Una muy buena nota publicada en BITÁCORA («Vidas breves: Arthur Rimbaud», por Andrés Hax) me trajo un tropel de recuerdos desde la lejana adolescencia de uno de mis grandes amores en la poesía. Este adolescente terrible primero me sorprendió, después me deslumbró y me hizo sentir hasta qué límites puede llegar la poesía. Una sensación […]
Una muy buena nota publicada en BITÁCORA («Vidas breves: Arthur Rimbaud», por Andrés Hax) me trajo un tropel de recuerdos desde la lejana adolescencia de uno de mis grandes amores en la poesía. Este adolescente terrible primero me sorprendió, después me deslumbró y me hizo sentir hasta qué límites puede llegar la poesía. Una sensación similar me envolvió, en aquellos tiempos, tras la primera lectura de los «20 poemas de amor y una canción desesperada» de Neruda, que mucho tiene que ver con esta historia, como veremos.
En las clases de literatura del Lycée Français (donde cursé desde el jardín de infantes, en Soriano 974, hasta el equivalente a 3er. año de Secundaria, en 18 de Julio al lado de la Biblioteca Nacional) conocimos dos poemas de Rimbaud, de los más clásicos. Uno es un hermoso soneto titulado «Le Buffet» (El aparador) y se refiere a un mueble de roble de grandes puertas negras que quiere contar viejas historias. El otro se llama «Les Effarés» (los sorprendidos, los espantados) en el que se conmueve ante cinco niños pobres, muertos de frío, que miran por un tragaluz a un panadero sacando el pan del horno. Al final del primer terceto escribe que los niños tienen «leurs culs en rond», pero la versión expurgada que nos daban a conocer decía «leurs dos en rond» (sustituían el culo por la espalda, de una sílaba cada uno en francés). No es el único caso, por cierto. Yo recibí de regalo de fin de año el Gargantua de Rabelais en una edición preciosa ilustrada, pero con un texto que había depurado cuidadosamente el lenguaje desenfadado, procaz y jocundo del monje benedictino (además médico y profesor de anatomía), como pudo comprobarlo años más tarde con la lectura del original de esta obra estupenda. También leíamos, de Rimbaud, el famoso soneto titulado «Voyelles» (Vocales), en que de manera original define cada una de las vocales por su forma y con un color. Otro de sus poemas, «Bal des pendus» (Baile de los ahorcados), de fuerte acento macabro, guarda reminiscencias de la «Ballade des pendus» de François Villon.
Rimbaud aparecía también (junto con Verlaine) en versitos que dedicábamos en broma a los profesores en las fiestas de fin de año. Uno de ellos decía, en rima chueca: «Rimbaud, Rimbaud, je t’aime. Étudiez bien Verlaine. Car il n’est rien de tel que ses poèmes…» (Rimbaud, te amo. Estudien bien a Verlaine. Porque no hay nada como sus poemas).
En 1969 asistí en Santiago de Chile a un Congreso del Partido Comunista que contribuyó en medida apreciable a definir la candidatura presidencial de Salvador Allende por la Unidad Popular. En su transcurso, nuestro querido compañero Volodía Teitelboim nos invitó a un grupo (René Piquet, secretario de Organización del PC francés, el venezolano Pompeyo Márquez, entre otros) a visitar a Neruda en su casa en Isla Negra (que no es ni isla ni negra, como dice el poeta), camino a Valparaíso. Neruda, junto con Matilde, nos mostró algunos poemas que estaba escribiendo, con tinta verde, y nos llevó a la biblioteca. En el pasadizo que conduce a la misma hay algunos retratos y daguerrotipos de sus poetas predilectos, entre los que se destaca el de Rimbaud, con su estampa inconfundible. Nos habló de él, más que con admiración, con un sentimiento de afecto entrañable. Comentamos el poema «Le dormeur du val» que se refiere a un comunero muerto (de la Comuna de París de 1871). Pero hay algo más.
Un par de décadas después, cuando se realizó en París el Congreso Marx Internacional (Actuel Marx), al que concurrí con José Luis Massera, conseguí una edición espléndida de las Obras Completas de Rimbaud, presentada, anotada y con una extensa Introducción de Antoine Adam, ediciones de La Pléiade, Nouvelle Revue Française. Ahí está absolutamente todo: su producción completa, línea por línea, incluidas composiciones escolares en latín; las obras que le son atribuidas; una vastísima correspondencia (escrita por él y a él dirigida, más cartas y documentos de su madre Vitalie -una beata insípida- y de su hermana Isabelle, incluso páginas de un Diario de la primera, que llegan hasta la amputación de la pierna y la muerte de Arthur en Marsella el 10 de noviembre de 1891); una profusión de notas exhaustiva al extremo, para un total de 1250 páginas en papel biblia.
Aquí hice un descubrimiento, dos en realidad, que le comuniqué al amigo Volodia para su biografía de Neruda. En la página 421, entre los documentos, hay un recibo firmado por Rimbaud el 27 de junio de 1886 por 150 thalers como saldo de 10 fusiles a él entregados. Y en la página 1131, que corresponde a la sección Notices, Notes et variantes, se lee respecto a ese documento: «Original de los fondos Neruda, de la Universidad de Santiago de Chile. Publicado en la Revue des Sciences Humaines, Lille, 1962, p. 72. Esto se refiere a la época en que Rimbaud había abandonado por completo su brevísima incursión en el campo de la poesía y se dedicaba al tráfico de armas, municiones, café, especies y marfil en Aden, Abisinia, El Cairo y el cuerno de África.
En la página 789 se incluye una extensa carta de la madre de Rimbaud a su hija Isabelle, del 25 de diciembre de 1898. En la nota respectiva de la página 1204 puede leerse: «Autógrafo donado por Pablo Neruda al Centro de Poesía de la Universidad de Santiago de Chile. Publicado en la Revue des Sciences Sociales de Lille, enero-marzo 1962, p. 75, con abundantes notas».
Como se sabe una de las obras maestras de Rimbaud es Les Illuminations, que ha inspirado composiciones de todo tipo, literarias y musicales, entre las que descuella el poema sinfónico del británico Benjamin Britten, con ese nombre. Entre nosotros lo cantó en su época Virginia Castro. A fines del año 2004, la embajada de Francia en nuestro país organizó un recital en el Museo Blanes de la Avenida Millán bajo el título «Iluminaciones» en homenaje a los 150 años del nacimiento de Rimbaud (20 de octubre 1854). Actuaron Estela Medina y Levón, de la Comedia Nacional, bajo la dirección de Taco Larreta. La parte musical correspondía al citado poema sinfónico de Britten, y he podido reconstituir la letra de las canciones a través del texto, pero en orden salteado. Así, las secciones VIII, I, IIIb, VII, IV, IIIa, II y V corresponden sucesivamente, en la edición citada, a las páginas 126 las dos primeras, 127 a las dos siguientes, luego a las 129-130, a la 132, a las 135-136 y por último a la 142. Falta la VI, que corresponde a otro texto. Nada menos que al tanto veces citado de la «ardiente paciencia» de «Une saison en enfer» (Una temporada en el infierno) que dice: «Et à l’aurore, armés d’une ardente patience, nous entrerons aux splendides villes» ( Y en la aurora, armados de una ardiente paciencia, entraremos a las espléndidas ciudades). La primera citada, la VIII, es la que termina: «J’ai seul la clef de cette parade sauvage (Solo yo tengo la llave de este desfile salvaje). Un par de páginas antes, en ese mismo texto, se habla de «la naissance du travail nouveau» (el nacimiento del nuevo trabajo). En Les Illuminations menciona a quienes «ont chanté la joie du travail nouveau» (cantaron la alegría del nuevo trabajo). Eran los tiempos de la Comuna de París. En páginas sueltas reunidas bajo el título de Album zutique se encuentra una invocación «Au glorieux 18 MARS», el día de proclamación de la Comuna de París en 1871.
Otras frases de Les Illumination han adquirido una quemante actualidad. Como ésta: «Voici le temps des Assassins» (He aquí el tiempo de los Asesinos), que reaparece ante todas las aventuras belicistas de estos tiempos. En otro lugar menciona «les horreurs économiques», que sirvió precisamente de título a la obra de Viviane Forrester «El horror económico». Ese texto se denomina «Soir historique» (noche histórica) y los comentarios al respecto aluden «au grand soir des révolutionnaires» (la gran noche de los revolucionarios).
En el acto inaugural del encuentro «¿Qué hacer por amor al arte», efectuado el 17 de setiembre de 1988, en el que hablaron Atahualpa del Cioppo, Ruben Yáñez, el poeta y periodista argentino Juan Gelman, Mario Delgado Aparaín, Washington Benavides y Rodney Arismendi, este último dedicó un párrafo significativo a Rimbaud. Su discurso está incluido en el libro «Sobre la enseñanza, la literatura y el arte», que vale la pena releer ahora, por su amplitud de espíritu y pensamiento sin dogmas. Ahí dice Arismendi que amaba a Rimbaud desde su adolescencia, que su poesía es «un vértice de la genialidad» y expone su preferencia por Une saison en enfer» y por «Le bateau ivre» (El barco ebrio), obra en que Rimbaud rompió todas las amarras y se muestra obsesionado «por el sueño de una humanidad liberada de las viejas servidumbres». Arismendi no menciona Les Illuminations y sí destaca por otra parte el famoso soneto «Le dormeur du val (El durmiente del valle), dedicado a un comunero muerto (no fusilado). El verso final, a menudo recordado, es: «Il a deux trous rouges au côté droit» (Tiene dos agujeros rojos del lado derecho).
En su genialidad, Rimbaud es probablemente todo eso junto: un precursor del surrealismo avant la lettre, de asombrosa precocidad, conmovido por la Comuna, acusador de sus detractores (hay versos zahirientes contra Thiers), un renovador de la poesía que ensanchó sus márgenes y la llevó hasta sus límites.