Dan Hancox, escritor freelance sobre música y política, se confiesa conmovido en el primer capítulo de Utopía y el valle de lágrimas (Artefakte 2013, trad. de Carlos Delclós) por una temprana lectura de Homenaje a Cataluña de Orwell que hizo en 1998. En este libro le fue dado contemplar cómo cristalizaba un destello de utopía […]
Dan Hancox, escritor freelance sobre música y política, se confiesa conmovido en el primer capítulo de Utopía y el valle de lágrimas (Artefakte 2013, trad. de Carlos Delclós) por una temprana lectura de Homenaje a Cataluña de Orwell que hizo en 1998. En este libro le fue dado contemplar cómo cristalizaba un destello de utopía en el verano de 1936 en España, pero sólo para aprender en seguida que «el totalitarismo puede llegar de cualquier lado del espectro político». En 2004, durante una estancia en Sevilla, supo de la experiencia de Marinaleda, descrita airosamente en una guía que cayó en sus manos como «una utopía comunista», y si no se acercó por allí no fue por falta de ganas. Así llega 2011, que es cuando, con la complicidad de unos amigos españoles, se plantea un viaje para visitar el extraño lugar del que tales cosas podían ser pregonadas. Era el año en que mientras la crisis y el paro golpeaban, el movimiento 15M trataba de poner las bases de algo nuevo, diferente, construido desde abajo. Conocerlo mejor estaba también en la agenda de su viaje a España.
A comienzos de 2012, Dan toma contacto en Sevilla con los paisajes de la crisis: jóvenes sin expectativas y pesimismo generalizado sobre la economía. No hay una revolución porque el apoyo de los familiares evita lo peor. La gente espera que vuelvan los buenos tiempos, y además el estoicismo tradicional ayuda a soportar el «valle de lágrimas» que es este mundo. Las grandes movilizaciones del 15M de las que le hablan, se han replegado a los barrios. Asiste a una asamblea en Triana, donde unas veinte personas discuten de política global, pero sobre todo de temas locales: ocupaciones, talleres, cooperativas… Marinaleda permanece como un modelo. Allí no se limitaron a indignarse, tomaron la tierra. Los anarquistas llaman a eso «propaganda por el hecho».
Viaja a Estepa, donde lo acoge su amigo Javi. La cosa del trabajo anda un poco mejor en este pueblo, con la industria de los dulces y la agricultura. Al día siguiente Javi y Dan van con unos colegas estadounidenses a Marinaleda para entrevistar a Juan Manuel Sánchez Gordillo, alcalde, diputado regional de Izquierda Unida y profesor de Historia. Reunidos alrededor de una mesa, este les cuenta cómo durante la transición se constituyó allí el SOC (Sindicato de Obreros del Campo) y posteriormente un partido político, el CUT (Colectivo de Unidad de los Trabajadores), anticapitalista y practicante de la acción directa en la más pura tradición anarquista. Gordillo, nacido en 1949, conoció en su niñez Marinaleda como un villorrio mísero de jornaleros condenados a la emigración y rodeado de latifundios improductivos. En 1979 el CUT ganó las elecciones municipales por mayoría absoluta y desde entonces la ha mantenido. No obstante, la forma «real» de participación política es una asamblea abierta a todos los trabajadores; reuniones semanales de unos pocos cientos de personas deciden todo.
Los años 80 fueron los de la lucha por la tierra. Ocuparon fincas del duque del Infantado, el que más poseía en la zona, y apoyaron la reivindicación con marchas y cortes de carreteras y aeropuertos. En 1992, con la Expo inminente, les concedieron 1200 Ha del duque. La pelea fue dura y Gordillo les relata su paso por la cárcel en siete ocasiones y que dos veces atentaron contra su vida, pero también les asegura que sus principios han sido siempre los de la noviolencia. Se empezaron a cultivar las tierras y se creó una industria de trasformación, todo en régimen de cooperativa. Las ganancias se reinvierten en el proyecto. Los latifundistas fueron compensados por el gobierno por unas tierras a las que no sacaban provecho, así que tampoco protestaron mucho. Su problema es que el ejemplo amenaza con extenderse.
En Marinaleda la política de viviendas permite a la gente construirse su propia casa. Los servicios municipales son baratos y de calidad, gracias a que los gobiernos regional y autonómico subvencionan; si no lo hacen, son presionados para que lo hagan. En el pueblo no hay policía ni cura, pero sí una cadena de televisión que emite unas horas a la semana y en la que el alcalde expone sus ideas y lee sus poemas para tratar de compensar lo que hacen los demás medios. Se promueve el deporte y numerosas fiestas; no se autoriza la instalación de grandes cadenas y supermercados, pero los negocios familiares son bienvenidos.
Sánchez Gordillo les habla también de la situación global, de la crisis que generaron los ricos y pagan los pobres, de Palestina y la carrera armamentística, de la necesidad de otro sistema centrado en los ciudadanos. Marinaleda es un intento en esa dirección. Para él ser de izquierdas significa ser optimista, creer que otro mundo más allá del capitalismo es factible, y comprometerse y luchar por él. El pesimismo de someterse a la «única realidad posible» queda para la derecha. Se declara inspirado por Bakunin y el Che, ecléctico, dispuesto a coger lo mejor de cada ideología y aprender sobre todo de la propia experiencia. En las últimas elecciones de marzo de 2012, Izquierda Unida, que incluye al CUT de Gordillo, obtuvo 1199 votos y los restantes grupos sumaron 577. Dan fracasó en su intento de entrevistar a disidentes «exiliados» en Estepa.
Dos días después regresa a Marinaleda. Recorre calles con nombres de revolucionarios y ve murales sobre una utopía que sólo llegará peleando por ella, pero conoce también plantas de procesado y embotellado de los productos agrícolas, donde se trabaja duro. Habla con gentes que vivieron las viejas luchas y encaran con decisión las del futuro. Marinaleda se le aparece al fin como un territorio distinto, un reto o una promesa, pero que no hace sino continuar una tradición que se remonta a la segunda mitad del siglo XIX, cuando el anarquismo se extendió por el campo andaluz como relata Gerald Brenan en El laberinto español. Y hubo momentos en que la utopía estuvo al alcance de la mano: 1873 y 1936.
Dan Hancox viaja en enero de 2012 a una España hundida en la crisis en busca de un lugar donde se intenta construir algo muy viejo y muy nuevo, diferente a lo que predica el capitalismo, fundado sobre otra concepción de la vida, hecha de solidaridad y fraternidad. Utopía y el valle de lágrimas es una crónica puntual de su experiencia que nos muestra un bello ejemplo de cómo esto es posible.
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