Mucho se ha dicho ya sobre la no renovación de la concesión del canal golpista Radio Caracas Televisión -RCTV-. La derecha se empeña en presentar las cosas como un atentado a la libertad de expresión, como un atropello dictatorial más del «régimen castro-comunista» del tirano Chávez, tergiversando con ello la verdad de las cosas. Pero […]
Mucho se ha dicho ya sobre la no renovación de la concesión del canal golpista Radio Caracas Televisión -RCTV-. La derecha se empeña en presentar las cosas como un atentado a la libertad de expresión, como un atropello dictatorial más del «régimen castro-comunista» del tirano Chávez, tergiversando con ello la verdad de las cosas. Pero tergiversación o no, sin dudas toda esa manipulación mediática algún efecto tiene. Dentro de Venezuela vuela a generar una partición de aguas polarizando la opinión pública (cierre o no cierre), y hacia el exterior impuso la imagen de un atropello flagrante contra una libertad primordial ratificando que el país vive bajo un yugo dictatorial.
Un porcentaje de la población -que lamentablemente no es poco- ha quedado entrampado en esas redes de la desinformación terminando por hacer el coro a toda esta infernal orquestación. Una vez más el país se polariza y es llevado a la disyuntiva de todo o nada, Chávez sí o Chávez no, supuesta libertad versus dictadura, «democracia» o «barbarie chavista». El mecanismo, en su esencia, es bastante simple: a través de la continua mentira y el moldeamiento de opinión de la prensa más golpista, buena parte de los venezolanos y venezolanas -clase media y alta en lo esencial- ha sido conducida a un estado de confusión tal que no le permite ver con objetividad lo que está sucediendo, al igual que en los momentos más álgidos de las arremetidas antibolivarianas como fueron los pasados intentos de desestabilización con paros y golpes de Estado en el 2002/2003.
En Venezuela, quizá como en muy pocos países del mundo, se respeta a rajatabla la libertad de expresión. Como parte de una política de transparencia en derechos humanos (seguramente para no dar excusas a la derecha nacional ni internacional en relación a denuncias de violaciones en este ámbito, para evitar en todo lo posible la confrontación y el desgaste, fundamentalmente con el imperio estadounidense) el gobierno bolivariano tolera con la mayor (¡a veces increíble!) tranquilidad todo tipo de agresión mediática por parte de la derecha. Cualquier observador imparcial que visite Venezuela sin conocer en detalle los pormenores de la guerra mediática que se vive, quedaría sorprendido -u horrorizado- al constatar el nivel de agresión por parte de los medios comerciales hacia las políticas del gobierno o hacia la figura del presidente Chávez, causante de todas las desgracias cósmicas según ese discurso. Y quizá más sorprendido aún quedaría al ver la paciencia con que el gobierno bolivariano soporta esos ataques. De hecho, la cara visible de la oposición política, sus verdaderos operadores hoy por hoy son los medios comerciales de comunicación. El canal televisivo RCTV es, seguramente, el más emblemático al respecto.
Después del triunfo en las elecciones presidenciales del pasado diciembre, la figura de Hugo Chávez y todo el proceso bolivariano salieron fortalecidos. A partir de ese momento surge la idea de comenzar a tener una relación distinta con estos medios contrarrevolucionarios. Algunos canales televisivos comerciales, negociaciones por medio, morigeraron su discurso anti gobierno. Pero otros, como el caso de RCTV y también Globovisión, siguieron siendo la avanzada beligerante de la oposición y de la estrategia de Washington. En esa nueva dinámica post electoral, el gobierno revolucionario tomó la decisión de enfrentarse a este medio golpista, asumiendo el costo político que ello pudiera ocasionarle amparado en su fortalecimiento y su legitimación por la vía democrática y en la movilización popular que viene ganando terreno. Fue así que decidió no renovar la concesión del espacio radioeléctrico a la empresa 1BC del empresario golpista Marcel Granier, concesionaria de la señal desde hace décadas.
Están fuera de discusión los aspectos administrativo-legales en torno al hecho. Ya se ha dicho hasta el hartazgo -aunque los medios golpistas no lo presenten así- que no se trata de un cierre sino de una no-renovación. El Estado, como dueño del espacio radioeléctrico, tiene toda la potestad para decidir a quién otorga esas concesiones. Pero desde una posición de victimización la derecha insiste en mostrar el supuesto atropello en juego, el atentado contra la libertad de prensa. Y sobre esa patraña ha montado una enorme campaña tanto nacional como internacional.
¿Y por qué un gobierno revolucionario no puede CERRAR un canal golpista? ¿No es potestad (¡obligación! incluso) de un proceso revolucionario barrer con las estructuras anteriores contra las que, justamente, arremete? ¿No es eso, precisamente, una revolución: el proceso por el que se transforma todo, por el que se pone «patas arriba» todo, por el que no queda ladrillo en pie y se comienza algo nuevo? ¿Las revoluciones no se hacen para cambiar y mejorar el estado actual?
Hacia fines del pasado siglo con la caída del bloque soviético y la entrada del capitalismo en China, el socialismo pareció «`pasar de moda». Pero la revolución bolivariana rescató esos sueños mostrando que las utopías siguen siendo posibles (¡y necesarias!). Claro que la monumental paliza sufrida por el campo popular estas últimas décadas no pasó en vano: los retrocesos en las conquistas populares fueron notorios, y todavía no terminamos de recuperarnos. Ahí están la precarización laboral, las impagables deudas externas de los Estados del Sur, las recolonizaciones que implican los tratados de libre comercio, el rosario de bases militares de Washington por todos los puntos del planeta. Aunque, sabiendo de la crudeza de este escenario, el proceso que vive Venezuela sirve como fuente de esperanza para la izquierda y los movimientos sociales de todo el mundo. Los cuales, es importante remarcarlo, están resurgiendo con gran energía nuevamente.
Ahora bien: la fuerza de esa avanzada de la derecha de estos últimos años dejó marcas muy profundas. Hoy día ser de izquierda, volver a hablar de socialismo, volver a levantar banderas antiimperialistas, no es fácil. Por eso el proceso venezolano va con tanta tibieza, con tantas precauciones. El contexto global no es, por ejemplo, el de Cuba en la década de los 60, o el de Vietnam en los 70; hoy día no hay -o no había hasta ahora- mayor espacio para nacionalizaciones, expropiaciones, para proyectos socializantes. Y si la revolución bolivariana, en estos primeros años de existencia, se movió con toda esta tibieza, casi sin tocar cuestiones de estructura (la «revolución bonita»), ello se debió a esa coyuntura que la fuerza a ser extremadamente prudente.
Pero los procesos comienzan a acelerarse. El empuje popular va ganando terreno y en el mediano plazo se deberán ir dando definiciones cruciales: la revolución puede seguir el camino del reformismo o de su profundización. La medida que ahora se toma con el canal RCTV puede marcar el camino: es probable (y debemos empujar para que así suceda) que se radicalice. El poder popular, la auténtica participación desde abajo es la única garantía que se elija el camino de la profundización.
En nombre de la cacareada libertad de expresión (que, en realidad, no es sino libertad de empresa), los medios comerciales de comunicación ponen el grito en el cielo por este supuesto «cierre». Pero en realidad, aunque técnicamente no es un cierre, funciona como tal. Aunque veámoslo desde otro punto de vista: el día domingo 27 de mayo se cierra el proyecto golpista y de la peor calidad ideológica que es RCTV. ¿Y qué? ¿Gana o pierde el pueblo con ello? ¿Ganan o pierden el proceso revolucionario y la construcción de una sociedad distinta con esta medida? ¡Ganan!, sin la más mínima sombra de duda.
Algunas décadas atrás, con un campo socialista vivo y poderoso, era más fácil cerrar un medio golpista de la derecha. Hoy, luego de la derrota que hizo retroceder al campo popular en conquistas históricas, pareciera que hay que pedir permiso para hacer la revolución. ¿Pero no llegó la hora de tomar la iniciativa? Si la revolución cierra un canal de la derecha, golpista y ultra reaccionario como RCTV (y además, muy malo estéticamente): ¿qué? ¿Invaden los marines? Si no se toca ningún medio comercial, esos que viven jugando a la desestabilización de la revolución y transmitiendo los más repulsivos valores del capitalismo, si por el contrario se les trata acarameladamente, no se les amenaza: ¿garantiza eso que no invadirán, que nos respetarán o que la aristocracia dejará de ser golpista?
La lucha de clases, aunque la revolución sea «bonita» y hasta ahora no haya disparado un solo tiro, sigue presente. ¿Por qué habría de desaparecer? Y si algunas grandes empresas mediáticas llegaron a algún pacto de no agresión con el gobierno, ¿significa eso que la guerra terminó? Quizá la acumulación de fuerzas por parte del campo popular pueda estar dando ahora la posibilidad de plantearse políticas que algunos años atrás se veían demasiado osadas, demasiado «socialistas». Y si así fuera, ¿no es eso un adelanto popular?
No sabemos qué vendrá a partir del lunes 28 con la nueva señal. Hay muchas expectativas, quizá demasiadas. Es un tanto ampuloso decir que ahí nace una «nueva televisión». De hecho el Estado mantiene ya canales bajo su administración, y muchos canales alternativos independientes están en sintonía con la revolución bolivariana. En todo ese campo tenemos ya la nueva televisión, por lo que no es correcto decir que sólo con la señal que ahora usufructúa la empresa de Marcel Granier, a partir de la expiración de su concesión vendrá la nueva propuesta. Y nada asegura que allí tendremos la mejor televisión. Pero definitivamente lo que es un paso adelante es que ya no estará al aire el actual proyecto, que no sólo es detestable por golpista, sino que debe ser sacado de circulación porque es un bastión de la cultura capitalista con toda su carga de valores, que son precisamente los que una revolución debe transformar: consumismo, machismo, racismo, autoritarismo.
Si hoy el escenario mundial no fuera el que es luego de estas décadas de ultra liberalismo, de entronización del capital sobre las fuerzas del trabajo y de hegemonía militar unipolar absoluta; en otros términos, si hoy el campo socialista no estuviera tan debilitado: ¿sería tan escandaloso cerrar un medio de comunicación del enemigo de clase? ¿No es eso lo que continuamente vivió haciendo la derecha con cuanta propuesta contestataria surgió? No se trata de repetir lo que hace la derecha, obviamente. En modo alguno estamos justificando -y muchísimo menos aplaudiendo- las prácticas dictatoriales. Pero llega un momento donde inevitablemente la «armonía» social entre las clases enfrentadas se rompe. La convivencia pacífica tiene límites, y la resolución consensuada de conflictos no alcanza para la dinámica social, para la lucha de clases. Allí no hay diplomacia: hay violencia estructural, guerra, y así siempre trató la clase dirigente a los trabajadores. ¿Hasta dónde un gobierno revolucionario debe seguir tolerando la embestida mediática de la derecha?
Todo esto, sin dudas, remite a cuestiones básicas en relación a la construcción del socialismo: ¿cómo se edifica una nueva sociedad con los viejos sectores y las viejas prácticas culturales que aún persisten? ¿Se debe pasar por las armas a cuanto «reaccionario contrarrevolucionario» ande por ahí? ¿O son esos excesos, justamente, contra los que debemos estar precavidos para evitar repetir errores de las pasadas experiencias socialistas? De todos modos el debate está abierto en torno a ese tema: ¿qué sucede con los sectores que no se alinean con la revolución sin ser la aristocracia propiamente dicha? ¿Hasta dónde es posible y conveniente negociar con el enemigo de clase? ¿Cuándo la revolución debe ponerse firme y tomar decisiones fuertes como el cierre de un medio golpista?
En definitiva, más allá de la propaganda de la derecha y de todas sus campañas mediáticas sensibleras apelando a la indefendible libertad de expresión irrestricta y absoluta (que, ingenuidades aparte, no existe -ni puede existir- en ningún lugar), ¿no es un signo de fortaleza revolucionaria poder tomar una medida fuerte como la de poner un alto al enemigo y no permitir seguir saliendo al aire a RCTV? Sin repetir en forma mecánica el esquema de «dictadura del proletariado» -que la experiencia nos enseña tuvo más de dictadura que de proletaria- ¿no es una buena noticia para el campo popular poder mandar cerrar un instrumento del enemigo de clase? ¿Debemos sentir miedo por cerrar una herramienta de dominación que lo único que hizo durante décadas es atrasar/dominar al campo popular?
En definitiva: si es cierto que se CIERRA este canal, ¿qué?