En la historia de la Iglesia católica son varios los inquisidores que tras llevar a cabo matanzas fueron nominados más tarde papas, por ejemplo Giovanni Caetano Orsini que se convertiría en el papa Nicolás III «Escribo 10 de febrero de 1600 con una pluma infame, sin anteojos y cuando me quedan siete días de vida […]
«Escribo 10 de febrero de 1600 con una pluma infame, sin anteojos y cuando me quedan siete días de vida por delante, si puede llamarse vida a pudrirse en el hedor de un calabozo…; y soy un animal viejo resuelto a no perder la razón, así deba arrastrarme hasta el fin bajo el fardo en el que se resume mi vida. Por eso he pedido tinta y papel… Dentro de siete días me quemarán, a mí y estas páginas». Habrá un suspiro, un estremecimiento imperceptible del mundo, y Giordano Bruno, escritor, profesor de filosofía natural, antiguo consejero del rey de Francia, héroe de la memoria, de las letras, de las ciencias y de las artes mágicas, no será más que un recuerdo… «Quedará mi muerte abominable como única revancha. La huella de un pie en la nieve: alguien ha pasado, dirán».
No hace mucho, en su bello artículo publicado en GARA, nos recordaba Juan Mari Eskubi -al que tanto le debemos los vascos por agrupar y liderar aquella oposición contra la central nuclear de Lemoiz, que espero se convierta pronto en libro- otro de los muchos asesinatos perpetrado por la «santa» Iglesia contra un sabio de su tiempo. El de Giordano Bruno, quemado en hoguera de fuego por la inquisición el 17 de febrero de 1600.
En la historia de la Iglesia católica son varios los inquisidores que tras llevar a cabo matanzas fueron nominados papas, por ejemplo Giovanni Caetano Orsini que se convertiría en el papa Nicolás III (1277-1280). Pero no hace falta retrotraerse tanto en el tiempo para ver vertido el ayer en el hoy. Porque también el inquisidor general de la Iglesia, Ratzinger, fue elegido papapara que, como Benedicto XVI, siguiera su labor de juez y condena. Y el bávaro Joseph Ratzinger fue una mala bestia como inquisidor. Hombres brillantes y coherentes, investigadores, científicos y teólogos destacados en la ciencia e investigación han sentido en los últimos setenta años el puntapié inquisidor y retrógrado de una Iglesia que ha ido expulsando, humillando y persiguiendo de mala manera a gentes que honestamente han ido abriendo camino en las ciencias, en el estudio de la Biblia y en el gran fraude del cristianismo. «Durante los periodos papales de Pío XII (1939-1958) y de Juan Pablo II (1978-2005) fueron amonestados, suspendidos o prohibidos los más importantes teólogos católicos del siglo XX. Les dejaron sin voz y sin pluma, siendo inquisidores generales Alfredo Ottaviani y Joseph Ratzinger». Ejemplos muchos en casa y fuera: Teilhard de Chardin, Henri de Lubac, Henri Bouillard, Yves Congar, John Mc Nelly, Jacque Pohier, Charles Curran, Herbert Haag, Eugen Drewermann, Edward Schillebeeckx, Hans Küng, Ernesto Cardenal, Miguel d’Escotto, Jon Sobrino, Gerd Lüdemann, Hubertus Mynarek, Leonardo Boff, Marciano Vidal, Juan José Tamayo, Castillo, González Faus, Benjamín Forcano, Patxi Larrainzar… No, no encontrarán ningún profesor de la universidad de Deusto. La Iglesia es un erial, un trozo de la Edad Media en pensamiento, libertad y respeto. El silencio y la colaboración de muchos teólogos, que hoy ocupan puestos y cátedras, ante el gran atentado contra derechos elementales de estos teólogos sabios y osados ha sido sonrojante y vergonzante.
No hace mucho leía en ese gran libro que es «La Biblia desenterrada» de Finkelstein y Silberman que «antes de Moisés existía la violencia, pero mediante Moisés vino una nueva violencia, la violencia en nombre de Dios. El cristianismo comenzó también a emplear la violencia en nombre de la verdad: la verdadera fe debe ser anunciada a los paganos, si es menester con la espada para salvar su alma de la condenación eterna». Lean por curiosidad, conocimiento y decencia «La historia criminal del cristianismo» de Karlheinz Deschner y verán el reguero de sangre que han dejado en la historia este Dios de los cristianos y esta Iglesia de Roma.
Y si el inquisidor de ayer, Joseph Ratzinger, es el papa Benedicto XVI de hoy, su sucursal de ayer en el Estado español y el otrora representante del gran inquisidor de la Iglesia es el actual presidente de la Conferencia episcopal española y se llama Ricardo Blázquez, el obispo de Bilbao. No hace mucho, el teólogo que a inicios del 2000 sintió en su espalda el látigo inquisitorial de Ratzinger y Blázquez, Marciano Vidal, narró en público a su paso por Bilbao su penoso calvario, su bestial humillación a los 60 y pico años, tras muchos de profesor y ciencia, tras décadas de catedrático reconocido más allá de fronteras. Los obispos y cardenales Rouco Varela, Cañizares Llovera, Herranz Casado, García-Gasco, Martínez Camino, Fernando Sebastián, José Asurmen- di… son los nuevos guerreros de la Orden Teutónica, los Templarios y Caballeros de san Juan, aquellos paramilitares sanguinarios de la Edad Media que empleaban contra las gentes la espada, el terror y hasta la muerte. Su voz es La COPE, su pancarta política el PP o UPN.
Se había anunciado que el Vaticano, tras años de presión e incordio, preveía en breve castigar al teólogo vasco Jon sobrino -uno de los exponentes de la teología de la liberación- por falsear la figura del Jesús histórico, que de ser un hombre le han convertido en mito divino. Con este castigo que por ahora no se ha hecho realidad, Jon Sobrino, figura señera de los jesuitas de nuestros días, no habría podido dar clases ni publicar libros con el imprimatur de la Iglesia católica. No hay que olvidar que su arzobispo, el navarro del Opus Dei nacido en Cintruénigo en 1932, Fernando Sáenz Lacalle, es desde 1997 nada menos que general de brigada de la Fuerza Armada de El Salvador, eso sí con el visto bueno del espíritu santo y la bendición de Joseph Ratzinger. Y es que tampoco en el 2007 tiene cabida en la Iglesia fosilizada un científico honesto.
¡Giordano, con el paso del tiempo hemos descubierto tu digna huella en la nieve!