Al hispanista holandés Johan Brouwer, nacido en Rotterdam en 1898, podemos imaginarlo en algunos momentos de su juventud como un Raskólnikov atormentado que jugaba con la idea del asesinato para «poner a prueba su conciencia». Al menos esto es lo que confesó en el juicio celebrado después de que su hermano y él dieran muerte […]
Al hispanista holandés Johan Brouwer, nacido en Rotterdam en 1898, podemos imaginarlo en algunos momentos de su juventud como un Raskólnikov atormentado que jugaba con la idea del asesinato para «poner a prueba su conciencia». Al menos esto es lo que confesó en el juicio celebrado después de que su hermano y él dieran muerte a tiros a un chantajista en 1922. Entre este año y 1928 cumple una condena de cárcel y es en prisión donde el estudiante de indología en la universidad de Leiden conoce de manos de un religioso la mística católica española que estimulará su vocación definitiva. En 1930 se licencia en lengua y literatura españolas, y en 1931 se doctora en Groninga con una tesis sobre La psicología de la mística española.
La carrera de hispanista que Brouwer comienza por entonces está marcada hasta 1936 por su cercanía a la denominada Leyenda Blanca de la historia de España, y en ella puede encontrarse por ejemplo una defensa del papel del Duque de Alba durante las revueltas de los Países Bajos durante el reinado de Felipe II, y de su legitimidad en la represión de los «herejes». Hay que decir también que en 1934, Brouwer se había convertido al catolicismo. Curiosamente, a partir de 1939, sus trabajos sintonizan más bien con la Leyenda Negra y se establecen en ellos paralelismos entre la dominación española del siglo XVI y la ocupación nazi que a él le tocó vivir después de 1940. Entre estas dos etapas quedaba la guerra civil española.
La guerra civil sorprende a Brouwer en España y en agosto llega a Badajoz, donde se horroriza al enterarse de la masacre que allí acaba de ocurrir. Entrevista luego a Unamuno en Salamanca y visita el frente, donde está a punto de ser asesinado por un grupo de falangistas y es salvado por otro de requetés. Las experiencias que va acumulando le hacen comprender el carácter clasista y sanguinario de la insurrección, más allá de sus excusas religiosas. Traductor y amigo de Ortega, critica en este momento su falta de compromiso con la República. En diciembre de 1936 y enero de 1937, está de nuevo en España, pero esta vez en la zona republicana, y publica artículos de apoyo a su gobierno. Católico y tradicionalista, se las arregla, sin embargo, para valorar el «erasmismo» de este bando y dejarse seducir por el alma «cristiana y anarquista» que cristaliza según él en la magnífica intelectualidad de pintores y literatos innovadores que aflora por entonces, con nombres como los de Ramón Gómez de la Serna, Picasso, Lorca o Dalí.
En el verano del 37 vuelve a España para el II Congreso de Intelectuales y Escritores Antifascistas, y otra vez en noviembre del 38, invitado por el gobierno para asesorar sobre el tesoro artístico. Es en esta visita cuando vivirá las experiencias que servirán de detonante para la novela que aquí reseñamos. Durante esta época sigue colaborando con la propaganda del bando republicano con artículos y traducciones. Posteriormente, con la ocupación alemana de Holanda, es represaliado y participa en acciones de la resistencia que lo llevan a ser fusilado en 1943 por los ocupantes nazis.
Los tesoros de Medina-Sidonia se publica en 1939 con un pseudónimo que corresponde al protagonista de la narración, Maarten van del Moer. Tras el fallecimiento de Johan Brouwer, la obra es reeditada en 1946 con el título A la sombra de la muerte y ya con el nombre de su autor real en la portada. Se trata de una curiosa novela que mezcla una descripción realista de los escenarios de la España en guerra con un relato gótico dominado por tesoros ocultos, criptas y espectros. Entre sus protagonistas reconocemos a algunos personajes reales, como el poeta José Bergamín (José Mota en la obra), figura afín en bastantes aspectos a Johan Brouwer.
El prólogo del Prof. Hendrik Henrichs, autor de una biografía de Brower publicada en 1989, nos presenta a Johan Brouwer como un hombre atormentado que encuentra en la España del siglo de oro y sobre todo en su mística, el sentido intelectual de su existencia. La novela es una muestra de este carácter y explora la fascinación por la muerte que para Brower marcaba la historia de España y en la que hallaba un reflejo de su propia psicología. Por su parte, la traductora de esta edición, Isabel-Clara Lorda Vidal, repasa en un epílogo la vida de Brouwer, «un holandés de alma española» y un personaje enormemente complejo y atractivo que incomprensiblemente es un desconocido en su patria de adopción. Esta es la primera de sus novelas que es traducida al castellano (Berenice, 2014) y es de esperar que sirva para estimular el interés sobre su obra y su figura entre nosotros.
Escrito en primera persona, el relato arranca con la llegada del joven Maarten a La Haya a comienzos del otoño de 1936 para preparar un examen. Estudiante de derecho por imperativo familiar, es un apasionado de la historia y la psicología (parapsicología sobre todo) y también de la música y la pintura españolas. Hace poco conoció a Concha, una bella muchacha madrileña, de la que quedó prendado. Esos días la prensa trae noticias de bombardeos sobre Madrid y Maarten fantasea con ir allí y tratar de ayudar a su amada. Le resultan odiosos el prosaico examen de su prosaica carrera y la aburrida pensión de estudiante. Acude después con un amigo a una conferencia sobre la situación en España y en unas horas toma la decisión de partir para allá. Lo empuja la idea de que así vivirá intensa y trágicamente, a la sombra de la muerte. Esa noche sueña con un ataúd que los encierra a Concha y a él, y recuerda a Baudelaire: » Nous aurons des divans profonds comme des tombeaux «.
El 6 de octubre llega a París y en la embajada española firma un compromiso de servicio militar en España. Escribe a su familia justificando su decisión por un imperativo moral y declara sentirse «por primera vez en la vida en completa armonía consigo mismo». Viaja en avión a Barcelona y allí se une a un grupo de voluntarios que parten para Valencia en tren. De uno de ellos se hace amigo, un francés cincuentón exsoldado de la Gran Guerra al que todos llaman «papá». En el tren comienza a practicar su flojo español y conoce las tristes historias de sus compañeros de viaje.
Valencia tiene el rostro desencajado de la guerra, con la catedral quemada y cadáveres en los descampados, pero también hay bullicio y alegría en las calles. Papá, que resulta ser un capitán en la reserva, y él consiguen esquivar el período de formación en Albacete y ser enviados a Madrid en una columna móvil de apoyo a las milicias populares, constituida por ingleses y franceses sobre todo. Entre los ingleses hay dos pilotos de pruebas que vienen a España huyendo de desgracias amorosas y buscando en realidad una muerte piadosa que encontrarán heroicamente en el cielo de Madrid. De noche, Maarten vive escenas de espanto en la ciudad sin ley: ajustes de cuentas, ejecuciones…
Nada más llegar a la capital, trata de localizar a Concha y averigua que su casa fue destruida en un bombardeo y ella está muerta. Murió la noche del 6 de octubre, cuando él tuvo aquel sueño : » Nous aurons des divans profonds comme des tombeaux «. Los días que siguen son de terribles combates en los que ve caer a casi todos los que le rodean. El 6 de noviembre es herido gravemente en la cabeza y un brazo y ha de permanecer un mes en el hospital. Ya en la calle, le sorprende la actitud de los madrileños, gentes que conviven con la muerte y parecen despreciarla: el limpiabotas que lustra sus zapatos «con devoción artística», la muchacha que en un edificio casi en ruinas coloca sus geranios con cuidado al borde de la ventana «para que les toque un rayito de sol».
Inútil para el servicio de armas, Maarten se ofrece a la Alianza de Intelectuales y Artistas para la catalogación de objetos valiosos. Es destinado a San Francisco el Grande, basílica respetada de momento por las bombas y en cuyo sótano se almacenaba lo que iba llegando de las iglesias de las provincias de Madrid y Toledo. Allí, en una cripta, solitario y en un ambiente irreal comienza a inventariar manuscritos antiguos. Un día le traen un viejo cofre salvado de una casa quemada en el centro de la ciudad. En él encuentra un documento firmado por un tal Francisco Pacheco en 1680 que cuenta la historia de un robo perpetrado por el mayordomo del Duque de Medina-Sidonia, Pedro Ruiz Lara y las muertes misteriosas de este y sus descendientes que buscaban el botín. El cofre contiene un anillo junto a cartas, planos y mapas.
La vida sigue y llegan las navidades. Una tarde Maarten descubre a unos sacerdotes que se habían refugiado en la cripta y les ayuda a hallar un alojamiento seguro. En enero, los bombardeos se intensifican y Maarten trabaja con las patrullas de rescate, viviendo escenas dantescas. Su herida del brazo se abre y al no poder trabajar se dedica a leer los documentos del cofre. Hay cartas de Pedro Ruiz Lara, mayordomo del duque, que describe cómo durante un viaje roba el oro de este y asesina a dos de sus criados. También narra cómo esconde después su botín en una cueva con fama de encantada cerca de Ademuz (Teruel) y junto a la torre de los Escipiones en Tarragona, y cómo cuando se pone el anillo que perteneció a uno de los criados asesinados se produce la aparición espectral de este. El cofre contiene también cartas del hijo y los nietos de Pedro Ruiz Lara que cuentan las muertes misteriosas de sus progenitores y las apariciones que sigue provocando el anillo. El último eslabón de la saga es el Francisco Pacheco cuya confesión había leído Maarten al principio.
Maarten que ya había sentido varias veces en la cripta la presencia espectral de Concha, decide ponerse el anillo del criado del duque y el fantasma de este aparece frente a él. Cuenta esto luego al psiquiatra que lo trata de las secuelas de su herida en la cabeza y repiten juntos la experiencia, consiguiendo que también él perciba el espectro. Los dos hacen planes de ir en busca de los tesoros. Días después, Maarten abandona la cripta y va de traductor a la oficina de prensa. El cofre es enviado a la biblioteca nacional, aunque él conserva copias de todo.
El nuevo trabajo de Maarten lo devuelve al barullo y espanto del Madrid en guerra. Son los días en que los estalinistas aumentan su poder y se imponen por métodos policiales. Una compañera le advierte de que está en su punto de mira acusado de espionaje y podría ser asesinado como le ocurrió a un voluntario irlandés al que ella amaba y cuyo fantasma se le aparece cuando se pone su reloj. Esa misma noche en la Alianza de Intelectuales, con la colaboración del psiquiatra y de un psicólogo alemán apellidado Goldstein, Maarten consigue que el espectro se manifieste a la muchacha y otros, entre ellos su asesino, pero sólo sirve para que ella muera en un extraño accidente.
El 9 de abril, Maarten parte hacia el frente de Teruel con el objeto de inspeccionar la cueva de Ademuz. La cobertura urdida por el psiquiatra para el viaje es un trabajo burocrático en los hospitales de campaña. Le acompaña Rafael, un joven suboficial que le es asignado como conductor. En el frente rellenan formularios durante varias semanas y a finales de mayo llegan a Ademuz. En una primera visita a la gruta, Maarten comprueba la exactitud de las indicaciones del mapa de Pedro Ruiz Lara, pero ha de huir cuando se le aparece un fantasma en el sector donde se señala que está escondido el tesoro. El día siguiente vuelve a la cueva con Rafael y los dos perciben el espectro, que les impide que se hagan con el cofre enterrado que llegan a palpar. En el regreso a Madrid, Rafael muere en el ataque de unos cazas.
Vive después Maarten el infierno de Brunete, donde trabaja en los servicios sanitarios y es herido leve. Se recupera en El Escorial y allí Lenz, su compañero de habitación, un noble prusiano que luchó en la Gran Guerra le explica su filosofía personal, un comunismo humanista y místico de raíz cristiana. Al día siguiente, un monje agustino le muestra el complejo monumental. Le impresiona sobre todo el panteón real, con un féretro destinado para Alfonso XIII. El monje le habla además de una misteriosa carta de Felipe II en la que describe una visión que interpreta como profética en la que ve a trece monarcas gobernando después de él hasta que España es dividida y pierde su independencia.
Tras un mes de recuperación en El Escorial, con agradables tertulias y trabajo embalando códices e incunables, inútil para el servicio de armas, vuelve a trabajar para la Alianza y hace frecuentes viajes a Valencia transportando objetos artísticos. En uno de ellos, un poeta valenciano le expone sus ideas sobre la revolución que ha sido abortada en España, un humanismo capaz de iluminar al mundo en ese momento crítico y que fue atacado ferozmente por el fascismo y el estalinismo, dos enemigos del desarrollo libre del hombre.
A fines de año, Maarten es destinado a Barcelona, donde encuentra una ciudad burguesa que ha olvidado ya la revolución. En marzo, la guerra llega a ella con toda su crudeza y los bombardeos dejan centenares de muertos y heridos. Después viaja a Tarragona, donde se le unen el psiquiatra y el psicólogo alemán que había conocido en Madrid y juntos inspeccionan los alrededores de la torre de los Escipiones. Un día descubren un pasadizo que les lleva justo debajo de ella y hallan los sepulcros de los dos hermanos escipiones caídos en la batalla de Anitorgis. Al lado hay un pequeño recinto en cuyos rincones el suelo de mosaicos deteriorado indica que fue removido. Excavan y encuentran un doblón de oro, pero poco después el agua inunda la sala y les obliga a abandonar la empresa.
En el otoño de 1938, con la retirada de las brigadas internacionales, Maarten es convocado a Barcelona y allí ve partir a los que, como él mismo, vinieron a España buscando algo profundo e intenso y recuerda a los que quedaron aquí para siempre. Llegan las navidades y la vida es cada vez más dura en la ciudad asediada. Maarten la deja poco antes de su caída en manos de Franco y emprende una penosa huida a pie con continuos sobresaltos. Así llega a Perpiñán una lluviosa mañana de febrero. Su destino será hundirse de nuevo en las rutinas de la existencia más prosaica con la sensación de que la realidad ha quedado atrás, en unos días vividos vibrantemente en España, a la sombra de la muerte.
Con su mezcla de géneros y su atrevida exploración de territorios de misterio, tal vez debamos pensar que Los tesoros de Medina-Sidonia nos propone en realidad la búsqueda alquímica de un tesoro enterrado en España y más precioso que el oro, el mismo que algunos de sus protagonistas como Lenz o el anónimo poeta valenciano describen a Maarten con palabras luminosas: un comunismo humanista y libertario capaz de encauzar la veleidosa naturaleza del hombre. Surgirán espectros de duda y miedo cada vez que intentemos recuperar ese tesoro, pero la batalla de la luz y las sombras, de la vida y la muerte será el prólogo siempre necesario de nuestra liberación.
El cambio señalado al principio en la obra historiográfica de Johan Brouwer es un resultado de sus experiencias durante la guerra civil y debe interpretarse como una profundización en su conocimiento de la realidad española. El que encontró en nuestros místicos una vena de espiritualidad que fue fundamental para dar un sentido a su propia vida, descubre entonces que estos no van de la mano con el proyecto imperial de los Austrias, sino que significan más bien una huida personal que roza muchas veces la heterodoxia y que supone una visión humanista incompatible con la violencia de guerras de agresión. Solidarizado con esta visión, Johan Brower hallará la muerte poco después a manos de los defensores de otra locura imperial.
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