Con la autonomización de la economía y el debilitamiento de los Estados-nación es ilusorio pensar que los presidentes elegidos sean quienes tienen el mando del país. Quien decide los destinos reales del pueblo no es el Presidente. Él es rehén del Ministro de Hacienda y del Presidente del Banco Central que, a su vez, son […]
Con la autonomización de la economía y el debilitamiento de los Estados-nación es ilusorio pensar que los presidentes elegidos sean quienes tienen el mando del país. Quien decide los destinos reales del pueblo no es el Presidente. Él es rehén del Ministro de Hacienda y del Presidente del Banco Central que, a su vez, son rehenes del sistema económico-financiero mundial, a cuya lógica se someten. Cuando el Presidente Bush habla a la nación, seguramente mucha gente lo escucha. Cuando habla el presidente de la Reserva Federal (FED) toda la nación se para. Lo que él tenga que decir significa la vida o la muerte de muchos empleos y el destino de empresas.
Los dueños del mundo están a la sombra de los bancos. Son los que controlan los mercados financieros, las tasas de interés, las infovías de comunicación, las tecnologías biogenéticas y las industrias de la información.
Inmensos consorcios privados actúan a nivel planetario. Sin preguntar a nadie y sin ningún tipo de control dilapidan el patrimonio común de la humanidad en beneficio propio. En pocos años deforestaron 800.000 hectáreas de las islas de Borneo, Java, Sumatra y Sulawesi (Célebes). Los incendios proyectaron una humareda del tamaño de medio continente. Esos mismos grupos mancomunados con los nuestros actúan ahora en la selva amazónica. Las leyes de protección ambiental son inoperantes frente al ansia de conseguir dólares, vía exportación, para que el país haga frente a los compromisos de la deuda externa e interna. El agronegocio implica deforestar, liquidar la biodiversidad, homogeneizar la producción en escala.
Esta lógica funciona en el sistema globalizado mundial, creando desigualdades y devastaciones ecológicas allí donde se implanta. Para el 2010 se prevé que las selvas hayan disminuido un 40%. En el 2040 el aumento de los gases de efecto invernadero puede provocar un calentamiento de 1ºC a 2ºC elevando el nivel de las aguas oceánicas de 0,5 a 1,5 metros, afectando a millares de ciudades costeras. Seis millones de hectáreas de tierras fértiles desaparecen al año bajo el efecto de la desertización.
Enfermedades infecciosas de todo tipo viajan a la velocidad de los mercados. El sida en África es una pandemia. La esperanza de vida del África subsahariana ha disminuido 7 años, y en otros países como Uganda, Zimbabwe y Zambia ha retrocedido diez años. El año pasado la producción económica de Kenia por causa del sida cayó un 14,5%. África es un continente abandonado a su propia desgracia, que ni siquiera merece ser explotado. El Papa hace discursos irresponsables.
Si hubiera un poco de humanidad y compasión entre los humanos bastaría con retirar apenas un 4% de las 225 mayores fortunas del mundo para dar comida, agua, salud y educación a toda la humanidad. Estos son datos de la ONU del 2004. En cuanto a esto, todavía mueren de hambre 30 millones de personas y dos mil millones están anémicas.
¿Tendremos tiempo para que la desintegración se muestre creativa? Una leve esperanza se anuncia un poco en todas partes del mundo, en Seattle, en Génova, en Porto Alegre y en los Foros Sociales Mundiales. Ahí surge un anti-poder que pide una nueva justicia planetaria, una tasación significativa de los capitales especulativos, la introducción de una renta de existencia para todos los habitantes de la Tierra (no para que subsistan sino simplemente porque existen), la aplicación rigurosa de la ética de la precaución y del cuidado en las cuestiones ambientales. Esperanzas. Que tengan la fuerza de la semilla.