Cuando el Papa Benedicto XVI citó a un emperador bizantino del siglo XIV que atribuía a Mahoma la orden de «difundir por la espada la fe que él predicaba», tanto los críticos musulmanes como los no musulmanes señalaron rápidamente que la crítica implícita del Islam era igualmente aplicable al Cristianismo. Las Cruzadas y la Inquisición […]
Cuando el Papa Benedicto XVI citó a un emperador bizantino del siglo XIV que atribuía a Mahoma la orden de «difundir por la espada la fe que él predicaba», tanto los críticos musulmanes como los no musulmanes señalaron rápidamente que la crítica implícita del Islam era igualmente aplicable al Cristianismo. Las Cruzadas y la Inquisición destacan como ejemplos obvios. Fue apropiado mencionar la propia fe del Papa, pero uno podría citar, digamos, la violencia asesina contra los musulmanes por parte de los nacionalistas hindúes en Gujarat, el terrorismo del Stern Gang y otros extremistas judíos inspirados por visiones del Israel bíblico, o la complicidad de los budistas Zen en los crímenes de guerra japoneses del siglo XX. Como mínimo cuando se mira la historia a vista de pájaro, es fácil socavar la noción de que hay algún vínculo entre el Islam y la violencia que no compartan otras religiones mayoritarias.
Pero no es tan fácil decir cuál es exactamente ese vínculo. Consideremos dos puntos de vista diferentes. En su bestseller The End of Faith, Sam Harris argumenta que la religión lleva sistemáticamente a la violencia porque exige la suspensión de la razón: porque «si la historia revela alguna verdad categórica, es que un gusto insuficiente por lo evidente suele sacar lo peor de nosotros». Más aún, muchos textos que se consideran sagrados autorizan explícitamente la violencia, por ejemplo, muchos pasajes del Antiguo Testamento en los que Dios exige el completo exterminio de pueblos o el apedreamiento hasta la muerte de varios pecadores. La Biblia también respalda la esclavitud, los castigos colectivos y el infanticidio masivo. Es cierto, muchos seguidores de las confesiones mayoritarias son no violentos y no interpretan todas sus escrituras literalmente. Pero Harris razona que esos moderados les proporcionan un escudo a los fundamentalistas violentos, los verdaderos creyentes, al insistir en la «tolerancia». La tolerancia no le permite a uno centrarse en el problema subyacente, «decir, por ejemplo, que la Biblia y el Corán contienen ambos montañas de galimatías destructores de la vida». El reciente libro de Richard Dawkins tiene el mismo espíritu.
Por otro lado, se han dado argumentos de peso que demuestran que la gente tiende a adaptar sus creencias religiosas a la naturaleza que ya tengan. Desde este punto de vista, la religión no es la causa directa ni siquiera para los fundamentalistas violentos. Tal y como comentó Bertrand Russell: «los hombres tienden a tener las creencias que se ajustan a sus pasiones». Los hombres crueles creen en un Dios cruel y utilizan sus creencias para ejercer su crueldad. Sólo los hombres bondadosos creen en un Dios bondadoso, y serían bondadosos en cualquier caso. Y William James: «el tormento de los judíos, la caza de los albigenses y los valdenses, el apedreamiento de los cuáqueros y el sumergimiento de los metodistas, el asesinato de los mormones y la masacre de lo armenios, expresan más esa neofobia del humano aborigen, esa agresividad de la que todos compartimos los vestigios, y ese odio innato al extraño y al excéntrico e inconformista como extraño, que la piedad positiva de los diversos perpetradores. La piedad es la máscara, la fuerza interior es el instinto tribal». «Tribal» puede sonar anacrónico. Pero el hecho de que las religiones se agrupen geográficamente (de modo que tenemos, por ejemplo, países y regiones cristianas en lugar de cristianos distribuidos al azar) deja claro que lo que suele determinar la religión de uno es su conformidad con la comunidad (tal y como observó Rusell en otra parte).
Cuando se observan los ejemplos desde más cerca que a vista de pájaro, estos dos puntos de vista opuestos pueden encontrar apoyo. Tomemos las Cruzadas. Se había pensado durante mucho tiempo que el entusiasmo por las cruzadas estaba motivado por el deseo de tierras y riqueza de lo europeos en una sociedad que crecía con rapidez. Pero de acuerdo con Eamos Duffy, la investigación académica más reciente muestra que los costes de los Cruzadas eran inmensos, y a menudo los participantes necesitaban del apoyo financiero de su familia y tenían que hipotecar las tierras. Esto hace que sea más plausible que muchos de los que respondieron a la llamada del Papa Urbano de «exterminar esta vil raza» de los infieles musulmanes de Asia Menor y Jerusalén estuvieran realmente motivados por la religión. Pero hay otros aspectos como la Cuarta Cruzada, cuya intención, en principio, era invadir Egipto pero acabó con el pillaje de Bizancio, es decir, una conquista por parte de cristianos occidentales de cristianos orientales. Los primeros habían habían sentido durante mucho tiempo un resentimiento hacia la Iglesia Ortodoxa de Oriente y la civilización en la que prosperaba. (La palabra «bizantino», que significa perdidamente complejo y oscuro, refleja la percepción histórica de Bizancio por una cultura más ignorante). Así pues, aquí parece que lo que funciona es el «instinto tribal» más que las escrituras. Pero en general, el comportamiento violento tiene, como ningún otro, múltiples causas. Volvamos a la relación entre el Islam y el terrorismo contemporáneo, el principal asunto subyacente en las observaciones del Papa Benedicto. Quizá podamos estar de acuerdo con Louise Richardson en que «la religión no es nunca la única causa del terrorismo; más bien las motivaciones religiosas están entretejidas con factores económicos y políticos» y generalmente las «tres R»: revancha, renombre y reacción. Tomar una de entre las múltiples causas refleja un interés subjetivo más que una realidad objetiva. Tal y como comentó una vez el filósofo N. R. Hanson, «hay tantas causas de x como explicaciones de x. Consideremos cómo la causa de una muerte puede haber sido explicada por un médico como ‘hemorragia múltiple’, por el abogado como ‘negligencia por parte del conductor’, por el constructor de coches como ‘defecto en la construcción de las pastillas de freno’, o por el planificador de obras públicas como ‘presencia de arbustos altos en esa curva'».
Así que en lugar de continuar persiguiendo el factor de la religión, deberíamos considerar un asunto diferente: ¿en qué causas del terrorismo deberíamos estar más interesados en los Estados Unidos?
Tomemos la primera «R» de Richardson, revancha. El pasado mes de septiembre, un hombre llamado Nabeel Jaoura fue detenido en Jordania después de abrir fuego sobre un grupo de turistas matando a uno. De acuerdo con un experto oficial de seguridad jordano, Jaoura no era un islamista ni miembro de ningún grupo terrorista. Pero dos de sus hermanos había sido asesinados en un campo de refugiados en el sur del Líbano durante la invasión de Israel de 1982, y había tenido la intención de devolver el golpe desde entonces. Con niños en casa a los que cuidar, desistió durante muchos años, incluso tras una detención en Israel por tener el visado caducado. Marwan Shenadeh, un especialista de movimientos islámicos, sugirió que Jaoura «probablemente salió preparado para pasar a la acción. La ocupación de EE. UU. por parte de Irak e Israel está generando rabia en todos los musulmanes que han empezado a pensar en la venganza. Este hombre no pudo llegar a los EE. UU., así que tomó como objetivo la cosa más cercana a la que podía tener acceso»
El caso muestra, por si no fuera ya obvio, que la revancha puede ser una motivación suficiente con o sin factores religiosos o de otro tipo. También obviamente, demuestra por qué las elites de EE. UU. pueden estar interesadas en concentrarse en tales otros factores (incluidos algunos inventados, tales como «odiar nuestras libertades») en lugar de éste. Analizar la revancha significa revelar los eventos que motivaron esa revancha. En este caso, tenemos la invasión israelí del Líbano, apoyada por EE. UU., que acabó con la vida de 20.000 civiles de acuerdo con el gobierno libanés. Siguiendo la sugerencia de Shehadeh, el número de víctimas civiles de la invasión y ocupación de Irak por parte de EE. UU. es del orden de los cientos de miles, de acuerdo con The Lancet, con una parte que va a menos pero es sustancial (de un tercio a un cuarto en un periodo de tres años) atribuible directamente a ataques militares de EE. UU. Tomando otra queja conocida, EE. UU. fue el agresivo y cómplice director de las sanciones contra Irak que fueron un factor primordial en la muerte de cientos de miles de niños de acuerdo con varios estudios. No es difícil imaginar que mucha gente, fundamentalista o no, tiene motivos como los de Jaoura. Sobre que la guerra de Irak sea una motivación para los terroristas, la última estimación de la inteligencia nacional de EE. UU. está de acuerdo con Shehadeh.
Los observadores neutrales podrían no dejar a un lado estos asuntos. Impresionados por la escala del número de víctimas, incluso podrían plantear una pregunta completamente diferente: en lugar de «¿qué motiva a los terroristas?», «¿qué motiva a los EE. UU.?» y no sólo tomando la respuesta de las declaraciones oficiales y las suposiciones de costumbre. En el caso de nuestra ocupación de Irak deberían mirar, por ejemplo, al viejo deseo del Pentágono de reemplazar las bases militares de Arabia Saudí por una presencia duradera en Irak, aplicando presión sobre Siria e Irán, y la construcción multimillonaria de posguerra de enormes bases estadounidenses en Balad, Asad, Tallin y otras partes de Irak, con escaso conocimiento público.
Por supuesto que nada justifica el terrorismo de Jaoura o cualquier otro. La cuestión más bien es que primero debemos entender nuestras propias transgresiones porque es sobre ellas que tenemos responsabilidad y sobre las que podemos hacer algo. Esto se aplica tanto si hay una «equivalencia moral» o no entre nuestras transgresiones y las suyas. (Discutiré este si o no en una secuela).
Criticarnos a nosotros mismo de este modo es difícil e impopular. ¿A cualquier sitio que podamos ir para buscar apoyo moral? Por qué, sí. El punto de vista de Harris sobre las escrituras no es que sean uniformemente malas, sino que hay que seleccionar los mejores bocados. Terminemos con un bocado en el que varias religiones parecen estar de acuerdo. No juzguéis y no seréis juzgados. Porque con el juicio que pronunciáis seréis juzgados, y la medida que deis será la medida que recibáis. ¿Por qué veis la paja que está en el ojo de vuestro hermano, pero no os dais cuenta de la viga que está en el vuestro? ¿O cómo le podéis decir a vuestro hermano, «déjame que te saque la paja del ojo», cuando hay una viga en el vuestro? Vosotros, hipócritas, sacad primero la viga de vuestro ojo, y entonces veréis claramente para poder sacar la paja del ojo de vuestro hermano (Mateo 7,1-5).
También del hinduismo: «Los viles están siempre dispuestos a detectar los fallos de los demás, aunque sean pequeños como granos de mostaza, y persistentemente cierran los ojos a sus fallos, aunque sean tan grandes como el fruto de la Vilva» (Garuad Purana 112). Del Islam: «Feliz es la persona que encuentra un fallo en ella en lugar de encontrar los fallos de los demás» (Hadith). Del budismo: «Los fallos de los demás se ven con facilidad, los propios son de hecho difíciles de ver. Como la paja aventa uno los defectos de los demás, pero los propios uno mismo los esconde, como un astuto cazador de pájaros se oculta con camuflaje. El que ve los fallos de los demás se irrita siempre, sus corrupciones crecen» (Dhammapada 252-53).
Fuentes:
Karen Armstrong, Holy War. New York: Doubleday, 1991.
Eamon Duffy, The Holy Terror, New York Review of Books, October 19, 2006.
Hassan Fattah, New Scourge Attacking the West: Personal Anger Compels Killers, New York Times, Sept. 6, 2006.
Joy Gordon, Cool War. Harper’s, November 2002 (and http://www.harpers.org/CoolWar.html?pg=1).
Charles Hanley, Signs of a Long US Stay Ahead, Boston Globe, March 26, 2006
Sam Harris, The End of Faith, New York, W. W. Norton 2005
Al Seckel, ed., Bertrand Russell on God and Religion. Buffalo, NY: Prometheus.
William James, Varieties of Religious Experience. New York: Modern Library, 1902.
Louise Richardson, What Terrorists Want. New York: Random House, 2006.
Thom Shanker and Eric Schmitt, Pentagon Expects Long-Term Access to Four Key Bases in Irak, New York Times, April 20, 2003.
Sabrina Tavernise and Douglas G. McNeil Jr., Iraki Dead May Total 600,000, Study Says, New York Times, October 11, 2006. http://www.zmag.org/spanish/0207chien.htm
Traducido por Miguel Montes Bajo y revisado por Anahí Seri