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Rosa Luxemburg y el humanismo socialista

Fuentes: Izquierda en Positivo

Izquierda en Positivo recuerda que este 15 de enero se cumplen cien años del asesinato a sangre fría de Rosa Luxemburg, Karl Liebknecht y otros dirigentes del grupo Spartacus, o Liga Espartaquista, sector escindido del Partido Socialdemócrata de Alemania a causa de la deriva nacionalista de dicho partido, cuya claudicación ante las tendencias chovinistas e […]

Izquierda en Positivo recuerda que este 15 de enero se cumplen cien años del asesinato a sangre fría de Rosa Luxemburg, Karl Liebknecht y otros dirigentes del grupo Spartacus, o Liga Espartaquista, sector escindido del Partido Socialdemócrata de Alemania a causa de la deriva nacionalista de dicho partido, cuya claudicación ante las tendencias chovinistas e imperialistas de la derecha alemana había contribuido en gran medida a la carnicería de la Primera Guerra Mundial.

Rosa Luxemburg, partidaria de no desvincular la lucha por la emancipación de la mujer de la lucha por la justicia social y la emancipación de la clase obrera, se negó a encasillarse en el incipiente movimiento feminista, pese a formar parte, junto con Clara Zetkin, de las primeras luchadoras por esa causa. De la misma manera que, polaca de familia y nacimiento, se opuso a las tendencias insolidarias propias del nacionalismo polaco (en su época, gran parte de la actual Polonia formaba parte del Imperio Ruso). En esa misma línea, discrepó abiertamente de la política dominante en el partido de Lenin, favorable, aunque con muchos matices, al derecho de autodeterminación. Un escrito suyo titulado «Sobre la guerra, la cuestión nacional y la revolución» dice, por ejemplo: «En el momento actual el nacionalismo lo absorbe todo. Desde todas partes naciones y nacioncitas se presentan a reclamar derechos de constitución en Estado. Cadáveres rejuvenecidos surgen de los sepulcros centenarios, infundidos de un nuevo impulso primaveral, y pueblos ‘privados de historia’, que no habían constituido hasta ahora organizaciones estatales autónomas, muestran una violenta inclinación a la formación de Estados.»

Fundadora, junto a Karl Liebknecht, del Partido Comunista de Alemania (31 de diciembre de 1918), su concepción del socialismo era inseparable de la democracia, razón por la que criticó las tendencias dictatoriales que ya apuntaban en diversos partidos hermanos. En consecuencia, pese a ser firme defensora de la Revolución Rusa de Octubre de 1917, criticó sus excesos, convencida de que ninguna medida impuesta desde arriba puede sustituir a la voluntad popular en la lucha por la igualdad y la libertad.

En el torbellino de luchas sociales que sacudieron Alemania al final de la Gran Guerra, su defensa de la creación de una república auténticamente democrática hegemonizada por las clases trabajadoras chocó con la reacción de los sectores conservadores de todo signo, donde convergieron la derecha militarista representada por el general Wilhelm Groener y el ala más moderada del Partido Socialdemócrata Alemán, dirigida por Friedrich Ebert (quien sería el primer presidente de la llamada República de Weimar). Para reprimir el movimiento revolucionario se utilizó especialmente a los «Freikorps» (milicias derechistas formadas por soldados y oficiales licenciados tras la guerra, que constituyeron el embrión de las futuras SA y SS nazis). Finalmente, un comando de las mencionadas milicias, con el visto bueno del ministro de Defensa, el también socialdemócrata Gustav Noske, secuestró y torturó primero, y asesinó después, a Liebknecht y Luxemburg, arrojando el cadáver de ella a un canal de Berlín, por lo que tardaría cuatro meses en ser hallado.

Izquierda en Positivo quiere reivindicar aquí la memoria de esta luchadora ejemplar por la justicia, la igualdad y la fraternidad entre los trabajadores de ambos sexos por encima de fronteras y estrechos intereses sectoriales.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.