En estos meses se ha suscitado en la UE y en la OTAN, el problema de la seguridad. EE.UU. y sus nuevos dirigentes han decidido ya, que el único debate posible se circunscribe a cuánto debe incrementarse el gasto militar. La UE plantea también, aunque yo diría tímidamente, quién y cómo se ocupará del aprovisionamiento de ese material militar, en un trasfondo de lucha por ese mercado del armamento. Todo esto hay que hacerlo, al parecer, porque existe una amenaza real y próxima con Rusia y otra más alejada pero no menos seria con China. Algo que aún no está rigurosamente contrastado, más allá de la trompetería mediática encargada de ello para inocular el miedo en los europeos y que todo sea más fácil en pos de ese criterio.
Desde ese planteamiento unívoco e interesado y no de otros, que también consideran la seguridad como un elemento fundamental, es como se ha organizado el debate actual sobre la seguridad. Una vez más se cumple la máxima de que quién decide de lo que hay que discutir es el que hegemoniza la discusión.
Lo primero que cabe pensar es, si ambas amenazas, la rusa y la china, que son las que justifican esa imperiosa necesidad de rearme, son reales y sobre todo, si no existen otras vías diplomáticas para resolverlas. A simple vista y cuando el debate sobre seguridad solo gira en torno al gasto en armamento, se habla de más de 800.000 millones de dólares, es que se está optando por la estrategia militarista, que, además, es la preferida del complejo militar industrial, particularmente el de EE.UU. Es inevitable en este caso recordar las reflexiones proféticas que en su despedida, allá por el año 1961 hizo Eisenhower, cuando avisó del desmesurado poder que el complejo militar industrial estaba alcanzando y el peligro de ese poder para la democracia.
De forma interesada se ha creado un velo de silencio y de amnesia, sobre consensos no tan lejanos en el tiempo, de problemas que había que resolver y que eran incontrovertibles para la mayoría de líderes políticos mundiales, pensando en la seguridad de la humanidad, de toda, no de una parte. Algunos de esos problemas eran: El medio ambiente, las pandemias, el hambre, la explosión demográfica, las desigualdades económicas y sociales y el analfabetismo. Es obvio que dependiendo de cómo se prioricen estos dos puntos de vista aludidos sobre seguridad, se elegirá un determinado tipo de estrategia u otro.
Para la primera, la militarista, existen pocos pero poderosos padrinos que la impulsan. Su puesta en práctica provoca una polarización y enfrentamiento militar a nivel mundial y lo más importante, llenaría las arcas del complejo militar industrial y lo más triste, provocaría millas de muertos como los que se están viendo en Gaza y en Ucrania. Aunque siempre se suele decir y con mucha razón que: “Solo alguien que no haya visto una guerra puede querer una” . Yo agregaría, o que su cuenta de resultados resulte muy beneficiada.
Si por el contrario, la opción es la de buscar una seguridad planetaria frente a problemas que afectan a toda la humanidad, la estrategia ya no pasaría por el sino enfrentamiento p
or la cooperación y sobre todo, por fomentar una política de paz en el mundo y además una inversión en recursos socialmente muy útiles.
Una vez más, la humanidad se enfrenta a un dilema que dependiendo de cómo se resuelva, se puede evitar, o no, mucho sufrimiento en el mundo y además estaría triunfando, o no, una estrategia de vida y de largo alcance donde la cooperación estaría en el centro de la acción política de las grandes potencias. Si se hiciese una consulta mundial a todos los humanos seguramente ganaría la opción “no militarista” y por la paz, lo malo es que la consulta parece que ya está hecha ya nosotros, a las personas corrientes, no nos han preguntado.
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