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¿Quién es el enemigo? La superoligarquía

Fuentes: Viento sur

El punto de partida de la estrategia es definir quién es el enemigo y qué se quiere conseguir luchando contra él. La segunda cuestión es establecer qué ideas y propuestas (como la planificación de la transición ecológica, el feminismo y otras luchas sociales) forman parte de la lucha por el objetivo del socialismo igualitario. Este texto busca una respuesta a la primera pregunta: ¿quién es el enemigo?

En el debate político reciente ha habido varias formulaciones que utilizan diferentes metáforas y  responden que el enemigo es el neofascismo, el tecnofeudalismo (Yannis Varoufakis) o el capitalismo político (Robert Brenner). También se utilizan otras denominaciones, pero estas son quizá las más extendidas y debatidas. Las dos primeras tienen en común recurrir al pasado para designar el presente. Es comprensible: la analogía nos traslada al terreno de lo conocido para analizar lo desconocido o, al menos, lo nuevo. Pero ese es precisamente el problema: la metáfora nos atrapa en su significado y en su lectura: neofascismo sugiere una repetición del fascismo (efectivamente, se dan algunos de los elementos que lo sugieren: hay un fascista en la Casa Blanca, fuerzas reconociblemente neofascistas o posfascistas ocupan el poder en Italia y Austria y se lo disputan en Alemania y Rumanía) y tecnofeudalismo hace referencia  a un recuerdo aún más lejano, el del feudalismo (que, de nuevo, tiene una correspondencia con el auge de nuevos señores con poderes feudales y el autoritarismo asociado a ellos). Sin embargo, la mirada retrospectiva deja toda la ambigüedad sobre lo nuevo.

Frente a estas afirmaciones, desde 2022 (antes de la reelección de Trump) los marxistas estadounidenses Dylan Riley y Robert Brenner proponen otro término: capitalismo político. Lo explican así: «Esta nueva estructura electoral está relacionada con el surgimiento de un nuevo régimen de acumulación, que podemos denominar provisoriamente capitalismo político. En el capitalismo político, el poder político puro, y no la inversión productiva, es el determinante clave de la tasa de rentabilidad. Esta nueva forma de acumulación está asociada a una serie de nuevos mecanismos de fraude políticamente constituido. Entre ellos se incluye una serie creciente de exenciones fiscales, la privatización de activos públicos a precios de saldo, la flexibilización cuantitativa y los tipos de interés ultrabajos para promover la especulación bursátil y, sobre todo, el gasto público masivo dirigido directamente a la industria privada y dotado de efectos de puro goteo para el conjunto de la población» (Dylan Riley y Robert Brenner, “Siete tesis sobre la política estadounidense”, NLR 138, 2023).

Político en el capitalismo político puede resultar un poco extraño. Después de todo, ¿no es siempre política una forma de dominación de clase, el capitalismo? Por supuesto que lo es. Sin embargo, el objetivo de Riley y Brenner, como leemos en el texto citado, es señalar que la intervención directa de estos oligarcas reconfigura la política, prescinde de intermediarios y utiliza sin pudor al gobierno para enriquecerse (Trump lanzó al mercado una imagen criptográfica, $TRUMP, el día antes de su toma de posesión, la criptomoneda con la que ganó rápidamente 6.000 millones de dólares). Es cierto que ha habido banqueros en el gobierno o de agentes suyos en varios ejecutivos de diversos países, y son ejemplos que no podemos olvidar. En Estados Unidos, el secretario del Tesoro en 1929 era el principal banquero, Andrew Mellon, corresponsable del agravamiento de la recesión. A pesar de ello, también hubo presidentes estadounidenses en conflicto con los grandes industriales, como fue el caso de Carnegie, el rey del acero, o como ocurrió con el gigante del petróleo.

Entonces, ¿qué tiene de específico esta fase del capitalismo? Merece la pena estudiarlo, porque es lo que responde a la pregunta de determinar el enemigo. Creo que lo nuevo en esta fase del capitalismo tardío son dos hechos. El primero es que, en respuesta al mediocre crecimiento de la tasa de ganancia y al aún menor crecimiento de la acumulación de capital, un sector de la clase capitalista ha utilizado un poder sin precedentes –el control de la comunicación humana– para reforzar su poder e instrumentalizarlo en el control de los aparatos del Estado, con el fin de verter los recursos públicos al servicio de su enriquecimiento. El estancamiento de la economía (con diferencias, la economía estadounidense ha crecido más que sus competidoras, lo que explica la crisis alemana) significa que el modelo político basado en una cierta redistribución está muerto. Se podría decir que la precariedad laboral tiene décadas, lo cual es cierto, y que la erosión de esta forma de hegemonía contractual no es de este siglo, pero sí lo es la plataformización generalizada. Elon Musk es hoy el más poderoso y peligroso de estos superoligarcas, tanto más cuanto que tiene una agenda política para una internacionalización reaccionaria y avanza en esa dirección. Pues bien, he aquí la respuesta: el enemigo es la superoligarquía financiera y de control de las comunicaciones.

El hecho de que este sector de la burguesía controle la comunicación y la utilice como palanca de acumulación tiene varias consecuencias. Mencionaré dos. En primer lugar, su poder se basa en la red de la vida social digital que está en manos de unas pocas empresas globales, todas ellas concentradas en manos de unas pocas personas (son los terratenientes del tecnofeudalismo). Por lo tanto, debemos empezar a considerar las redes sociales como el arma de nuestros enemigos.

En segundo lugar, esta forma de acumulación cambia el proceso de extracción de valor, y esto merece una breve explicación. Cualquiera que siga a Marx conoce su análisis del proceso de explotación: el trabajo produce la mercancía en la fábrica y el capitalista se apropia de una parte no pagada de ese valor, el plusvalor, y trata de reducir la parte pagada, el salario. En abstracto, es así, y es un buen punto de partida. Pero luego las cosas se complican y el plusvalor extraído en una empresa no es necesariamente el importe de su beneficio, ya que parte del valor creado se utilizará para pagar otros gastos (publicidad, transporte, marketing, almacenamiento, costes financieros). En otras palabras, el capitalista transfiere parte de los beneficios de los que se han apropiado a otras empresas que se benefician de ello. El poder financiero y político decide esta relación y, de hecho, compensa a unas empresas en detrimento de otras, con regímenes de desgravación fiscal o incluso pagos directos. Por eso es tan importante tener gente de confianza en el gobierno. Y nótese que, con estas transferencias, la burguesía está captando y utilizando parte de los salarios, por ejemplo, a través de impuestos e intereses de los que se ha apropiado.

Por tanto, las relaciones de explotación son complejas: se basan en la división entre salario y plusvalor y luego se transforman aún más a través del control político de los impuestos y las decisiones gubernamentales con el fin de utilizar esta parte del salario para financiar y facilitar la acumulación de capital. Todo esto es, por tanto, capitalismo político. Lo que ahora ha cambiado es que quienes más se benefician de esta política son los mismos que controlan la producción de hegemonía mediante la distracción y, más aún, la alienación narcisista; por eso los superoligarcas son los dueños de las redes de comunicación que controlan la vida de la gente y no renuncian en absoluto a este poder supremo. Esta forma de mando social es única en la historia de la humanidad y, naturalmente, nunca ha habido oligarcas tan ricos como éstos. Por eso es fundamental esta expansión del sistema de explotación: quien esté leyendo este artículo puede estar siendo explotado por la compresión salarial, que aumenta el plusvalor directa, pero puede estar seguro de que también está sufriendo la mercantilización de su atención, de su vida, de sus emociones y de sus recursos personales. Los productores de mercancías se han convertido en mercancías.

Así, este modelo de explotación ha puesto a las personas al servicio de su destrucción. «Molinos satánicos», llamaba la clase obrera de la revolución industrial a las fábricas. Estos nuevos molinos están instalados en la actividad que más tiempo ocupa en nuestras vidas, más que trabajar y más que dormir, que es la carcel digital. Por encima tuyo, puedes estar seguro de que está tu enemigo, el superoligarca.

Fuente: https://vientosur.info/quien-es-el-enemigo-la-superoligarquia/