«El mundo hay que cambiarlo, hay que hacer una gran revolución, no podemos quedarnos con las manos cruzadas ante tanta inhumanidad. Empecemos pues por nosotros mismos: hagamos una revolución en nuestras ideas y en nuestro comportamiento político» Las frases y las consignas. La mayoría de mis últimos artículos se inician con citas entrecomilladas. En ocasiones […]
«El mundo hay que cambiarlo, hay que hacer una gran revolución, no podemos quedarnos con las manos cruzadas ante tanta inhumanidad. Empecemos pues por nosotros mismos: hagamos una revolución en nuestras ideas y en nuestro comportamiento político»
Las frases y las consignas. La mayoría de mis últimos artículos se inician con citas entrecomilladas. En ocasiones son de autores clásicos y en ocasiones son mías. Si son de otros autores, lo indico de manera explícita. A la que se refiere Félix, y que figura en mi trabajo «La unidad de la izquierda radical», es mía. A este respecto dice Félix que esta forma de argumentar le recuerda al método de los demagogos. Yo sencillamente le digo que los propósitos de estas citas son dos: uno, expresar sucintamente el espíritu del artículo, y dos, atraer al lector. Estas citas albergan también la posibilidad de convertirse en consignas, en ideas principales del discurso de la izquierda radical, que sirvan para reflejar las necesidades perentorias del mundo actual. El mundo hay que cambiarlo, hay que hacer una gran revolución, no podemos quedarnos con las manos cruzadas ante tanta inhumanidad. Empecemos pues por nosotros mismos: hagamos una revolución en nuestras ideas y en nuestro comportamiento político.
Revolucionarios y reaccionarios. Dice Monasterio-Huelín que no se puede desprestigiar un concepto por medio de este procedimiento, puesto que a su juicio yo he desprestigiado el concepto de revolución. En los años de la transición democrática española milité en las filas de la extrema izquierda, primero en un partido marxista- leninista y después en un partido maoísta. Mi experiencia me dice lo siguiente: una parte de aquellos militantes que se desgañitaban declarándose revolucionarios se pasaron después a las filas de partidos de derecha y al PSOE, y otra parte, por medios de sus familiares se agenciaron buenos puestos de trabajo. Y tanto unos como otros renegaron del marxismo y en muchos temas se volvieron reaccionarios. De ahí que la cita tenga todo el sentido del mundo: no traté de desprestigiar el concepto de revolución, sino de advertir el caso de que muchos que se llaman hoy revolucionarios mañana se convierten en renegados o reaccionarios.
¿Qué significa ser radical? Por radical se entiende a la persona que ataca las cosas por la raíz. A este propósito Monasterio-Huelín me formula las siguientes críticas: una, no hay necesidad de utilizar esta metáfora arbórea, dos, pretender llegar a la raíz de las cosas oculta una pretensión de verdad, esto último supone creer que hay una verdad esperándonos en algún lugar, y que una vez alcanzada esta verdad los problemas se habrán resuelto. Y entre paréntesis añade esta lindeza «que recuerda mucho al psicoanálisis, ¿burgués, verdad?» Las cosas son más sencillas que todo lo que supone MonasterioHuelín en mi conducta. La izquierda reformista pretende reformar el capitalismo para hacerlo más democrático, más social y más humano, mientras que la izquierda radical quiere transformar las relaciones económicas capitalistas en relaciones económicas socialistas, la propiedad privada sobre los medios de producción en propiedad pública. La raíz de la sociedad no es otra cosa que las relaciones de propiedad, las relaciones económicas. No es, por lo tanto, una verdad que nos espere secretamente en un lugar, que hubiera que alcanzar por procedimientos especiales y que una vez alcanzada se solucionen los problemas. Mucho menos tiene que ver con el psicoanálisis. Sólo se trata de ver que la raíz de la sociedad está en sus relaciones económicas. Y este saber lo comparten, al menos, la mayoría de los marxistas.
El papel de los teóricos. Félix presente como axiomas tres afirmaciones mías: la conciencia media de los trabajadores es burguesa, hay que practicar el socialismo reformista y hay que practicar la actividad parlamentaria. Y sobre esos supuestos tres axiomas, me atribuye el siguiente teorema: yo y nosotros, los sabios, la elite, guiaremos al mundo. Yo no soy un dirigente político y, en consecuencia, no puedo decirle a los activistas políticos de la izquierda radical cómo deben hacer las cosas en la práctica. Son ellos los que asumen la responsabilidad y asumen los riesgos. Y yo los respeto. Hacen algo que yo no hago. ¿Qué es lo que yo específicamente hago? Elaborar teorías que sirvan para mejorar la conciencia que tiene la izquierda radical sobre el mundo. Busco una mejora de la conciencia radical de la izquierda. Dicho de otra forma: busco transformar la conciencia. No busco más ni menos.
Partidos políticos, movimientos sociales y parlamento. A este respecto Monasterio-Huelín plantea lo siguiente: «La consecuencia del parlamentarismo es que al no confiar en el pueblo nunca desarrollará programas de participación y protagonismo ciudadano. En fin, nunca se atreverá a organizar movimientos revolucionarios». Y más delante añade esto otro: «Una izquierda debe ser revolucionaria, no radical, pero con un objetivo primordial: la participación y el protagonismo ciudadano, que a mi entender es la única forma de sustituir a la revolución armada». También me pregunta mi crítico, al yo mantener que la izquierda radical debe constituirse en un partido parlamentario, lo siguiente: ¿Serán sueños los movimientos sociales antiglobalización? Responderé por partes. Sin duda que los movimientos sociales antiglobalización son reales y yo respeto y aprecio su quehacer. No obstante, esto no quita que una buena parte de sus líderes pequen de idealistas y sean soñadores. A este propósito no estaría de más recordar lo que decía Engels sobre el socialismo utópico: son verdaderos bajo el punto de vista histórico universal, pero falsos bajo el punto de vista teórico. Dicho de otra forma: son verdaderos en el sentido que apuntan hacia la superación del capitalismo, pero falsos bajo el punto de vista de la concepción que tienen sobre el mundo.
Según Felix los parlamentarios no confían en el pueblo, pero yo le replico que el pueblo no confía en la izquierda radical y sí en los partidos parlamentarios. Seamos realistas: el pueblo no es mejor que los partidos que lo representan. Yo planteaba que la izquierda radical debía convertirse en un partido parlamentario porque es el único modo de contactar con las grandes mayorías sociales. No nos dejemos engañar por el entusiasmo de las masas en la calle: los movimientos sociales representan siempre a sectores minoritarios de la población. Hay otro aspecto más importante en esta cuestión: ¿Cómo se quiere hacer la revolución, cómo se quiere transformar de raíz las relaciones económicas entre los hombres, sin adueñarse del poder del Estado? Así que me reafirmo en una verdad elemental: si la izquierda radical no se transforma en un partido parlamentario, la revolución socialista seguirá siendo un sueño de por vida.