Que el capitalismo simula estar en crisis para dar el salto a una gran mutación no lo dudo; que está en marcha un engaño global (con la sonrisa de Obama y las caras preocupadas de los mandatarios de la Unión Europea) me parece evidente; que todo avanza hacia la consolidación de una red mundial de […]
Que el capitalismo simula estar en crisis para dar el salto a una gran mutación no lo dudo; que está en marcha un engaño global (con la sonrisa de Obama y las caras preocupadas de los mandatarios de la Unión Europea) me parece evidente; que todo avanza hacia la consolidación de una red mundial de estupidización (robots al servicio de las grandes corporaciones) es indiscutible; que el poder económico (con el aplauso de la ley, de la política y de la religión) nos secuestró la calle es cierto; que mientras tanto la izquierda permanece adormecida (o bailando al compás del engaño) es inquietante. Sin embargo, considero que estamos en un momento estelar para resistirnos al proyecto de uniformidad de la existencia humana.
Si los líderes visibles de la izquierda no impulsan un debate sólido que proponga un nuevo modelo revolucionario y práctico, le corresponderá a cada individuo participar en la conformación de una nueva conciencia social. Se trata de asumir, cada quien desde su posición individual, la conciencia de que cada ser humano es un colectivo. Sospecho que por ahí va el camino de la nueva batalla social. Y qué mejor que aprovechar al máximo los recursos de las nuevas tecnologías para resistirse al gran engaño del poder establecido.
Nos secuestraron la calle (como espacio para la vida) y hay que rescatarla; eso es indudable. No obstante, el sistema capitalista abandona (en apariencia) la calle (tras el colapso que provocó) y traslada su campo de acción a un novedoso terreno creado con el objetivo de instaurar el más férreo y uniforme proyecto de dominación: el espacio virtual. Y es allí, desde ese mismo espacio, de donde debe surgir el combatiente del siglo XXI.
Si cada individuo actúa atendiendo la necesidad de impulsar la diversidad colectiva, los caminos de resistencia se multiplicarán antes de que el desgano y la indiferencia nos congelen la energía. Cada día se hace más inútil sostener las formas clásicas de protesta; por más que nos resistamos a reconocerlo el capitalismo ha paralizado cualquier posibilidad de respuesta convencional. Esta crisis que nos impusieron es una trampa para darle un giro contundente al sistema de dominio. Lanzar piedras (o flores) es caer en el juego del poder (¡los violentos a la cárcel y los pacifistas al cielo!); mejor sería impulsar acciones concretas que nos permitan intervenir en todas las formas de políticas (la económica, la legislativa, la educativa, la cultural, la científica, la ecológica, etc.). Más que un objetivo abstracto, es una necesidad lograr desarrollar mecanismos que nos lleven a entendernos como millones de individuos conectados. Y dispuestos a movilizarnos hacia metas concretas.
Desconocer que cada ser humano es único e irrepetible ha sido el máximo chantaje de la derecha; pero también ha representado una de las más severas ignorancias con las que se ha estrellado la izquierda. Necesario es impulsar la educación de un individuo consecuente con su especificidad y con la de cada uno de los otros. El uno es el otro. Oportuno es identificar las particularidades que nos ofrece este momento histórico. A partir de allí debemos llenar de contenidos las nuevas tecnologías (con participación consciente, estratégica y activa) antes de que las grandes corporaciones nos expulsen de la red, como antes lo hicieron de la calle.
La próxima batalla no será por la autodeterminación de los pueblos, sino por la autodeterminación del individuo. La hora de los malditos (la luz que viene de las sombras) se acerca. Aprendamos a usar el reloj.