Si la racionalidad interesa, es aconsejable no caer en sesgos cognitivos, pero caemos a menudo en ellos. Uno de los muy extendidos es el conocido sesgo de confirmación por el cual sobrevaloramos las informaciones que nos corroboran nuestras creencias, opiniones, valores o hipótesis. Adicional y trivialmente: que nos gusta confirmar que «tenemos razón» es obvio, […]
Si la racionalidad interesa, es aconsejable no caer en sesgos cognitivos, pero caemos a menudo en ellos. Uno de los muy extendidos es el conocido sesgo de confirmación por el cual sobrevaloramos las informaciones que nos corroboran nuestras creencias, opiniones, valores o hipótesis. Adicional y trivialmente: que nos gusta confirmar que «tenemos razón» es obvio, que nos cuesta más admitir que estamos equivocados también. Incluso pertrechado con esto en mente, a veces la realidad te sorprende: lo que crees que es un esquema tan simple que no puede ser cierto, se confirma con creces. La hipótesis que habías hecho… se queda corta. Quedé sorprendido de la siguiente experiencia que resumiré mucho.
Tuve la ocasión de hacer durante el mes de noviembre en Bogotá dos debates, uno en el Parlamento y otro en la Universidad Javeriana, con Michael Tannerdel Cato Institute. Este instituto, como es sabido, es un poderoso think tanklibertariano ultraliberal que fue declarado el quinto centro de análisis más influyente del mundo por un estudio de la Universidad de Pennsylvania.