José Luis Moreno Pestaña es un interesante filósofo español que ha trabajado de manera rigurosa e innovadora varios frentes de investigación. Básicamente podemos decir que han sido tres: la sociología del cuerpo y los trastornos alimentarios (La cara oscura del capital erótico y Capitalización del cuerpo y trastornos alimentarios); la sociología de la filosofía española (La norma de la filosofía. La configuración del patrón filosófico español tras la Guerra Civil); y finalmente, que lo que ahora nos interesa, la filosofía política. El conjunto forma parte de la concepción híbrida de la filosofía que tiene el autor, en su caso claramente vinculado a la sociología (en la línea de Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron). Es una concepción que él contrapone a la escolástica, que se basaría en un trabajo sobre los textos filosóficos independientemente de las condiciones biográficas y sociales de su producción.
Respecto a sus trabajos de filosofía política Moreno Pestaña se ha ocupado de la obra de Michel Foucault y sus implicaciones políticas. Publicó un libro basado en su tesis doctoral Convirtiéndose en Foucault y luego Foucault y la política, al margen de otros artículos de reconocido interés. Posteriormente se ha centrado en el área de la filosofía política, sobre todo de formas democráticas como el sorteo. Lleva años estudiando la democracia ateniense y su posible actualización y las lecturas que hacen de ella el mismo Foucault, Cornelius Castoriadis y Jacques Rancière. Este libro recoge y , en algún sentido, concluye todas estas reflexiones. La cuestión es saber que nos puede aportar hoy estas investigaciones, que es lo que podemos aprender de ellas. El libro es denso, riguroso y sugerente. Está muy bien estructurado en ocho capítulos, muy bien trabados todos ellos, pero que no voy a resumir aquí: lo dejo para el lector de un ensayo que aconsejo sin reservas. Me voy a centrar, en cambio, en algunos de los puntos que me han interesado.
Como punto de partida el interesante debate que se da en Francia a principios de los 80 dentro de la izquierda. Contextualizado en una crisis del marxismo a finales de los 70 y la influencia de Hannah Arendt (en su planteamiento de separar lo político de lo social) y Jurgen Habermas ( consu reflexión sobre la racionalidad de los fines y la comunicación en el registro de lo político). Debate centrado en la ruptura entre una izquierda estatista y otras autogestionaria, la llamada “segunda izquierda” a partir de las teorizaciones de Pierre Rosanvallon y Bernard Manin. Foucault y Castoriadis (de la misma generación pero que se ignoran mutuamente)se situarán en este segundo grupo y se interesarán por él desde su rechazo radical a la izquierda estatista. Y, al mismo tiempo, y junto a un más joven Jacques Rancière critican la naturalización de las jerarquías, contra la cual se enfrentarán los tres con total determinación. Foucault parece ser, por otra parte, el más influenciado por el neoliberalismo y el que no combina su crítica al estatismo con una perspectiva anticapitalista. Parece seducido por la idea de capital humano, que Marx había descartado en El Capital y que Pierre Bourdieu de la desigualdad de la transmisión cultural. Foucault parece derivar hacia una alternativa ética desvinculada de la política. Vuelve a los clásicos, pero no le interesa la arquitectura institucional democrática. Aparece un interés por la gestión democrática de la economía y una reflexión por los modelos políticos que llevarán a interesarse por Atenas. El tema de la autogestión económica remite al mercado. Castoriadis será el que insistirá más en que el mercado no está vinculado necesariamente al capitalismo y que puede y debe ser combinado con una cierta y limitada planificación democrática que recoja las preferencias de los consumidores. Es posible combinar la igualdad con el mercado, pero en el capitalismo no existe. Tenemos después el tema de la gubernamentabilidad democrática. Castoriadis insistirá en ella. Foucault en cambio, no. Para él se ha dado una gubernamentabilidad propiamente socialista, que ha utilizado la liberal (socialdemócrata) o disciplinaria (comunista). Foucault parece encuadrarse, aunque sea con distancia crítica, en el paradigma liberal (al contrario que Castoriadis y Rancière) que significará el final del poder pastoral. Aunque la alternativa ética de las técnicas de sí la desmarca de la propuesta neoliberal. Hay por tanto en Foucault una clara ambigüedad con respecto al liberalismo. Pero como él defenderá el mercado contra el exceso de gobierno (mientras Castoriadis mantiene que es contra el capitalismo).
Rancière se centra, como Castoriadis y a diferencia de Foucault, en el tema de la igualdad. Por esta razón, mientras la mirada de Foucault se orienta primero hacia Edipo y la tragedia y después hacia las escuelas alejandrinas y romanas, ellos quieren aprender de la Atenas democrática y de mecanismos como el sorteo y la rotación. Castoriadis y Rancière plantean dos sentidos en su recuperación del pasado. Por una parte, que debe plantearnos extraer enseñanzas nuevas para el presente y, por otra, estas enseñanzas nuevas deben abrir el camino a la creatividad política. Castoriadis utiliza la noción de “germen”, que es el el anuncio de un acontecimiento donde se manifiesta la autonomía humana. Y Rancière el de anacronía, que es la revitalización del pasado para la emancipación presente. Castoriadis gana a Rancière en precisión, ya que se toma la molestia de reconstruir el contexto, mientras que Rancière se limita a trazar las líneas que le interesan en su perspectiva de defensa radical de la igualdad. Castoriadis se enfrenta así con un problema importante ¿En qué medida la democracia ateniense se sostiene en la exclusión de las mujeres y la esclavitud? Pero su respuesta es que, sin obviar la cuestión queda claro que la creatividad ateniense aparece de manera singular en un marco social en el que la esclavitud y la exclusión de las mujeres era general.
Volviendo a Foucault, Moreno Pestaña se plantea más a fondo la posición ético-política que formula el filósofo francés a partir del retorno a los clásicos grecorromanos de su última etapa. Su defensa de la ética y de la política es elitista ( su visión de la democracia lo es en términos de competencia de élites). Esto le hace señalar una cuestión interesante, que es la captación del carácter aristocrático de la democracia asamblearia. Lo hace a partir del planteamiento de Max Weber, que entiende la democracia directa como privilegio de los notables, los que sin vivir de la política viven para ella. Pero donde destaca Foucault es en la reflexión sobre el sujeto ético en el contexto alejandrino y romano. Destaca su análisis del estoicismo, que sin ser individualista ofrece unas técnicas muy sofisticadas para la autonomía personal. Foucault rechaza también el tópico de que en la época alejandrina y romana la vida política se empobreciese. De esta manera los dos últimos cursos los dedicará a la política ateniense, vinculado a la parresía o el coraje de decir la verdad. En ningún momento analiza Foucault las medidas antioligárquicas, como los salarios públicos o el sorteo. Separa la historia institucional (isegoría e isonomía, derecho a expresarse y leyes iguales para todos) de los conflictos de legitimidad, que relaciona con la parresía. Aunque sabe, por supuesto, que la parresía implica la isegoría, aunque no al revés. Como Hobbes y Hanna Arendt centra la lucha por el prestigio en el centro de las asambleas democráticas. Lo que ocurre es que, en definitiva, la democracia griega pierde su fuerza al amputarla del sorteo, la rotación de cargos y los salarios públicos. Pero esto no quiere decir que el análisis foucaultiano no nos ayude, ya que nos permite discernir las desigualdades en los espacios democráticos como las asambleas.
Es interesante el complejo tema del significado actual de Pericles, tanto a partir del tratamiento de Michel Foucault como la de Castoriadis. Parte del riguroso estudio de la historiadora contemporánea, Nicole Loreaux. La famosa Oración fúnebre de Pericles fue elaborada por Tucídides. Quiere eliminar los anacronismos y señalar la distancia que separan los dos mundos, el suyo y el nuestro. Señala la dimensión aristocrática de Pericles.Castoriadis idealiza los elementos democráticos contenidos en la Oración, lo contrario que Foucault, para el que Pericles es una especie de monarca democrático, es decir una combinación de derechos formales iguales y de desigualdad real de prestigio. Se pone de manifiesto algo paradójico en la democracia: por una parte, sin palabra verdadera no habría democracia, pero por otro lado la palabra franca es también un riesgo en la democracia. Hay que matizar que la palabra franca (parresia), para Foucault, es un asunto de élites políticas. Pero ignora procedimientos fundamentales como el sorteo, que justamente Castoriadis señalará para insistir en los elementos democráticos. Desde aquí querrá reivindicar elementos para el socialismo libertario.
Hay que formular plantea Moreno Pestaña, cuál puede ser una filosofía política desde la democracia antigua y para la nuestra. Reflexión a la que nos ayudan los análisis de Castoriadis, Foucault y Rancière. Hay, por tanto, tres momentos históricos implicados: la democracia ateniense antigua, la Francia de la década de los 80 en el siglo XX y nuestro presente. Analiza en primer lugar los procesos asamblearios, aplicando los criterios de conocimiento, motivación y moral. ¿Necesita alguna cualificación el participante en una asamblea? ¿Puede restringirse la motivación por dificultades prácticas para asistir a la asamblea ¿cuál es el compromiso político que se exige al participante. En el caso de Michel Foucault vemos dos momentos En primer lugar su primer curso, “La voluntad de saber”, del año 1970-71, en el Collège de France, muy centrado en la figura de Edipo Rey, con fuerte influencia marxista. Lo retomara, sin este último elemento, en el curso 1979-80, “El gobierno de los vivos”, sin el componente marxista. De “Edipo rey” extraerá una enseñanza fundamental: la verdad pueden enunciarla los dioses, pero solo se confirma a través de los hombres comunes, sin cualidades. Entre unos y otros se encuentran los reyes, incapaces de lucidez respecto a sus actos y sus consecuencias. Pero prescinde del tema sobre el funcionamiento institucional de los tribunales y del sorteo. Más tarde, en los cursos y conferencias de principios de los ochenta Foucault describe bien, en términos weberianos, el sesgo aristocrático de las asambleas políticas.Como bien vio Castoriadis, el sorteo era un método que podía incidir bien en la reducción de las desigualdades culturales en la política. Castoriadis reivindica también, muy adecuadamente, a Protágoras en su defensa de la política sin expertos, como construcción de los ciudadanos. Las diferencias entre Foucault y Castoriadis pueden resumirse en tres puntos: En primer lugar, Castoriadis comparte los elogios a la democracia en Tucídides (al margen de la “Oración fúnebre”) y en Aristóteles, al contrario que Foucault. En segundo lugar, aunque Castoriadis comparte, en parte, la mistificación del siglo de Pericles, también contempla la del siglo IV a.C., que Foucault ignora. En tercer lugar, y el punto más importante, la importancia que da Castoriadis al sorteo y que no tiene en cuenta Foucault.
Para Moreno Pestaña las más importantes aportaciones las hace Castoriadis porque no solo tiene ideas interesantes sobre la democracia griega sino porque hace una reconstrucción histórica muy rigurosa y precisa, a diferencia de Foucault o de Rancière. La diferencia entre igualdad aritmética e igualdad geométrica (basada en el mérito) sirve a Castoriadis para reflexionar sobre el protovalor en una sociedad. En una democracia el poder no es susceptible de apropiación sino de participación. Los salarios públicos son una medida que favorece la participación. Rancière también entrará en la contabilidad, en el sentido que para potenciar la igualdad hay que replantear la aritmética contable: quién cuenta y quién no cuenta, qué puede distribuirse y qué no. La segunda aportación de Castoriadis tiene relación con el sorteo y el imaginario griego sobre la causalidad. Hay un cierto orden el caos, sin una planificación previa. La política no es una ciencia. No hay que desplazar el azar, forma parte del orden. Hoy, en cambio, no aceptamos la incertidumbre y la indeterminación y preferimos, como dice el sociólogo John Elster, los rituales de la racionalidad y el mito de una ingeniería social. Hoy podemos abrir el sorteo ante la crisis del imaginario tecnocrático de la política y la sacralización del sorteo, abriéndonos a la pedagogía de la participación y al cuestionamiento de las polarizaciones sectarias de las facciones políticas. La tercera aportación, conjunta de Castoriadis y Rancière plantean la motivación en términos de integración social. Moreno Pestaña señala los errores del marxismo, por un lado, y Hannah Arendt, por otro, al separar la política griega de las cuestiones sociales. Castoriadis señala que, una vez decidida la igualdad política, toma medidas políticas para posibilitarla. Rancière señala la necesidad, contra la crítica platónica, de compaginar la participación política con el trabajo manual. Castoriadis se pregunta si no se puede vincular la socialización de la riqueza a la participación democrática. Se pregunta qué podemos aprender hoy de la “oración fúnebre de Pericles”. La posibilidad de compaginar lo privado y lo público, de entrada. La idea que la pobreza no excluye la participación política. Finalmente, que la misma práctica política te convertirá en un experto. Hay que desprofesionalizar la política 8 por el sorteo y la rotación) y se abrirán potencias desconocidas para cualquier ciudadano. La actitud de Rancière respecto al sorteo le resulta, a Moreno Pestaña, más paradójica. Plantea, por ejemplo, que a través de ella se consiguió que cualquiera pudiera gobernar, lo cual no es del todo cierto. Se apoya en escenas históricas, pero le falta una fundamentación rigurosa, aunque apunte cuestiones interesantes. Plantea la democracia no como una realidad institucional sino como una conquista de actores sociales movidos por una motivación moral, la de ocupar un lugar del que se les ha excluido.
La reflexión última y fundamental de Moreno Pestaña es la de conducir estas reflexiones a nuestro presente, en este caso el horizonte que puede abrirse a partir de la crisis de la legitimación política de los partidos que se dio el 2011 en España, desde del fenómeno de movilizaciones que se dio en el llamado 15 M. Pero para dar salida a lo que allí se abrió hay que combatir tres elementos disolventes del imaginario de la participación democrática. La primera es que los expertos son los que disolverán los dilemas políticos. La fe tecnocrática que oculta las redes clientelares y las lealtades interesantes, fuente de corrupción y de inutilidad. La consideración de que la participación política de los ciudadanos no tiene ningún efecto. Moreno Pestaña comprueba esta ideología en algunos trabajos sociológicos que confirman en entrevistas a trabajadores precarios de entre 30 y 40 años. No confían en que tengan capacidad para ningún tipo de intervención política. A partir de una reflexión sobre Platón y Protágoras la conclusión a la que llega el autor del libro es que lo que podemos aprender hoy de la democracia griega es el principio antioligárquico y el principio de la distinción. Pero no hay que entenderlo como un modelo primigenio y esencial sino como una aportación singular que podemos tener en cuenta, aunque vivamos en un gobierno representativo que, como enseña Bernard Manin es un régimen híbrido entre pretensiones democráticas y aristocrática. Lo cual no es otra cosa que lo que nos enseñaba Aristóteles, referencia clave de Moreno Pestaña. Cierto que la democracia moderna se apoya en la elección porque quería basarse en el consentimiento ciudadano. Pero se puede optar por consentir entre representantes o entre órganos de deliberación elegidos por sorteo ente la población con las capacidades requeridas para la función. Si volvemos al movimiento asambleario del 15 M. En la práctica incorporó a sectores de ciudadanos a la participación política. Aunque ciertamente las asambleas estaban dominadas por “vanguardias”, que es un criterio aristocrático. La perspectiva antioligárquica acepta la existencia de especialistas de la política pero que deben estar subordinados a los intereses que se formulan en las deliberaciones ciudadanas y no a sus propias dinámicas e intereses. La experiencia del 15 M., concluye el autor, fue una gran experiencia de civilización política y de distribución democrática del capital político. El sorteo y la rotación de cargos públicos serían una buena manera de darle una salida institucional.
El libro de José Luis Moreno Pestaña es muy intenso. Hay detrás muchas lecturas, experiencias y reflexiones. Desde su idea de la filosofía híbrida que defiende, que en su caso vincula la filosofía con la sociología. Y donde múltiples maestros son convocados. El primero es seguramente Michel Foucault, que es el que lleva más años trabajando. Pero la influencia de lo que trata el libro es mayor, la de Jacques Rancière y Cornelius Castoriadis, pensadores que ha conocido más tardíamente. Alguien que no conozca a Moreno Pestaña puede pensar que hay en el libro un ajuste de cuentas con Foucault, pero los que le hemos seguido sabemos que siempre ha reconocido sus aportaciones mientras mantenía una distancia crítica. Su experiencia en el movimiento del 15 M., sobre el que había pensado mucho también revierte en el valor del libro. Y muchos otros maestros son convocados, bajo un criterio sólido y sin concesiones a la moda
(Aristóteles, Marx, Bentham, Weber, Ortega y Gasset, HannaH Arendt, Habermas), Personalmente debo agradecerle el que me haya dado a conocer a filósofos políticos muy importantes que desconocía, como Bernard Manin o Pierre Rosanvallon. En todo caso un libro altamente recomendable, con materiales muy valiosos para pensar la política hoy desde una perspectiva no dogmática de izquierda.