El hartazgo general de la gente con la política y con las instituciones políticas que deben representarnos es muy profundo. Los partidos políticos, el Congreso y el Gobierno, sin olvidar el Poder Judicial, se pelean los últimos lugares de credibilidad y de aprobación en las encuestas nacionales, la desconfianza y el desprecio ciudadano. El proceso […]
El hartazgo general de la gente con la política y con las instituciones políticas que deben representarnos es muy profundo. Los partidos políticos, el Congreso y el Gobierno, sin olvidar el Poder Judicial, se pelean los últimos lugares de credibilidad y de aprobación en las encuestas nacionales, la desconfianza y el desprecio ciudadano.
El proceso no se ha iniciado hoy. Tiene su raíz en nuestra historia: estructuras políticas, económicas y sociales excluyentes de las mayorías nacionales, desde
La exclusión, la corrupción e inmoralidad, y el manejo del poder por las clases dominantes de siempre -más allá de ciertos proyectos nacionales alternativos que fueron derrotados y de las conquistas de los movimientos populares-, han llevado a un profundo desgaste a la política.
Hace unos 20 años nació la era de los «outsiders»: políticos que se presentan como externos al sistema -«afuerinos» que captan la ilusión de cambio de las gentes- pero que terminan al servicio de los poderes fácticos. Ricardo Belmont fue el primero, pero Fujimori y Toledo resultaron más exitosos en llegar al poder. Ambos traicionaron las expectativas de cambio poniéndose al servicio de los poderosos de siempre. García, reciclado al abrazar el neoliberalismo a ultranza con el credo del «Perro del Hortelano», gobierna por encima de la misma estructura del APRA y en estrecha alianza con los dueños del Perú y sus estructuras políticas: el fujimorismo, la derecha y los tránsfugas.
La ilegitimidad de la política, convertida casi en sinónimo de corrupción, el desprestigio de las estructuras políticas del Estado que debieran representar a la gente, los escándalos permanentes y la náusea que provocan, obligan a refundar la política misma. Recuperar a la gente, a los ciudadanos y los pueblos, como el origen del poder. Darles la capacidad de controlarlo, de exigir rendición de cuentas a las autoridades y poder revocarles (retirarles) el mandato que les dio mediante el voto para ungirlos como presidente o congresistas si traicionan sus postulados y compromisos, si aprovechan o abusan del poder. Devolverle ética a la política y hacer imprescriptibles los delitos de corrupción, para perseguirlos de por vida.
Sustituir una democracia representativa manipulada groseramente desde Lima por el gran capital, por una democracia que sea también participativa y comunitaria, por el fortalecimiento del control ciudadano, por una descentralización auténtica del poder y por el reconocimiento de que somos un país diverso y plurinacional.
Sumemos a ello la renovación del 50% del Congreso a mitad de su mandato para premiar o castigar la gestión de la mayoría. Y, sobre todo, mecanismos de participación ciudadana en las decisiones sobre el Presupuesto -nacional, regional o local- y sus prioridades, control del gasto, comités ciudadanos (colegios profesionales, universidades o grupos de interés) de control de calidad de la inversión, transparencia de las licitaciones de obras y compras.
Refundar la política en la democracia participativa, descentralista y plurinacional, con partidos abiertos, con elecciones internas obligatorias, pérdida del cargo de los tránsfugas y efectivo control ciudadano son parte fundamental de lo que debería asumir una Constituyente que elabore una Nueva Constitución para Refundar
Fuente:http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2763