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Receta urgente para demócratas

Fuentes: Insurgente

(Dedicado a los restauradores Ronald Reagan, Felipe González, José María Aznar, Bush I, su vástago George W. Bush II, Silvio Berlusconi, Margaret Thatcher, Juan Carlos de Borbón, Eduardo Frei, Carlos Menem, Carlos Andrés Pérez y demás componentes del Restaurante «Democracy By Bollocks»*)Tómese un país, preferentemente del tercer mundo y prepare un sistema democrático con la […]

(Dedicado a los restauradores Ronald Reagan, Felipe González, José María Aznar, Bush I, su vástago George W. Bush II, Silvio Berlusconi, Margaret Thatcher, Juan Carlos de Borbón, Eduardo Frei, Carlos Menem, Carlos Andrés Pérez y demás componentes del Restaurante «Democracy By Bollocks»*)

Tómese un país, preferentemente del tercer mundo y prepare un sistema democrático con la siguiente receta. Para que el plato quede a gusto elija, previo consenso con la Confederación de Empresarios y Banqueros, una serie de líderes que representen, al menos, a una derecha resultona y una izquierda ruborizada. Financie a esos colectivos con un monto económico que les ate definitivamente a las bancas privada y pública durante cincuenta años.

Recoja las inquietudes de los trabajadores a través de unos sindicatos, mejor verticales que dotados de cierta horizontalidad (para evitar la representatividad, que debe ser mínima), y procure que en las primeras huelgas el lenguaje de los dirigentes sea reivindicativo hasta cierto punto, pero que contenga elementos de disuasión para que el paro no vaya más allá de una semana.

Hable con los representantes oficiales de las Iglesias allí ubicadas (preferencia absoluta para los católicos en los países de ascendencia cristiana y musulmanes en los de creencia islámica). En el resto, se deberá parlamentar con los ciudadanos menos «enganchados» a una creencia. En esas reuniones ha de quedar claro que los dioses respectivos nunca se inmiscuyen en los asuntos terrenales, es decir, políticos, bélicos, económicos y culturales. Esa verdad única ha de ser digerida por los fieles, aunque puedan existir ulteriormente algunos disidentes que pronto serán anulados.

Tómese a un grupo de generales, coroneles y capitanes, a quienes previamente se ha ingresado en sus respectivas cuentas corrientes, un monto económico suficiente como para que vivan con cierta holgura en los próximos veinte años. Al propio tiempo se tendrá certeza de que casi todos (no conviene una absoluta unificación ideológica) son feroces anticomunistas, es decir, con creencias que vayan desde la extrema derecha hitleriana o bushista, hasta los de concepción socialista edulcorada como José Luis Rodríguez Zapatero o Tony Blair, e incluso de cierto izquierdismo algo más sólido, pero no por ello irrompible, como Gaspar Llamazares o Daniel Cohn-Bendit.

Reúna a un grupo de industriales del primer mundo y ofrezca las riquezas naturales de esa nación a un precio irresistible, pero resérvese un tanto por ciento de las ganancias como garantía del trato. Ese detalle hará que los directivos de las multinacionales estén seguros de que, en caso de traición, usted está «cogido hasta por los cuernos».

Mantenga varias reuniones monotemáticas (por ejemplo «Democracia y Terrorismo»), con los Decanos de las diferentes Universidades del país, e intente que ellos, a su vez, organicen seminarios y congresos con profesores y catedráticos de probada fidelidad al dinero. El alumnado conviene que sea «contagiado» de cierta dosis de idealismo como objeto decorativo para la prensa internacional. Alguno de esos líderes estudiantiles deberá comparecer ante una comisión de rectores al objeto de estudiar su posible «adquisición», en orden a mantener un cierto grado de disidencia, pero controlada al máximo. La extrema izquierda contará entre sus miembros con algunos jóvenes procedentes del aparato estatal, que ayudarían a desmantelar los grupúsculos más radicales. No olvide la inclusión de intelectuales como Vargas Llosa o Fernando Savater.

Las agrupaciones y organizaciones a las que pertenezcan abogados, notarios y otros profesionales del derecho, deberán ser previamente adiestradas en la aplicación de una constitución cuyos artículos sean un calco exacto del espíritu que animó la Declaración Universal de los Derechos del hombre y el ciudadano. El cumplimiento por parte del Estado de estos preceptos queda en manos de los gobiernos salidos de las urnas.

Una vez terminadas las primeras elecciones, si hubiera triunfado, (no obstante lo previsto), una coalición de partidos de izquierda, se articularán con la máxima urgencia las estrategias convenientes en orden al derribo de ese Parlamento, y si fuera necesario se haría por la fuerza, para que en los primeros años, el Ejército se encargue de hacer desaparecer mediante ejecuciones y juicios sumarísimos a diputados, intelectuales y profesionales adictos al gobierno. Posteriormente tomaría el poder una Junta militar que se encargaría del cumplimiento de las sentencias, para asegurarse que en un futuro de unos 25 años, pocos ciudadanos tendrían el valor de combatir por las ideas comunistas.

Cuando el presidente de los EEUU decida, la junta militar daría paso a unas nuevas elecciones teledirigidas, mientras se articulan los mecanismos jurídicos para que los miembros de las Fuerzas Armadas que dirigieron el golpe no puedan ser condenados a penas de prisión. Previamente se habría ingresado en las cuentas corrientes de estos soldados, una suma de dinero suficiente para mantenerles el resto de sus vidas.

A partir de ese momento, deje la olla a enfriar y luego cómase lentamente, degustando con parsimonia la sangre vertida en el logro de una verdadera democracia.


* «Democracia por cojones», White House, Washington (USA). Menús desde cincuenta mil millones de dólares.