En la rústica casa de adobe de dos pisos flamea la bandera de Ecuador y un gran letrero que dice «Ikat. Demostraciones y ventas». Manojos de hilos y coloridas telas cuelgan de los pasamanos que rodean el patio y de un balcón, mientras en el interior se ven telares artesanales.
Es la casa de José Jiménez, un artesano que aún mantiene en Ecuador el arte del ikat, una forma milenaria, y no por eso menos complicada, de tejer.
«Hoy quedamos pocos artesanos, unos 15 tal vez… ¡Y pensar que hace 40 años este oficio era generalizado en Gualaceo!», dice Jiménez a IPS.
Situada en la ruta desde Cuenca hacia Gualaceo y Chordeleg, importantes pueblos artesanales del sur de Ecuador, la casa de Jiménez es a la vez vivienda, taller y almacén. Su principal apoyo es su esposa, Ana María Ulloa, hábil bordadora de chales de paño negros con flores de colores. Jiménez y Ulloa, sus cuatro hijos y cuatro operarios, se dedican a «uno de los métodos de teñido más complejos en todo el mundo», como define el estadounidense Instituto Smithsoniano a esta técnica.
En el ikat -palabra indonesia que se ha generalizado para definir esta forma de tejido– se tiñen los hilos antes de tejerlos, evitando, por medio de nudos, que penetre la tinta en algunas secciones.
«Yo tengo los pinceles en mi cabeza, porque el diseño que va a tener la tela proviene de la forma cómo he teñido los hilos y cómo los he dispuesto en el telar», indica Jiménez, que resalta que su técnica y la de «los pocos compañeros artesanos que quedan, es única en América del Sur».
Sentado en el suelo, con el antiguo telar de cintura apretando la parte baja de su espalda, templa los hilos de la urdimbre, como lo hacían los tejedores americanos miles de años antes de la llegada de los españoles.
Para piezas de un ancho mayor a 75 centímetros, Jiménez emplea el telar de pedales, introducido por los europeos.
«No son 15. Felizmente todavía se dedican al ikat docenas de hombres y mujeres», explica a IPS la antropóloga Gabriela Eljuri, directora regional del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural.
Con todo, reconoció la disminución de la producción, en especial por la casi desaparición de la demanda de la «macana», una especie de chal que se confeccionaba en ikat con algodón fino. Es una prenda distintiva de la chola o mestiza, clase social que apareció a mediados del siglo XVII según el etnohistoriador Joaquín Moreno, actual vicerrector de la Universidad del Azuay.
Los españoles, muy dados a los símbolos externos, promovieron que las cholas se distinguieran tanto de las indígenas como de las blancas en su manera de vestir.
En el atuendo de la «chola cuencana» fueron clave, desde entonces, y por generaciones, el paño de Gualaceo o macana, así como la falda con vuelo bordado y el sombrero de paja, llamado también toquilla.
«El término de ‘chola cuencana’ no encierra connotación despectiva, y ha sido signo de identidad regional, pero eso también se está perdiendo con la globalización», apunta Moreno.
Clave en estos cambios ha sido la emigración, pues de las sureñas provincias de Azuay y Cañar han salido en las dos últimas décadas unas 200.000 personas, principalmente hacia Estados Unidos.
Aunque aún se pueden ver «cholas cuencanas», hay una división generacional. En esta zona «casi no quedan jóvenes que se vistan a la manera tradicional», relató el artesano.
«En cantones como Sígsig o Nabón las jóvenes usan todavía el vestido de cholas, pero en los demás casi nadie de menos de 30 años usa la macana», corroboró Eljuri.
«Felizmente los textiles de la técnica de ikat han sobrevivido por un trabajo visionario que hizo el Cidap (Centro Interamericano de Artesanías y Artes Populares) desde inicios de los años 80, anticipándose a la lenta desaparición de la prenda», dijo la antropóloga.
María Leonor Arteaga, subdirectora de promoción del CIDAP, confirmó a IPS que este organismo estatal, creado en 1975, ha impulsado por más de 20 años proyectos de diseño y campañas de promoción para mantener la técnica ancestral del ikat.
El Cidap también ha actuado para solventar los problemas de intermediación, tanto en la provisión de hilo crudo como en la comercialización del producto terminado, a través de ferias, exposiciones y almacenes permanentes en Cuenca y Gualaceo.
Además se hicieron diseños de alta costura y desfiles de modas tanto en Ecuador como en Estados Unidos y varios países de Europa «para generar otro tipo de demanda», dijo Arteaga.
«Jiménez, y decenas de artesanas y artesanos de la zona de Gualaceo recibieron becas del Cidap para que aprendieran a aplicar su maravilloso arte de tejer a variados artículos», explicó.
Por eso, con la misma técnica del ikat, ya se elaboran en la región también bufandas, camisas, chalecos, chaquetas, capas, carteras, portafolios, billeteras, caminos de mesa y manteles, los que son adquiridos por turistas «y por estratos altos urbanos nacionales, que valoran la complicada técnica y el arte que encierran», según Arteaga.
Jiménez mismo se prepara para entregar al presidente de Ecuador, Rafael Correa, un mantel de 30 metros de largo y una docena de otros más pequeños, para ser usados en fiestas y reuniones de la casa de gobierno.
«Yo le dije al presidente que en las tomas de televisión me dolía ver solo mantelería industrial, aunque fuera ecuatoriana, y que por qué no se enorgullecía de nuestra tradición. Me hizo caso, y ordenó los manteles, así que iré a Quito el 21 de enero, porque ya los estamos terminando», precisó a IPS.
Sin embargo, se resistió a mostrarlos. «El primero que los verá será don Correa», dijo, riéndose.
«Muchos piensan que el dibujo ha sido impreso en el tejido, y no se dan cuenta que este nació del teñido, el urdido y el anudado. El presidente tendrá que explicarlo a sus visitantes», dijo Eljuri, quien tiene a la mano la ficha de catalogación del ikat como patrimonio inmaterial de Ecuador.