vascas, catalanas, gallegas, republicanas que no aceptan negarse, trabajadoras, aunque haya que romper, hoja por hoja, todos los artículos de una constitución estéril. Y bienvenidas sean las rastas, los pirsin, las coletas, los bebés, los ancianos, los de las camisetas, ese imprescindible aire que devuelva el Congreso a sus funciones, a las de aquel otro maravilloso anuncio de legislar para el bien común.
Que se llene de zapatillas, de boinas, de pañuelos, de propuestas decentes, de respaldos debidos, de verdades, de derechos, que se llenen de pueblo.
Y sí, también de piojos, que nunca se equivocan cuando buscan congresistas con sangre.
(Euskal presoak-Euskal herrira)
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