¿Cuáles son en su opinión las vías y las formas de la revolución en América Latina? En mi opinión lo primero que quisiera destacar en esa pregunta es algo previo a la respuesta. Me refiero a la pertinencia o no de la revolución… Porque durante los últimos 25 años, es decir, un cuarto de siglo, […]
¿Cuáles son en su opinión las vías y las formas de la revolución en América Latina?
En mi opinión lo primero que quisiera destacar en esa pregunta es algo previo a la respuesta. Me refiero a la pertinencia o no de la revolución… Porque durante los últimos 25 años, es decir, un cuarto de siglo, las grandes usinas del imperialismo y también de las diversas variantes del reformismo y la socialdemocracia internacional han tratado de inocular en el movimiento popular latinoamericano la peregrina idea de que la revolución ya no es viable, ni posible ni deseable. Preguntarse entonces por las vías y las formas presupone poner en discusión esa violenta campaña de desarme ideológico. Aclarado esto, me parece, desde mi modesta opinión -porque yo no soy un gurú con una bola de cristal ni un adivino que tenga la verdad revelada de ningún oráculo- que los caminos y las formas del proceso revolucionario latinoamericano son diversas y variadas. No se pueden encapsular en recetas de pizarrón ni fórmulas de escritorio. Las transformaciones sociales vienen y vendrán a través de movimientos sociales, organizaciones políticas y organizaciones insurgentes, político-militares. Durante el último cuarto de siglo los «tanques pensantes» del imperialismo y de la socialdemocracia supuestamente progresista han tratado de recortar ese abanico de formas de lucha, de aplastarlo, de segmentarlo, reduciendo la única forma a la lucha de los movimientos sociales, despreciando la organización política y deslegitimando, demonizando y satanizando, de modo absolutamente macartista, las formas no institucionales, insurgentes y político militares que históricamente ha asumido y continúa asumiendo la rebeldía y la resistencia popular. Volver entonces a recuperar el debate por las vías y las formas de lucha y de transformación social radical se torna una tarea impostergable. Ya es hora de hacer un beneficio de inventario y un balance crítico con el reformismo y el posmodernismo que tanto nos reclamó despreciar las formas políticamente organizadas de la rebeldía popular (que no se limitan a las protestas espontáneas) y darles la espalda a las vías de confrontación radical -incluso político militares- con los poderes establecidos.
¿Tiene vigencia el planteamiento de la combinación de todas las formas de lucha?
Los enemigos de nuestros pueblos, el imperialismo y las burguesías criollas (mal llamadas «nacionales») no renuncian a ninguna forma de lucha. Desde la construcción de consenso, la conformación de la hegemonía hasta el ejercicio de la fuerza material. Si ellos tienen a mano y despliegan ese abanico de formas, ¿en nombre de qué los pueblos deberían renunciar a ciertas formas de lucha? ¿Frente a la violencia de arriba, ejercida no por un loco suelto sino por toda una serie de instituciones represivas -policía, gendarmería, fuerzas armadas, organismos de inteligencia, etc.-, nuestros pueblos deberían acaso responder ofreciendo mansa y sumisamente «la otra mejilla»? No lo creo justificado. No lo creo realista. No lo creo deseable.
¿Cómo sería esa situación en el caso colombiano?
En Argentina existía un historiador y pensador de origen comunista, en su juventud, luego peronista revolucionario, en su madurez, que se llamaba Rodolfo Puiggros. Su obra historiográfica es prolífica y muy polémica. Yo comparto algunos de sus puntos de vista, en otros casos (como es el tema del populismo) tengo opiniones muy diversas a las que lo hicieron famoso. Sin embargo siempre me gusta citar una idea suya. Decía el viejo Puiggrós que muchas veces los argentinos hemos sido «inspectores de revoluciones ajenas…». O sea que como no hemos podido hacer nuestra propia revolución, vamos por el mundo con el dedo en alto inspeccionando revoluciones ajenas… Creo que debemos aprender esa lección. No soy colombiano. No conozco en profundidad la realidad colombiana. Aclarado esto, creo sin embargo que como internacionalistas convencidos, que llevamos en la cabeza pero también en el corazón la Patria Grande latinoamericana, sí podemos opinar sobre otros países hermanos. Creo que el pueblo colombiano ha sido uno de los pueblos más dignos y combativos de la historia de nuestra América. Todo el mundo que esté mínimamente informado y que no tenga anteojeras ni reciba dinerillos del imperialismo sabe perfectamente que la violencia en Colombia no la inicia el pueblo sino las clases dominantes con el asesinato del caudillo popular Jorge Elieser Gaitán en 1948. Cualquiera que no haya vendido su pluma ni su conciencia a los grandes monopolios de (in)comunicación ni repita como un loro sumiso sus propagandas diagramadas desde una estrategia de «guerra psicológica», sabe y conoce perfectamente que en Colombia las organizaciones político- militares nacieron hace varias décadas y que nunca han tenido nada que ver con la mafia ni con el narcotráfico. Por lo tanto, si en Colombia, a pesar de las innumerables campañas militares de exterminio contra el pueblo desarrolladas por varios gobiernos formalmente «constitucionales», desvergonzadamente financiados por EEUU, continúan desarrollándose diversas formas de protesta popular (desde la movilización estudiantil, la huelga obrera, la protesta sindical urbana, la rebeldía indígena, las ligas agrarias y campesinas hasta las luchas guerrilleras, eso no responde a ningún «complot» de unos monstruos irracionales o delirantes. Para comprender la historia de América Latina hace falta dejar de lado la deformante estética de Hollywood y su eterna «conspiración» internacional de monstruos malditos que pretenden acabar con la vida apacible de las familias norteamericanas. Colombia es parte de nuestra América. Allí proliferan diversas formas de lucha popular. Los sectores progresistas y honestos, que no ceden al chantaje de la maquinaria de guerra psicológica del Comando Sur del Ejército norteamericano y sus organismos de inteligencia, no sólo no deberían demonizar esas luchas sino que, en mi modesta opinión, deberían apoyarlas.
¿Cómo debe enfrentarse hoy el terrorismo de Estado y el intervencionismo imperialista?
En primer lugar llamando a las cosas por su nombre. Cuando intervienen los norteamericanos no estamos frente a la «defensa de los derechos humanos» sino frente a una intervención imperialista. No se meten en los demás países en nombre de la «racionalidad liberal» para enfrentar el fundamentalismo. Lo hacen para defender sus intereses, imponiendo por la fuerza su «american way of life» y sus negocios. En segundo lugar, cuando el Estado de cualquier país de América latina utiliza sus instituciones permanentes, formadas por decenas y centenas de miles de personas profesionales y entrenadas, que estudian cómo vigilar, cómo pegar, cómo reprimir, cómo matar, cómo asesinar, debemos llamar las cosas por su nombre. Eso no es «seguridad». Eso es represión. Eso es violencia de arriba. Eso no es «democracia», eso es terrorismo. Debemos poner fin a la legitimación de la violencia de arriba contra el pueblo. Para enfrentar la violencia de los Estados y la intervención del imperialismo todas las formas de rebeldía, resistencia y solidaridad popular son legítimas. Desde las grandes campañas de repudio, las movilizaciones a las embajadas yanquis, las huelgas, las protestas y también la resistencia armada. La violencia de los pueblos es una justa respuesta a una violencia sistemática implementada contra los pueblos. ¿Quién dijo que la única violencia legítima es la que se ejerce para mantener y reproducir el capital?
¿Tiene alguna opinión sobre el debate en torno a las FARC y la lucha armada que recientemente ha tenido lugar entre el comandante Fidel Castro y el sociólogo James Petras?
Esa es una pregunta sumamente difícil, debo reconocerlo. Me resulta difícil opinar, porque el tema es complejo y porque además me siento muy vinculado a ambos polemistas. En el caso de Fidel, no sólo le tengo una admiración personal y un cariño que no puedo ni quiero disimular. Además lo considero un maestro. No mío, sino de varias generaciones de revolucionarios de nuestra América. Así lo he expresado en varios artículos publicados en Cuba, en Venezuela y en Argentina. También lo he condensado en un libro dedicado a la biografía de Fidel (titulado Fidel para principiantes, texto por el cual pasé años leyendo y estudiando los discursos de Fidel y muchísima bibliografía sobre su vida y sobre historia de la revolución cubana). Tuve el inmenso honor de conocerlo personalmente en el año 2001 y de conversar largamente con él. Una experiencia absolutamente inolvidable que me sigue emocionando cada vez que lo recuerdo. Realmente le tengo mucho cariño a Fidel. Lo digo sin diplomacia alguna. Es lo que sinceramente siento y lo que pienso. Siempre he defendido a Cuba y a su revolución socialista y lo seguiré haciendo.
En el caso de James Petras, también lo conozco personalmente desde hace aproximadamente 15 años, desde una visita suya a la Argentina. He estado junto a él varias veces en La Habana y en Caracas. James ha sido siempre muy valiente. En los años ’90, cuando todo el mundo se hacía neoliberal o socialdemócrata, Petras seguía denunciando al imperialismo y la domesticación de los intelectuales «aggiornados«. Me consta que Petras siempre ha sido un defensor sincero de la revolución cubana. Pero no de manera hipócrita, para que lo inviten a eventos y grandes hoteles, sino por convicción. Petras tiene un estilo muy confrontativo en las polémicas, es ácido, es irónico (maneja la ironía no sólo en inglés sino también en español, lo cual es difícil ya que no es su lengua). A veces el estilo sumamente hiriente de Petras lastima, ofende o molesta (lo cual no siempre es lo mejor, si lo que se busca es convencer al otro), pero muchas veces, detrás de ese estilo discutible, hay verdades fuertes y muy buenas fundamentaciones. Recuerdo sus polémicas de los años ’90 y sus impugnaciones ácidas de quienes pretendían dejar de cuestionar al imperialismo.
He leído algunas partes de la polémica. No estoy seguro de haberla leído en forma completa, quizás haya intervenciones que me faltan consultar.
Lo primero que podría decir, remarcando una vez más la complejidad del problema abordado y lo difícil que me resulta opinar al respecto, es que es muy saludable que haya polémica entre los revolucionarios. Si hay polémica es porque el marxismo está vivo y la revolución está viva. Si hay polémica es porque el pensamiento radical -allí se ubican tanto Petras como Fidel- no ha muerto y sigue dando batallas. ¡Bienvenida entonces la polémica fraternal entre compañeros y hermanos de la misma causa!
En segundo término, agregaría que Fidel había expresado esa opinión sobre la posible caducidad de la lucha armada ya antes de la muerte del comandante Marulanda. En los últimos años Fidel vino dos veces a la Argentina, si no recuerdo mal. Una vez estuvo en Buenos Aires, otra en Córdoba. Junto con miles y miles de jóvenes, fuimos a los dos actos. No me los podía perder. Escuchar a Fidel es un privilegio. Compartí gran parte de lo que dijo. Pero debo confesar, para ser sincero, que no me gustó nada cuando expresó que la lucha armada era cosa del pasado. No me pareció una formulación feliz, sobre todo tomando en cuenta que su auditorio no era el de viejos nostálgicos que recordaban los años ’60 (aunque también había ese tipo de público) sino jóvenes que comenzaban a realizar sus primeras experiencias políticas luego de la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre de 2001. Jóvenes que hoy piensan cómo organizar fuerzas sociales revolucionarias en Argentina. Muchas veces, corrientes reformistas o populistas, mayoritariamente institucionalistas e incluso cooptadas por el Estado y los partidos burgueses, nos han replicado en Argentina «lo de ustedes está bien, pero es romántico, viejo y antiguo, acuérdense de lo que dijo Fidel cuando vino…». Esa formulación desafortunada de Fidel, poco justificada y hasta incomprensible si la analizamos desde la óptica de los movimientos populares (no desde la lógica estatal de la diplomacia o la razón de Estado), sirvió para legitimar al gobierno de Kirchner y también para impugnar cualquier opción de cambios de fondo, radicales y revolucionarios, en nuestro continente. Aun siendo absolutamente defensores de la revolución cubana, con la cabeza y con el corazón, con la militancia y con las ideas, en los libros y en la militancia de la vida cotidiana, esa formulación de Fidel no nos ayudó ni nos ayuda.
¿Acaso desapareció la salvaje política de «seguridad» (léase represión) de las burguesías criollas (burguesías lúmpenes las denominaban Ruy Mauro Marini y André Gunder Frank) en América Latina? ¿Ya no hay violencia de arriba contra nuestros pueblos en nuestro continente? ¿Se puede cambiar el mundo sin revolución (como propone por ahí John Holloway…)? ¿Puede haber acaso revolución sin confrontación social, sin ejercicio de la fuerza material y sin grandes choques de clase? ¿Se puede recuperar para el pueblo lo que las burguesías y el imperialismo históricamente le expropiaron sin enfrentar por todos los medios posibles al Estado burgués y sus instituciones de represión?
Las respuestas, a mi modo de comprender, no son positivas, sino todo lo contrario. ¡Sin revolución no podremos expropiar a los grandes ricachones, resistir al imperialismo, defender nuestros recursos naturales y sociales, hacer respetar a nuestras patrias ni construir el socialismo! Recuerdo y traigo a colación el testimonio del embajador norteamericano -hombre siniestro de la CIA- en el reciente documental Salvador Allende. Recordando lo que sucedió en Chile, este cínico agente de la CIA en Santiago, organizador y ejecutor del nacimiento a sangre y fuego del neoliberalismo a escala mundial en septiembre de 1973, declaró ante las cámaras de ese conocido documental lo siguiente (cito de memoria): «Ninguna clase social se suicida. ¿Qué querían inventar? Esto ya lo demostró Lenin». Como dicen los abogados: a confesión de parte, relevo de pruebas. Si los imperialistas lo reconocen…
Fidel lo sabe mejor que nadie. Basta consultar sus formidables discursos tras la muerte de su entrañable amigo y compañero Salvador Allende… ¿no vamos a aprender nada de aquella experiencia? Hoy en Bolivia, en Venezuela, en Colombia y en varios otros países vuelve a plantearse de manea urgente el problema. Nuevamente proliferan las ilusiones sobre la supuesta «neutralidad profesional de las Fuerzas Armadas» en Bolivia y en otros países. Es cierto, nunca se repite la historia, pero debemos aprender de ella.
En tercer lugar, se alega que «ya no hay condiciones para la lucha armada». ¿Es cierto esto? Quizás pudo haber sido cierto en los años 90, cuando proliferaba y reinaba el neoliberalismo más furioso y agresivo (aun así en aquellos años -1994, si no recuerdo mal, apenas cinco años después de la caída del muro de Berlín- los zapatistas patearon el tablero, fusil en mano, y comenzaron a desmontar la euforia neoliberal, acompañando de este modo la persistencia irreverente y por entonces solitaria de la insurgencia colombiana). Pero en el siglo XXI queda claro que la situación ha cambiado. No se puede ocultar. Hoy hay un giro hacia la izquierda en todo el continente. Ya no estamos en los 90. Por el lado revolucionario o por el lado reformista, los «neoliberales clásicos» retroceden. Gracias al comandante Hugo Chávez y la revolución bolivariana, hoy se vuelve a discutir el socialismo (palabra prohibida en los 90…) en la agenda latinoamericana. Hoy hay nuevas generaciones que van para adelante, dejando atrás el pesimismo y la resignación de los 90. Además actualmente el imperialismo sufre una crisis tremenda, lejos estamos de la euforia de Francis Fukuyama que vaticinaba el reinado indiscutido y eterno de los EEUU.
¿Por qué decir entonces que «no hay condiciones»? ¿Por qué seguir repitiendo un latiguillo de los años 90 cuando la situación cambió de forma tan notable? Solo se podría explicar por la lógica diplomática y la razón de estado. ¡Pero es que el mismo Fidel ha sido el gran maestro que nos enseñó a despreciar esa lógica impulsando el internacionalismo militante en las épocas más oscuras! ¡De él y del Che lo hemos aprendido! ¿Por qué abandonarlo y subordinarse a la razón de estado y las conveniencias geopolíticas o diplomáticas?
Incluso, pienso, si no hubiera condiciones… ¿no habría que intentar crearlas? ¿No fue la revolución cubana la gran maestra que nos enseñó que no debemos arrodillarnos ante el culto ciego y fanático de «las condiciones objetivas» (tan cultivadas por los manuales del marxismo ortodoxo de la antigua Unión Soviética, cuestionados ácida y más que justamente por Fidel y el Che)?
En cuarto lugar, emerge la cuestión de la hegemonía. A esta altura de la historia, ya está bien claro que el capitalismo no se cae solo. ¡Basta ya de catastrofismo determinista y economicista! Por más crisis económica que haya (incluso ante una crisis tremenda como la actual, sólo comparable con la de 1929), el sistema del capitalismo no se derrumba si no hay organización, construcción de fuerza social y empuje popular que lo voltee y lo tumbe. La teoría de la hegemonía de Antonio Gramsci nos resulta de una actualidad abrumadora. Ganar mentes, corazones y espíritus -es decir, dar la batalla en el terreno de la subjetividad popular- es la gran tarea. Fidel lo ha comprendido de manera clara y diáfana. Es un maestro. Lo denomina con la terminología de José Martí, batalla de las ideas. Es la lucha por la hegemonía. Está muy bien. Nada más urgente en la época de la imagen y los grandes multimedias de la (in)comunicación.
Ahora bien. La batalla de ideas y la lucha por la hegemonía, urgentes, impostergables, insustituibles, no excluyen ni cancelan la violencia revolucionaria. Antonio Gramsci era muy claro cuando nos enseña que hegemonía es la combinación de consenso y violencia. Nunca hay consenso puro, como tampoco existe violencia pura. Siempre hay una combinación de ambos. Ni el régimen más despótico (pensemos en Pinochet o Videla) desestimó la construcción del consenso. Ni los regímenes más «pacíficos» (pensemos en Suecia o Noruega, paraísos añorados por todo socialdemócrata que se precie de tal) cancelan la violencia. ¿El político socialdemócrata y pacifista Olof Palme falleció de muerte natural? ¿En Francia no hay servicios de inteligencia? ¿No hay policía en Alemania ni grupos de choque antidisturbios? ¿En el estado español no se tortura y no se reprimen las manifestaciones?
Todo proyecto revolucionario en nuestra América debe combinar la batalla de las ideas, la lucha por la nueva hegemonía, la creación de consenso con la estrategia de confrontación y el manejo de todas las formas (actuales o potenciales según el país) de lucha. Prepararse en todos los terrenos es la gran tarea del momento.
En cuarto lugar, se habla de la insurgencia colombiana y se le aconseja que la lucha armada ya no tendría vigencia. Eso fue lo primero que dijo Fidel. Respondiendo a las críticas que recibió, aclaró más tarde que no deberían entregar las armas, aunque la idea en cierto modo rondaba la polémica, por eso tuvo que aclarar, sino no hubiera hecho falta.
Preguntémonos entonces: ¿deberían entregar las armas? ¿A nombre de qué? ¿Las guerrillas deben rendirse? ¿Es que acaso ya hay garantías democráticas, participación popular, nivel de vida digno para los humildes, respeto a la mujer, defensa del medio ambiente y soberanía completa para el pueblo colombiano? ¿Se acabaron los paramilitares? ¿Ya no hay presos políticos en Colombia? ¿Todos los torturadores, violadores y asesinos de la motosierra han sido juzgados y encarcelados?
¿Por qué exigirle a la guerrilla que se arrodille sin condiciones? ¿Nos olvidamos de los 5000 asesinados de la Unión Patriótica, cuando las FARC intentaron una salida política y los aniquilaron como moscas ante el silencio cómplice de gran parte del progresismo ilustrado y bienpensante? ¿Alguien le pide al ejército colombiano, por ejemplo, que deposite todas sus armas en una plaza de Bogotá? Cualquier persona con sentido común lo vería como un despropósito. ¿No es cierto?
La legitimidad de la insurgencia colombiana no se puede anular por decreto. Además, la mejor manera de que los yanquis no enfoquen toda su energía represiva y contrarrevolucionaria sobre el heroico pueblo cubano que tan valientemente ha resistido durante tantos años al bloqueo, es que se mantengan las actuales resistencias antimperialistas (Colombia, Palestina, Irak, Afganistan) y surjan incluso nuevas resistencias. Que la insurgencia colombiana -especialmente las FARC- siga existiendo y desarrollándose es la mejor garantía para que la Venezuela bolivariana no sea cercada por el títere del los yanquis Uribe y así pueda profundizar su proceso. Que sigan existiendo las FARC es la mejor garantía para que los yanquis tengan que dispersar sus fuerzas ayudando de este modo a que la Cuba de Fidel se mantenga firme sin ceder un milímetro, como siempre lo ha hecho. Esa era precisamente la estrategia del Che en su «Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental»: multiplicar las luchas para dispersar la fuerza del enemigo. Hoy no es Vietnam sino Colombia, Palestina, Irak, el país vasco y Afganistán. La estrategia del Che sigue siendo actual y pertinente, adaptada a nuestra coyuntura.
¡La mejor defensa de Cuba hoy pasa por la continuidad de las luchas sociales radicales, sindicales, campesinas, estudiantiles y político-militares, contra el capitalismo y el imperialismo en toda América Latina, incluida la resistencia armada de los guerrilleros y las guerrilleras colombianas! Flaco y delgado favor le harían a Cuba si las FARC abandonaran la lucha armada, según mi modesta opinión.
En quinto lugar, considero un error -producto de toda exageración que suele acompañar a las polémicas- contraponer las virtudes de Marulanda por sobre el Che, como por momentos deja sugerir uno de los escritos de Petras. ¿Hay que elegir entre uno y otro? Sinceramente no lo creo. Ernesto Guevara y Manuel Marulanda son dos de los grandes símbolos de lo mejor que produjo nuestro continente. La juventud de todo el mundo (incluida la cubana y la argentina) debería aprender de ambos, no de uno u otro. Fidel es también otro de esos maestros, aunque se pueda disentir fraternal y respetuosamente con él en una opinión puntual.
El gobierno colombiano vaticina el ocaso definitivo de las FARC. ¿Es realista ese diagnóstico?
Reitero que no soy colombiano y que tampoco aspiro a ser un inspector de otras realidades. Sin embargo, por lo poco que conozco, esos vaticinios triunfalistas ya son habituales y hasta «folclóricos» en Colombia, donde diversos gobiernos anunciaron la muerte de Marulanda una cantidad innumerable de veces, durante décadas, muchísimo antes de su reciente fallecimiento. Esos vaticinios dan risa y provocan la sonrisa. Lo mismo hacía el tirano Somoza, poco antes de ser derrocado por la insurgencia sandinista. Somoza decía «son unos forajidos, ya los tenemos derrotados» escaso tiempo antes de caer. Yo no compraría «carne podrida», como suelen decir los periodistas en Argentina (esto es: información falsa carente de veracidad). La derrota terminal, ocaso final y disolución de la guerrilla de las FARC tiene más que ver con los deseos de los narco guerreristas y toda la política mafiosa de un gobierno ilegítimo (cuestionado por la Corte Suprema de la justicia colombiana) que con la verdad histórica. En cuanto a la delirante y macartista acusación del gobierno colombiano y de su patrón yanqui, quienes acusan a las FARC de ser un grupo «terrorista» me limito a recordar el análisis del libro del brillante intelectual estadounidense Noam Chomsky Estados canallas (editorial Paidos) quien demuestra en forma contundente y demoledora que las FARC no son terroristas, narcos ni nada parecido.
¿La crisis financiera del capitalismo coincide con el fin de las FARC?
La crisis financiera recién comienza. Es más que probable que se profundice. Hasta los periódicos más conservadores y neoliberales así lo vaticinan. Nada tiene que ver ese fenómeno del capitalismo con una supuesta derrota de las rebeliones y rebeldías populares, incluyendo dentro de estas últimas la lucha de la insurgencia colombiana de las FARC. Mientras que el capitalismo está en crisis, las rebeldías aumentan y crecen, acompañadas de nuevos sujetos sociales que comienzan a luchar (el caso de los indígenas colombianos es muy expresivo en este sentido). Por lo tanto, esa supuesta coincidencia no es tal, desde mi punto de vista.
Algunos sectores de la izquierda consideran que las FARC deben terminar con la lucha armada y entregar a todos los prisioneros de guerra sin condiciones. ¿Qué opina al respecto?
Lo deseable sería que todos los seres humanos vivieran en el planeta Tierra de manera armoniosa y pacífica. ¿Quién puede desear lo contrario? Sólo un loco o un perverso. Pero lamentablemente vivimos desde hace milenios en sociedades divididas en clases sociales, con explotadores y explotados, con gente que ejerce el poder y gente que se resiste. Mientras existan clases sociales antagónicas habrá contradicciones y confrontaciones, habrá luchas de clases. La modalidad más alta de esas confrontaciones sociales, según Antonio Gramsci, son las guerras civiles. Lenin -disculpas por citar a alguien tan vigente y tan demonizado… pero ya es hora de comenzar a recuperar todo lo que perdimos en el terreno teórico durante los últimos 25 años- consideraba que las guerras civiles se desarrollan no entre unos pocos locos sueltos, de un lado, y todo el pueblo del otro lado, sino entre dos partes del pueblo. Las guerras civiles de verdad, no la de los pizarrones y los libros de epopeya o las películas de Hollywood, se despliegan y tienen lugar entre dos partes del pueblo. En esas guerras, en esas confrontaciones de clases, en esas luchas de clases aparece el problema de los prisioneros. No puede apelarse a un falso e hipócrita humanitarismo estilo de la ONU o el Vaticano, poniendo en un lado a «víctimas inocentes y virtuosas» y en el otro lado, a «guerrilleros monstruosos» representantes del «eje del mal». Esa imagen macartista y maniquea que lamentablemente han logrado instalar muchos monopolios de (in)comunicación resulta insoportable y sinceramente provoca nauseas.
Además, en mi país todo el mundo comentó que cuando apareció ante los medios de comunicación la señora Ingrid Betancourt aparecía rozagante y luminosa. Nada tenía que ver la propaganda de una mujer maltratada, al borde la muerte. Parece que mal no la trataban los insurgentes para que apareciera de la noche a la mañana casi como una modelo televisiva. ¿no es cierto? Eso me lo comentó mucha gente en Argentina, incluso gente que no es de izquierda ni simpatiza con el socialismo. Se trata de una evidencia de sentido común.
Entonces, el problema de los prisioneros y las prisioneras debe analizarse desde el ángulo de la lucha de clases del pueblo contra los explotadores, eludiendo el falso atajo de la CNN y otras agencias similares que manipulan la verdad y construyen lo que ellos quieren para convencer a millones.
Nunca entendí porqué las FARC deberían entregar a los prisioneros militares (colombianos o yanquis que hoy participan y actúan en la guerra civil colombiana) a cambio de… ¡nada!. ¿De nada? ¿No hay prisioneros insurgentes en las cárceles de Colombia? ¿Nadie se enteró que hay más de medio millar de combatientes presos en las peores condiciones inimaginables? El propio gobierno de Uribe se vanagloria públicamente de haber apresado durante su primer gobierno nada menos que 150.000 (ciento cincuenta mil) civiles, muchos de ellos acusados de supuestos «vínculos con las FARC». ¿Por qué nadie habló durante la crisis del caso Betancourt de las presas políticas del pueblo violadas en las mazmorras del régimen de Uribe? Hubo muchas misas hipócritas (a una de ellas asistió la presidente argentina Cristina Kirchner, dicho sea de paso…). Misas y velas que pedían la libertad de un solo bando. ¿El humanitarismo ve de un solo ojo? ¿Es un humanitarismo tuerto? ¿Por qué no hacían misas por las prisioneras políticas torturadas y violadas? ¿No existen? Eso sólo se explica por la hipocresía de una moral burguesa (falsamente religiosa) que, repito, sencillamente da nauseas y ganas de vomitar.
Muchos movimientos actuales plantean siempre la unidad. ¿Cuáles serían en su opinión los pasos prácticos hacia ese objetivo?
La unidad es impostergable. Pero no unidad con los poderosos, no unidad con la burguesía, sino unidad de las rebeldías, unidad de la izquierda social, la izquierda política y la izquierda insurgente. Las tres son dimensiones de una misma batalla antimperialista y anticapitalista. Los pasos concretos podrían ser construir una agenda mínima de movilizaciones a nivel continental contra el imperialismo, por la defensa de los recursos naturales, por la defensa de los presos políticos del pueblo. Unidad concreta entre las coordinaciones de la Vía Campesina, la Coordinadora Continental Boliviana, el Encuentro Cono Sur y otras experiencias de articulación a nivel latinoamericano.
Desde la Coordinadora Continental Boliviana existe una propuesta de crear el Movimiento Bolivariano. ¿Cómo valora esa iniciativa?
Creo que es una propuesta interesante. Puede ayudar a confluir en el gran torrente de la lucha contra los poderosos del norte, porque el nuevo gobierno de Obama continuará aplastando y dominando a nuestros pueblos. Debemos prepararnos para enfrentar a un imperio con cara «multicultural», presidente negro, generales gays, torturadoras mujeres… Construir un movimiento bolivariano donde converjan diversas rebeldías puede ser un paso importante hacia la unidad antimperialista continental.
¿Qué opina de constituir el 26 de marzo como día universal del derecho a la rebelión armada?
Si no estoy mal informado esa fecha ha sido elegida por la muerte del comandante Manuel Marulanda Velez. Creo que es una buena elección. Recordemos que el 8 de marzo fue elegido por la revolucionaria comunista Clara Zetkin como día universal de la mujer. Tal esta nueva fecha se transforme con el tiempo en una fecha emblemática…
¿Que le dicen estos tres nombres: Bolívar, Marulanda y Che?
Los tres sintetizan la historia de nuestra América. Bolívar, junto a San Martin, Tupac Amaru, Bartolina Sisa y Toussaint de Louverture, sin olvidarnos de Artigas, Mariano Moreno ni de Manuel Rodriguez, entre muchísimos otros, expresa el momento de la primera independencia americana. El Che sintetizó el momento más alto, a nivel mundial, de la rebelión por la segunda independencia. Manuel Marulanda, tan demonizado, tan injustamente «olvidado», pero al mismo tiempo tan admirado por sus compañeros y compañeras, es el nombre que sintetizó la continuidad de la lucha revolucionaria del Che en tiempos de neoliberalismo, posmodernismo, socialdemocracia y contrainsurgencia «democrática». Todos esos nombres son grandes maestros, espejos donde deberían mirarse las nuevas generaciones de jóvenes rebeldes. ¡Ninguno de ellos ha muerto! Todos están vivos, nos acompañan día a día en las nuevas rebeliones del siglo XXI por la Patria grande, la lucha antimperialista, el hombre nuevo, la mujer nueva y el socialismo.