Miguel Hernández sigue siendo para muchos un poeta de ubicación difícil. Mártir de la Guerra Civil, y como tal, heredero mítico de Lorca. Efigie del progresismo militante en la voz de Serrat y Paco Ibáñez. Para otros, no puede ser más que un brillante epígono (murió en la cárcel franquista con 32 años) de la […]
Miguel Hernández sigue siendo para muchos un poeta de ubicación difícil. Mártir de la Guerra Civil, y como tal, heredero mítico de Lorca. Efigie del progresismo militante en la voz de Serrat y Paco Ibáñez. Para otros, no puede ser más que un brillante epígono (murió en la cárcel franquista con 32 años) de la Generación del 27, influido por Aleixandre y por Neruda, de quienes fue, además, buen amigo. Pero es, asimismo, moneda común considerar que su Elegía (a la muerte de Ramón Sijé) es uno de los grandes plantos del idioma, que se abren cuando el Arcipreste de Hita llora a la Trotaconventos. ¿Quién negaría, con todo, la inmensa fuerza idiomática y telúrica de un poeta que, si no llegó al punto exacto de su voz madura (no pudo ser), compuso una poesía caudal, con voz de seda y cólera, brillantísima? Umbrío por la pena, casi bruno
Creo que estas preguntas -además de la relectura misma- son las que han llevado a Jesús García Sánchez, editor de Visor, a preparar para su colección una pertinente y amplia Antología de Miguel Hernández que acaba de salir. Releyendo los famosos poemas de Viento del pueblo (1937), que no es poesía social ni cívica, sino combativa (Rosario, dinamitera), he vuelto yo a pensar si puede y debe la poesía dar cuenta, en su ser, del mundo contemporáneo, o debe sólo mantenerse en la pesquisa de la conciencia y del lenguaje, que también.
Vivimos, hoy, un mundo atroz, para muchísimos, que el Poder nos sigue vendiendo como el mejor de los mundos posibles, aunque casi todos pensemos y sintamos que eso es mentira. No sé muy bien lo que son los movimientos altermundialistas -tan varios- pero sé que, o bien «otro mundo es posible», o que igual ya no quede mundo que posibilitar, tras mucha destrucción, calamidad y daño Pero, ¿puede la poesía hablar de todo esto -y del corazón del hombre y de su psique- sin caer en la obviedad o en el panfleto, en el viejo mitin retórico y plano?
Creo que sí, y que no poca poesía joven de este momento se enfrenta al íntimo dilema de cómo hacerlo. Cómo ser estética y lenguaje asumiendo la radicalidad del inconformismo. Miguel Hernández no estuvo muy lejos, a su modo. Grito y surrealismo. Posibilidad de una poesía radical, podría ser el título. Y el antólogo pediría a los poetas de ahora mismo (jóvenes o mayores, pero acaso tuviera más acogida en los jóvenes) un poema que hablase -o pensara- sobre algún mal del mundo contemporáneo, y que intentara dar cuenta de ello sin renunciar a los visos o giros de su propio estilo, de su poética propia. Desde la prostituta de las aceras lúgubres a las muertes de Irak, pasando por todos los agujeros de la ecología y de la democracia ¿No es una posibilidad necesaria? ¿No puede el poema invitar al cambio? ¿Ser sustancia en él? ¡Tanto penar para morirse uno!