En ese siglo en que triunfa la literatura, porque aprende a pasear su espejo por el camino con precisión y arte, Francia tiene a su Stendhal y su Balzac que abren brecha, igual que Inglaterra tiene a su Dickens. Y qué tenemos aquí, digerido ya el gran almuerzo que nos brindó Cervantes. Mucho y bueno, […]
En ese siglo en que triunfa la literatura, porque aprende a pasear su espejo por el camino con precisión y arte, Francia tiene a su Stendhal y su Balzac que abren brecha, igual que Inglaterra tiene a su Dickens. Y qué tenemos aquí, digerido ya el gran almuerzo que nos brindó Cervantes. Mucho y bueno, dirán algunos, sin que les falte razón, pero en aquella centuria en que arrollaba la máquina y proletarizaba a los seres humanos, por estos pagos hay sobre todo un nombre que asombra en el retrato de su época, y ese nombre es el de Galdós.
Galdós seduce, porque abruma el número de obras magistrales que salieron de su pluma, y porque éstas rebosan de personajes que reflejan soberbiamente los entresijos de aquel mundo en metamorfosis. Si estamos hablando de un tiempo dominado por una dinámica económica que enloquece, y en el que el alma se sumerge en angustias y desafíos ignotos, el suyo es el intento más noble y notable de describirlos. Con él sentimos la tensión de una búsqueda imprescindible, que afronta el reto de preservar la humanidad mientras todo se pliega a la mecánica odiosa del capital.
Seducidos por sus narraciones, muchas veces quisimos saber más del hombre que se escondía tras el enorme legado. Francisco Cánovas Sánchez se ha esforzado para extender ante nosotros los detalles de su existencia, marcada siempre por la dicha y el anhelo de retratar el mundo, y por un compromiso con el progreso social. Las quinientas páginas de la biografía que Alianza Editorial acaba de poner en circulación, precisamente anotadas, e ilustradas con imágenes de la época, nos acercan con rigor a la vida y la obra de un ser extraordinario.
Primeros años
Benito Pérez Galdós nace en Las Palmas de Gran Canaria el 10 de mayo de 1843 en la familia de un teniente coronel que tenía ya otros nueve vástagos, y en esa ciudad transcurre sin sobresaltos su infancia. Es débil y flacucho, pero aplicado en los estudios, y muy pronto su talento artístico se plasma en caricaturas y paisajes, y también en obras en prosa y verso que muestran preocupación por los verdaderos problemas de la gente y una clara opción por el realismo contra el romanticismo imperante. En 1862, al terminar el bachiller, decide partir para Madrid.
Su objetivo era estudiar Derecho, pero nuestro joven canario frecuenta sobre todo las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras y lo que le atrae más que nada son la biblioteca del Ateneo y la vida de la capital. Alto y delgado, reservado y tímido, sus «ojillos ratoniles» observan las calles y plazas de los «madriles» aristocráticos o humildes y a los que por ellas deambulan, que se convertirán en protagonistas de sus novelas. Pronto se revelan sus inquietudes literarias, que en un principio se decantan por el periodismo. Así, en 1865 comienza a colaborar asiduamente en el diario progresista La Nación.
Vivencias de la Gloriosa
Minado por corrupción y clientelismo e incapaz de atender las demandas de las clases medias y humildes, el régimen borbónico oscila en un albur de espadones que al fin dan al traste con él. Nuestro protagonista está entre los estudiantes que protestan y son reprimidos en la noche de san Daniel (10 de abril de 1865), donde hubo catorce víctimas mortales, y es testigo de los combates a que da lugar el pronunciamiento de los sargentos de san Gil (1866). Tras la Gloriosa (septiembre de 1868), recibida con esperanzas en toda España, prosigue sus colaboraciones en la prensa liberal, en la que comienzan a aparecer entregas de sus primeros relatos.
A principios de 1871, Benito es nombrado director de El Debate, baluarte de la monarquía constitucional de Amadeo I contra radicales de derecha e izquierda, y ese mismo año publica varias novelas. Destacan entre ellas La Fontana de Oro y El audaz. La primera recrea los procesos revolucionarios de 1820-1823 y muestra la opción de su autor por un liberalismo democrático capaz a su juicio de encauzar las trasformaciones sociales necesarias. La segunda expresa su solidaridad y empatía con los derrotados de la historia, que dejaron todo en la lucha por un mundo mejor. En el verano de 1872 conoce en Santander a José María de Pereda; la mutua admiración y simpatía resistirán hasta el fin de sus vidas las divergencias ideológicas.
Primeros trabajos en la España de la Restauración
En 1873, Trafalgar inaugura la serie de los Episodios Nacionales y da un nuevo impulso al proyecto narrativo de Galdós, que irá surgiendo sin desmayo a partir de entonces y aportará un reflejo de la vida de los españoles y una disección fiel de su estratificada sociedad. Exhibe ésta nobles y alta burguesía en un extremo, apoyados en obispos y generales, y en el otro variadas clases populares que son retratadas por vez primera en su dimensión humana y presentadas como instrumentos esenciales del cambio social, a través de su conciencia y organización. Las clases medias, con la restauración borbónica, muestran para nuestro autor, más que nada, afán de medrar de cualquier modo y un talante conservador espoleado por el miedo a la revolución.
Con su reacción rampante, los tiempos de la Restauración son para Galdós tiempos de resignación. Los caracteres nobles y emprendedores, impulsores de la renovación, que protagonizaban los relatos que retrataban la época anterior, dejan paso aquí a una galería de hipócritas, trepadores e ineptos dominando la escena. La denuncia de lacras como el caciquismo en Doña Perfecta (1876) o la intolerancia religiosa en La familia de León Roch (1875) y Gloria (1877) asesta golpes certeros al oscurantismo. A partir de 1878, con Marianela, su proyecto se moverá hacia la defensa de los desfavorecidos y la demanda de un reparto más justo de la riqueza.
Los Episodios Nacionales
El monumental retablo que lleva este nombre consta de cuarenta y seis episodios agrupados en cinco series. En ellos se entrecruzan historia y ficción para aproximarnos a los acontecimientos esenciales ocurridos en nuestra piel de toro entre 1805 y 1880. Rigurosamente documentado y valiéndose de unos personajes genialmente trazados, el novelista da forma entre 1873 y 1879 a las dos primeras series y entre 1898 y 1912 a las tres últimas. En la primera el protagonista es Gabriel Araceli, humilde grumete en Trafalgar que llega a los más altos honores militares, simbolizando una aristocracia del esfuerzo, opuesta a la de la sangre. En la segunda, Salvador Monsalud es víctima del absolutismo de Fernando VII, y frente a la unidad contra los invasores de la Guerra de la Independencia, vemos surgir dos Españas enfrentadas a muerte.
La tercera serie está dedicada a la primera guerra carlista, las regencias de María Cristina y Espartero y el comienzo del reinado de Isabel II, y nos describe un país desgarrado y sin identidad. La cuarta se prolonga hasta el final del periodo isabelino, y la quinta se centra en el sexenio democrático y los inicios de la Restauración. En estos trabajos resplandece el Galdós más maduro, profundamente crítico con las oligarquías que detentan el poder y observador esperanzado de los maltratados por la historia, prestos a tomar conciencia de su papel.
Los Episodios Nacionales aportan un acercamiento riguroso y atractivo a las convulsiones del siglo XIX español. Más allá del entretenimiento que ofrecen, manifiestan la noble pretensión de educar a las gentes en el conocimiento de su pasado. Las lacras exhibidas y los ideales de libertad e igualdad planteados a través de sus personajes muestran la necesidad y los mecanismos del cambio social. Francisco Cánovas espiga opiniones que avalan el universal reconocimiento de estas virtudes por parte los más notables escritores y críticos.
El gran ciclo narrativo de los 80 y 90
En la época en que el naturalismo triunfa en Francia, su ideal de no dejar escapar nada de la realidad ni sublimar ésta va a tener en nuestras tierras un eco formidable en la mente receptiva y lúcida de Galdós. El ciclo comienza en 1881con La desheredada y sus seres desgarrados en un mundo enfermo de codicia que inauguran el nuevo estilo. Enseguida, en 1882, El amigo Manso explora las quimeras destructivas del amor romántico. Siguen, entre 1883 y 1885: El doctor Centeno, Tormento, La de Bringas y Lo prohibido, dedicadas a la burguesía y su universo de apariencias. Fortunata y Jacinta, de 1887, exhibe esplendores de romanticismo y sexualidad exacerbada, entronizados como única y triste redención por el materialismo de la vida burguesa.
En los años que siguen destacan la sátira de la administración pública de Miau (1888) y la atormentada biografía de Ángel Guerra (1890), ambientada en Toledo, así como el retablo sobre el triunfo de avaricia y oportunismo en la España de la Restauración de la tetralogía de Torquemada (1889-1895). Tristana (1892) es un estudio de las contradicciones de la pasión amorosa, y Nazarín y Halma, ambas de 1895, reivindican un cristianismo trascendido en humanismo místico, capaz de alumbrar al final un proyecto colectivista y anarquizante. Misericordia (1897) profundiza en el retrato de la clase media arruinada y decadente y los estratos más humildes, destinados a despertar de su letargo para derribar el penoso orden social de la Restauración. Con la crisis del 98, el maestro retoma el trabajo en sus Episodios Nacionales, inaugurando su tercera serie.
Galdós dramaturgo
El interés de Galdós por el arte dramático fue muy temprano, y cristalizó en su madurez en algunas creaciones innovadoras en las que, huyendo del romanticismo e idealismo imperantes, trataba sobre todo de remover las conciencias con una opción por el amor como fuerza vivificadora. Se cuentan entre ellas El abuelo (1904), y Electra (1901) y Casandra (1910), duros alegatos estas dos últimas contra el fanatismo religioso. En 1913 nuestro escritor fue designado director artístico del Teatro Español de Madrid, lo que le permitió promover una renovación de un arte escénico al que dedicó sus últimas producciones literarias, con joyas como Celia en los infiernos (1913), que explora la posibilidad de formas más justas de organización social.
El hombre tras la obra
Sencillo de atuendo, sobrio en la mesa, trabajador infatigable y metódico , fumador empedernido, Don Benito vivía en Madrid con dos de sus hermanas y una cuñada viuda. Amable y generoso, amigo de perros y gatos y enemigo de que se martirizara a los toros, conversaba sin sulfurarse con personas en sus antípodas ideológicas. Se le conocen varias relaciones sentimentales, la más sonada con la Pardo Bazán, que terminó en amistad, y tuvo una hija, María, que nació en 1891 y a la que reconoció y dejó sus bienes en testamento, pero era muy discreto en estos asuntos y permaneció soltero hasta el fin de sus días. En 1896 Galdós ingresó en la Academia de la Lengua, y es interesante señalar que aunque a partir de 1912 fue propuesto reiteradamente para el premio Nobel de literatura, las conspiraciones de la misma derecha ibérica que hoy se llena la boca hablando de su Galdós frustraron el proyecto.
Cánovas explora en sendos capítulos finales la afición de su biografiado por el dibujo, manifiesta en la costumbre de hacer bocetos de todos los personajes de sus novelas; su vinculación con Santander, ciudad donde pronto empezó a pasar los veranos y llegó a tener un hermoso palacete (San Quintín, inaugurado en 1893 y arruinado durante el franquismo); una sabrosa conversación en París en 1902 con la destronada Isabel II; y su arraigado compromiso con las libertades democráticas. A pesar de sus simpatías republicanas, coqueteó con el Partido Liberal de Sagasta y en 1886 fue designado diputado por un distrito de Puerto Rico. Más tarde, en 1907, se presentó a las elecciones por el Partido Republicano. No resultó elegido, pero sí lo fue en las de 1910 y 1914. Sus últimos años están marcados por una intensa labor política y contra la guerra de Marruecos en la que colaboró con los socialistas de Pablo Iglesias. Durante la Gran Guerra fue presidente de honor de la Liga Antigermánica, aunque a partir de 1911 sufrió una pérdida progresiva de visión, unida a un deterioro de su estado físico, que dificultaba su trabajo. Benito Pérez Galdós falleció en Madrid el 4 de enero de 1920.
Un genio irrepetible
Galdós fue capaz de levantar un retablo literario que describe con rigor y arte las conmociones del siglo XIX español, y especialmente su pluma es un bisturí que disecciona las lacras de caciquismo y clericalismo que arruinaban el país con la Restauración borbónica. En su obra se prodigan retratos inolvidables de personajes de todas las clases sociales, que nos acercan fielmente a aquellos tiempos. Aunque el carácter esencialmente corruptor y pernicioso del capitalismo sólo alcanzó a intuirlo, hay que decir que en sus novelas desentraña la enfermedad que asolaba el alma humana por entonces, y toma partido por la libre organización de los humillados y ofendidos. Esto no fue óbice para que en su actividad política apoyara y se adhiriera a estrategias reformistas condenadas al fracaso. La tensión entre ideales y posibilismo marca completamente su existencia.
Benito Pérez Galdós. Vida, obra y compromiso de Francisco Cánovas Sánchez, recorre amorosamente la biografía del maestro desplegando un interés continuo por ilustrarnos sobre los condicionantes socio-económicos y culturales que se proyectan sobre ella, que van sintetizados al final en una cronología. Precisamente anotado y enriquecido con apéndices que recogen algunos textos emblemáticos de Galdós, el libro no sólo aporta sinopsis de sus obras, sino que incorpora además las diversas interpretaciones a que éstas han dado lugar. El caudal de trabajo cristaliza en un volumen que será imprescindible, pues nos descubre al autor de la más exacta pintura del tiempo que forjó el nuestro y nos proporciona las claves para contemplarla.
Blog del autor: http://www.jesusaller.com/
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