«Dime con quién no andas y te diré quién eres». El Gobierno ha cambiado de enemigos. Las corporaciones multinacionales ya no lo son (Ivanhoe, Petrobrás, las mineras canadienses); y, al parecer, los bancos tampoco. En cambio, los pueblos indios, los trabajadores, los «ecologistas infantiles» se han tornado el blanco de su furia. De los antiguos […]
«Dime con quién no andas y te diré quién eres».
El Gobierno ha cambiado de enemigos. Las corporaciones multinacionales ya no lo son (Ivanhoe, Petrobrás, las mineras canadienses); y, al parecer, los bancos tampoco. En cambio, los pueblos indios, los trabajadores, los «ecologistas infantiles» se han tornado el blanco de su furia. De los antiguos enemigos quedan algunos medios de comunicación y los cadáveres, Febres Cordero, Álvaro Noboa, Gutiérrez.
El cambio de enemigos expresa las variaciones en el rumbo del Gobierno.
En la crisis actual del neoliberalismo en América Latina han surgido varias alternativas: socialismo, nacionalismo, desarrollismo, populismo. En la primera fase de su gestión, el Gobierno parecía dirigirse hacia una suerte de desarrollismo nacionalista a partir del fortalecimiento del Estado, incremento de las políticas sociales, defensa de la soberanía frente a las trasnacionales, política exterior independiente.
Hoy de esa orientación parece quedar muy poco. Su política minera es cada vez más afín a los intereses de las grandes corporaciones. Y tampoco mantiene el desarrollismo que, realizadas ya las reformas básicas, debería encauzarse a un proyecto de desarrollo agroindustrial, integración suramericana, sustitución de importaciones. En su lugar, apuesta a la minería que intensifica la vieja dependencia al mercado mundial y echa al traste todo proyecto de integración.
Siempre he considerado que la categoría «populismo» era ambigua y confusa. Empero, es la que mejor le calza al actual Gobierno: minería, dólares, bonos clientelares, aumento de las importaciones, ruina de todo proyecto nacional y latinoamericano.
La definición del Gobierno ha propiciado un realineamiento de fuerzas. La clausura de Radio Arutam y la malhadada intervención respecto al Proyecto ITT-Yasuní ha precipitado no solo la ruptura con la CONAIE y los movimientos sociales sino la derrota final del ala progresista de Alianza País.
La derecha se encuentra feliz. Si bien no tiene aún expresión política con fuerza ha desplegado con éxito una estrategia de jaque constante al Gobierno que lo obliga a definirse hacia la derecha en materia de seguridad, política petrolera, relaciones con Colombia.
Empero, el juego mediático de amigos y enemigos crea una imagen falsa de peligrosos efectos políticos. La vida y la dinámica reales oponen al Gobierno y a las fuerzas sociales, la CONAIE, los trabajadores, los ecologistas. En el terreno político, en cambio, la escena aparece copada por la pugna entre Correa y la derecha que, carente de fuerza social propia, pretende cosechar a río revuelto. Contribuye a esa falsa imagen la carencia de un proyecto político de izquierda y la confusión que crean algunos grupos radicales que convergen con la derecha.
La confluencia de los movimientos sociales con la izquierda originada en Alianza País y hoy perseguida por Correa, bajo un programa que deslinde campos y se oponga a la derecha -grandes medios, banca, partidos- y al Gobierno, es una condición fundamental para retomar el nacionalismo por el que se ha pronunciado el pueblo ecuatoriano. Y avanzar más allá. Caso contrario, el camino chileno es inevitable.