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Roque Dalton, los guanacos y la vida de un viajero

Fuentes: Rebelión

  «Patria idéntica a ti misma,pasan los años y no rejuvenecesdeberían dar premios de resistencia por ser salvadoreño…»Roque Dalton   A Planetas que brilla en el cielo salvadoreño         Las tres niñas sentadas al fondo del camión de pasajeros cargan dos gallinas vivas en una bolsa de mandado. Cansadas de viajar de […]

 

«Patria idéntica a ti misma,
pasan los años y no rejuveneces
deberían dar premios de resistencia por ser salvadoreño…»
Roque Dalton

 

A Planetas que brilla en el cielo salvadoreño

 

 

 

 

Las tres niñas sentadas al fondo del camión de pasajeros cargan dos gallinas vivas en una bolsa de mandado. Cansadas de viajar de comunidad en comunidad, de Cantón en Cantón, Teresa, Lucía y Pedrina ya no hallan como vender los dos últimos animales que criaron con su familia en Tejutepeque, departamento de Cabañas, en El Salvador.

El arduo día de trabajo las venció y van soñolientas queriendo persuadir a quienes abordan el transporte en el que viajan rumbo al norte. Ya no hay ganas y, por lo tanto, tampoco resultados.

Las cipotas, como llaman a las niñas en este país, no son las únicas que buscan ganarse la vida con la venta de lo poco que posee la gente pobre de las ciudades y del campo salvadoreño. Hay, en cada estación de autobuses, un enjambre de vendedores ambulantes que corren de un lugar a otro para ganarse unos dólares o de menos unas «coras», esperanzados en que vengan días mejores para ahorrar lo necesario y comprar un boleto del Puerto Bus e irse a «la gran puta» Estados Unidos.

En la último tramo del trayecto hacia la cabecera municipal del departamento más pobre de El Salvador, el chofer de la ruta 122, agobiado por el traqueteo, el sonido estridente del motor, la contaminación que genera y respira, y la necesidad de ganarle a los demás motoristas para echarse más «pisto» a la bolsa y poder pagarle al dueño del transporte y así salir con un poquito para comer tanto él como los suyos, prende su radio a todo volumen. Las cumbias rebotan en las esquinas y en los oídos de los pasajeros. Se alegra la tarde en medio de un calor húmedo asfixiante aunque también se contagia el estrés por llegar más rápido, sabrá dios a dónde, con el corazón alegre y agitado.

El camión ruge en su veloz carrera al centro de Sensuntepeque, también en Cabañas, destino desafiante para cientos de personas que semana a semana viajan desde los poblados, caceríos y cantones de las zonas occidental, central y oriental del departamento para ganarse la vida con la venta de los frutos de la época, agua embotellada, semillas secas, refrescos y hasta cápsulas «mágicas» para mitigar el hambre.

No hace falta la descripción de la forma tan elocuente y convencedora de aquellas mujeres, niñas en el mayor de los casos, para persuadir a los viajeros y venderles sus productos. Es una necesidad vital, digamos las tareas de sobrevivencia en la nación más pobre de América Latina. Se usan los autobuses como virtuales mercados, pero no es lo único. Aquí, la imaginación va acompañada de la penuria y todo es posible…

Ya no cabe ni una persona más en el autobús viejo y destartalado. Tampoco más gallinas. El conductor frena y anuncia el arribo. La pequeña ciudad se agiganta con los cientos y cientos de personas que llegan para ofrecer sus «volados» en las calles, en las casas, en donde sea.

 

El Salvador y Dalton en el siglo XXI

 

El Salvador es el país con la mayor dependencia económica de los Estados Unidos en el continente. De hecho, es el primer país prácticamente dolarizado desde el año 2000 y la mayoría de los productos de consumo productivo y doméstico se importan desde los centros mercantiles de la Unión Americana.

También es el que exporta la mayoría de lo que produce en las fábricas de sudor y sangre, las maquiladoras, en un 59 por ciento del total de productos elaborados, para las ciudades estadunidenses (Burgos, Borys Efraín, Gestiopolis consultores 2004), así como los miles y miles de salvadoreños que dejan sus lugares de origen para alcanzar «la pesadilla americana», como le dicen los que se quedan y rehuyen al sueño guajiro «de una vida mejor» en los States.

El nivel de desempleo es dramático. En el estudio Panorama Laboral del 2004 de la Oficina Internacional del Trabajo (OIT) se explica que El Salvador es el único país que sufrió aumento del desempleo a niveles por arriba de lo tolerable, afectando fundamentalmente a los jóvenes y a las mujeres. Las cifras se dispararon en un 6.6 o 6.5 por ciento, al tiempo que el Producto Interno Bruto se estancó ubicándose en 1.7 por ciento de crecimiento, el más bajo de la región centroamericana.

Con una proyección cuarenta años atrás, estos datos referidos son verdaderamente alarmantes. El escritor Roque Dalton escribió en su libro El Salvador, Monografía que en la década de los sesenta la mayoría de la población, «el 60 por ciento, se dedicaba a la agricultura local y para exportar y el 20 por ciento pertenecía a las masas trabajadoras», con un total de 80 por ciento de campesinos y de mano de obra en la industria. Hoy el campo está devastado y la industria local pulverizada.

La mayoría de la gente dejó de producir en las tierras para emigrar e integrarse a las filas del empleo informal, y otras –la mayoría– emigran a otros países, especialmente a Estados Unidos. Durante la década de los 90 hasta el año 2002 la emigración creció y llegó a 2.5 millones de salvadoreños que viven en los estados de la Unión Americana. La población actual en el país es de alrededor 6 millones de personas, es decir, más de una cuarta parte de la población dejó el país. (Ministerio de Relaciones Exteriores, Informe sobre desarrollo humano, El Salvador, 2003)

Desde 1985 hasta el 2003, la crisis en el campo alcanzó la categoría de «irreversibilidad» luego de la crisis internacional del café, la desaparición del algodón y la perdida de la rentabilidad de las exportaciones del azúcar. Tan sólo en el 2003 el desempleo generado en el sector cafetalero, el principal en El Salvador, se disparó en un 73 por ciento (Ídem).

En conclusión, las condiciones de vida en El Salvador son peores que hace 40 años con la agravante de experimentar una progresiva desarticulación de las cadenas productivas nacionales, la proliferación de la violencia y las altas cifras de marginación.

«El drama social de gigantescas proporciones» que analizaba Roque Dalton sobrepasa la imaginación en la actualidad. Las condiciones estructurales de polarización social en las cuales vivió el escritor y poeta se mantienen con nuevos elementos de disolución social y económica.

El autor de las Historia prohibidas del pulgarcito alertó ya en los años 70 sobre esta situación. En sus ensayos y poemas reflejaba la realidad y sus tendencias, por lo que hizo un llamado a buscar por todas las formas posibles un cambio profundo. Vinieron los años de la guerra y con ella la participación más comprometida y militante de Roque.

En la actualidad, el pensamiento de él está vivo en la gente salvadoreña, principalmente entre quienes lo conocieron y compartieron sus sueños.

Antonio Pacheco, Francisco Montes, nombre de combate en la época de la Revolución, habla sobre la vigencia de los ideales de Roque: «Francamente hace treinta años había pobreza, pero ahora hay tres veces más pobreza, o sea que las condiciones objetivas contra las que Roque Dalton luchó, continúan».

«La lucha en este momento es mucho más válida que en aquellos años, hay más miseria y más sufrimiento para las mayorías de este país, un ejemplo de esto es que prácticamente el 80 por ciento de la población está tirada al comercio informal y aquel que no actúa en el comercio informal y que tampoco tiene la oportunidad de entrar a la economía formal pues la única alternativa que le queda es irse a Estados Unidos, o sea tratar de buscar formas de vivir allí; día a día salen muchos jóvenes y esto es un síntoma de que no estamos bien, estamos mal, no hay futuro para la juventud ni para los niños».

La entrega total de Roque a la Revolución, sus críticas agudas y necesarias a la izquierda dogmática que se materializaron en El libro rojo para Lenin, la sensibilidad de recordarle a todo el mundo que «la poesía no está hecha solamente de palabras», la solidaridad y el amor a sus compatriotas que «murieron de paludismo…, los eternos indocumentados…, los tristes más tristes del mundo…», la vinculación de un intelectual y un guerrillero que paradójicamente hacía la guerra para alcanzar la paz, son ejemplos vivos en la memoria histórica de los guanacos, salvadoreños.

Tres fueron las obras que a decir de algunos compañeros que siguieron su estela, son las que sintetizan su pensamiento. Son Pobrecito poeta que era yo, El libro rojo para Lenin y las Historias prohibidas del Pulgarcito. En el primero de destaca al «tipo culto», sujeto de interpretación propia, un vínculo con la intelectualidad nacional y latinoamericana. En el texto pone en evidencia la cultura que se crea y se recrea en el contexto histórico concreto, su vida que se refleja en su obra, las consecuencias de su pensar y de su actuar.

En el segundo refleja el debate en el seno de la izquierda salvadoreña y sus críticas agudas al Partido Comunista. Chico Montes comenta: «En el caso de Roque Dalton es un hombre, un intelectual que, pese a ver pasado el tiempo, su pensamiento político es fresco. Uno lee sus obras y se da cuenta que en este momento hay una coincidencia muy marcada en relación a los dogmas y las maneras de ver la realidad que él realmente criticó y que en este momento se siguen reproduciendo en mucha gente que se define de izquierda. Si Roque estuviera vivo volvería a criticar esas formas de percibir la realidad cuadra, dogmática».

«Él escribe un libro muy interesante que presentó en Casa de las Américas del cual obtuvo un premio, se llama El libro rojo para Lenin, en este caso hace referencia al Partido Comunistas Salvadoreño, pero también a los comunistas a nivel mundial, sus observaciones de criticar a las posiciones ciegas de no aceptar otras posiciones en el seno de las luchas de emancipación».

Y por último, Las historia prohibidas del Pulgarcito que refleja la forma de vida en El Salvador, la identidad salvadoreña y su ideosincracia. Roque supo ser pulso del tiempo, describir su cultura y los anhelos de su pueblo, supo ser eso: pueblo.

 

Un poema de amor

 

Roque Dalton se hizo en las letras y la militancia política universitaria. Estudió en Chile, México y El Salvador las carreras de Derecho y Antropología. Desde muy joven se dedicó al periodismo y la literatura. Empezó a publicar sus poemas en la Revista Hoja y en el Diario Latino. Se vinculó con los movimientos estudiantiles y culturales por lo que fue perseguido, desterrado y obligado a vivir en otros países como México, Guatemala, Cuba, Checoslovaquia y Vietnam del Norte.

Roque era un poema hecho al calor de las luchas y las balas. No habría otra forma de describirse que como un puño levantado, una bebida de atol o maíz quemado, una flor que batalla a la tormenta, una pulpa de níspero, un detenido en el áspero muro de un cuartel, un verdadero guanaco perseguido, vilipendiado, asesinado con fuego. Roque vivió en las orillas del abismo y eso le daba risa, se burlaba de la muerte como del tirano y los malhechores y aparecía en las cantinas con sus hermanos los siempre arrimados, mendigos y marihuaneros que los acompañaba para llorar juntos y cantar el himno nacional.

«Siempre Roque», dicen los que en el mes de mayo dieron la bienvenida al invierno salvadoreño que hace caer el cielo en pedazos de agua. Lo recuerdan como el joven sincero y de escurridiza presencia, delgado con ojos hundidos y nariz aguileña, un guiñapo curtido con el choque del viento y la arena de los campos de la caña.

El 14 de mayo vivió y el 10 de mayo murió. Contradicciones de la vida. Murió por la vida, y vivió contra la muerte. Lloró en el intermedio con los hacelotodo, los comelotodo, los vendelotodo, los vendegallinas, los primeros en sacar el cuchillo, los campeones de la página roja, sus hermanos.

El pueblo salvadoreño y los despojados del mundo le aplauden y lo esperan debajo de los puentes de la gran ciudad, en los pueblos de paso, en los autobuses, en los lugares comunes donde se debate la vida y la muerte. La sonrisa de Roque siempre, inexplicablemente, está aquí acompañando a los guanacos en su lucha diaria.