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Rebeldes en el mundo del «mainstream»

Fuentes: Diagonal

La reedición de The Faculty permite rememorar las transgresiones que especiaban unas películas condicionadas por el puritano sistema estadounidense de calificación.

El slasher, el cine de asesinatos seriales cometidos por maníacos humanos o por entes sobrenaturales, languidecía a mediados de la década de los ’90. Un veterano como Wes Craven (La última casa a la izquierda) contribuyó a devolverlo al mainstream con propuestas aliñadas de irónica autorreferencialidad. Tras La nueva pesadilla de Wes Craven llegó Scream, y con ella otra nueva era dorada del subgénero. Pero el nuevo salto de los videoclubs a las multisalas comportó peajes: si muchas cintas anteriores ya apostaban por una violencia explícita pero fácilmente digerible, la nueva ola del slasher nacía completamente domesticada, poco sexualizada y sin espacio para la representación verosímil del sufrimiento. Diseñada, en definitiva, para no colisionar con la junta de calificación de la Motion Pictures Association of America (MPAA).

Los cineastas tenían perdida de antemano la batalla por la filmación de imágenes transgresoras. En sus contratos se suele recoger que las producciones deben recibir la categoría R (que permite la asistencia de menores acompañados de adultos) en lugar de la temida NC-17. Así que debían buscar otras maneras de satisfacer las necesidades de ese público joven que suele reclamar una pátina de rebeldía a los productos que consume. Para aquellos a quienes no les pareciesen suficiente unas bandas sonoras con pop punk, o las miradas supuestamente profundas y contenidamente airadas de los ídolos teen, comenzaron a emerger propuestas que jugaban a la provocación de baja intensidad.

La nueva ola del ‘slasher’ nacía domesticada, poco sexualizada y sin espacio para la representación verosímil del sufrimiento

The faculty se convirtió en el ejemplo paradigmático. En ella, Robert Rodríguez (Machete) optó por la mezcla de géneros en un slasher con pocas muertes y muchos alienígenas. Y es en su naturaleza de pastiche donde se puede hallar un cierto goce cinéfilo, porque el filme está lastrado por una exposición algo rutinaria y por una cierta falta de lógica interna.

De alguna manera, el mismo proyecto evidenciaba el triunfo industrial de Scream: el dialecto narrativo configurado por esta última se había convertido en transversal, y se veía apto incluso para una historia de ciencia ficción. Porque The Faculty explica la infiltración extraterrestre en una pequeña high school de la América interior con las mismas escenas, ya convencionales, de persecuciones en pasillos solitarios. El antagonista, eso sí, es un parásito que controla las mentes de sus huéspedes humanos. Y los protagonistas son unos jóvenes outsiders: un niño bien que vende narcóticos, una chica gótica que finge ser lesbiana, un deportista que abandona el fútbol americano para centrarse en los estudios, etc.

La referencia es ‘La invasión de los ladrones de cuerpos’, que permite hacer distintas interpretaciones

La película no sólo simpatiza con esos personajes y les convierte en héroes, sino que asume ella misma un cierto ‘outsiderismo’ quizá de brocha gorda pero bastante jocoso. Valga como ejemplo que el mecanismo para identificar a los parasitados es su intolerancia a un cóctel casero de sustancias excitantes. Con ello, se incrustó en el núcleo del relato una imagen controvertida para la MPAA: el uso de drogas por parte de jóvenes. Así, los teóricos adolescentes esnifaban repetidamente polvos blancos para demostrar que no están afectados, que toman decisiones libremente.

Tradición anticomunista

La naturaleza aparentemente colectivista (en realidad algo contradictoria, quizá por un deficiente trabajo de guión) de la amenaza puede remitir a la tradición de la ciencia ficción anticomunista, que representa a alienígenas hostiles unidos por fuertes nexos grupales, sin espacio para la elección individual e incluso para la reacción sentimental. Pero la gran referencia es la ambigua La invasión de los ladrones de cuerpos, que permite interpretaciones anticomunistas, antimacartistas o sencillamente contrarias a cualquier totalitarismo. Los mismos personajes de The Faculty aluden repetidamente al clásico de Don Siegel. Pero aunque aparezca un alien colectivizador, tan inquietante en el marco de una cinematografía individualista como la estadounidense, la propuesta parece más orientada a empatizar con el imaginario existencial de la juventud que a articular comentarios políticos. «Prefiero pasar miedo», grita uno de los personajes cuando le prometen un mundo sin dolor. Y en esta ocasión el miedo parece nacer sobre todo del pánico adolescente a ser asimilado por las convenciones adultas, del horror a seguir el camino vital diseñado por los padres. Al fin y al cabo, los primeros y más violentos parasitados son las formas de autoridad naturales del campus: su directora y el profesorado. Y Rodríguez subraya esa pulsión antiautoritaria a golpe de «another brick in the wall».

En ‘The Skulls’ se explota el pánico a la uniformización para acceder a un buen estatus social

Después de un desarrollo algo formulario, el desenlace puede interesar al espectador resabiado. Tras tanto intento de transgredir, ¿puede haber algo de irónico en esa resolución de apariencia desaforadamente feliz, con rebeldes que pasan a estar perfectamente integrados? Porque Stokely y compañía no cesan de repetir que en La invasión de los ladrones de cuerpos ganan los extraterrestres. ¿Se escenifica, por el contrario, un acceso pactado y tranquilizador a esa vida adulta que atemorizaba? ¿O se trata de una imposición de los productores, y el realizador exageró la artificiosidad del final insinuando su disconformidad como el Eastwood de Ejecución inminente?

Más apocalípticos integrados

La existencia de un enemigo exterior justifica que se cohesione el grupo heterogéneo de marginados de The Faculty. Pero el microcosmos estudiantil aparece representado en otras películas como una realidad muy atomizada, lejos del dualismo de muchas ficciones de los años ’80. En otra pequeña provocación fílmica, Comportamiento perturbado, uno de los personajes ofrece al protagonista una panorámica de diferentes grupos de estudiantes con aspecto de tribus urbanas. Como en el thriller conspirativo The Skulls se explota el pánico adolescente a la uniformización para acceder a un buen estatus social. Y de nuevo hay referencias a The Wall en la historia de un joven que, recién llegado a una high school, descubre un proyecto científico que convierte a los jóvenes dispersos pero con buenas aptitudes en alumnos modelo… a medio camino entre la manada zombi y las juventudes hitlerianas. Quienes pasan por las manos del doctor Caldicott no pueden materializar sus impulsos sexuales sin cortocircuitarse, pero sí pueden asesinar. Y ese parece un apunte crítico que tanto puede señalar a los criterios censores de la MPAA como cuestionar una cultura que combina el horror al sexo y el gusto por la violencia.

El terror para adolescentes suele castigar el ejercicio de la sexualidad lanzando advertencias moralistas

En realidad, el terror para adolescentes suele castigar el ejercicio de la sexualidad, lanzando un amasijo de signos que pueden entenderse como advertencias moralistas sobre las relaciones premaritales, o como fantasías homicidas del nerd resentido con sus sujetos de deseo. Partiendo de esa base, Cherry Falls (2000) ofreció una efectiva vuelta de tuerca al presentar a un asesino de jóvenes vírgenes, destacando sencillamente por devolver el sexo a la centralidad de la narración aun sin usar imágenes gráficas. Y es que el slasher del momento sólo mostraba la importancia de esos impulsos en la tardoadolescencia bajo el prisma deformante de la parodia, como en la escatológica saga Scary Movie.

Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/Rebeldes-en-elmundo-del-mainstream.html